Todas las crisis económicas provocan cambios más o menos importantes en la esfera personal y doméstica, en el oikos que era como los griegos llamaban no sólo a la casa sino a los bienes y a las personas que formaban la unidad básica de convivencia y sustento de la vida humana.
Los hogares españoles han tenido que hacer frente a esta crisis con dos problemas que son una constante desde hace tiempo. Uno, del que se habla poco, lo ha puesto de relieve el profesor Vicenç Navarro en diversas investigaciones: al igual que ocurre en otros países de tradición católica, los poderes públicos descuidan a las familias españolas y les dan mucha menos ayuda que las que reciben en países de otras tradiciones religiosas o laicas. El otro problema es común a todos los países (aunque con diferencias considerables y a peor para España), la desigual división del trabajo que se produce en el seno de las familias: las mujeres asumen una parte considerablemente más grande del trabajo que se precisa realizar en el hogar para sacar adelante la vida de quienes forman parte de él.
Está perfectamente estudiado cómo todas las crisis agudizan esos dos problemas y ya estamos comenzando a comprobar que la que estamos viviendo lo hace de manera especial pues el confinamiento nos ha obligado a tener en nuestro hogar más actividades y relaciones de las habituales.
Muchas mujeres han realizado teletrabajo (aunque en menor proporción que los hombres porque están en mayor medida empleadas en ocupaciones que han sido consideradas esenciales) y otras han mantenido el empleo presencial pero, en todos los casos, esta crisis está suponiendo una gran intensificación del trabajo y del esfuerzo que realizan en sus hogares para garantizar el sustento de su familia.
Las encuestas que ya se han realizado en algunos países muestran que las mujeres están dedicando más horas que los hombres al trabajo doméstico. Es lo que ocurre habitualmente (en España dedican más de dos horas diarias más que los hombres) aunque ahora con más intensidad, pues el cierre de los colegios ha obligado a dedicar mucho tiempo a la enseñanza y cuidado de los hijos. Desconozco si ya se han hecho en España, pero las encuestas realizadas en Francia muestran que el 33% de las mujeres afirman dedicar más de tres horas al trabajo doméstico, frente al 25% de los hombres y que el 59% cree que han dedicado más tiempo que sus parejas masculinas a cuidar y enseñar a los niños, frente al 25% de los hombres que creen que ellos han dedicado más tiempo que sus parejas femeninas ( aquí). Con razón dijo la comisaria de Igualdad de la Unión Europea que la Covid-19 está produciendo una "presión desproporcionada en las mujeres"
Sin embargo, este problema (grave) no es el principal que puede afectarles a partir de ahora. La nueva normalidad va a suponer, quizá durante un periodo largo, que los colegios no abran o no lo hagan durante todo el tiempo, al mismo tiempo que no se va a recuperar todo el empleo anterior, pues la actividad no se recobrará ni por completo ni inmediatamente. Ambas circunstancias pueden dar lugar a que, a la hora de elegir, sean las mujeres quienes principalmente abandonen el empleo remunerado, total o parcialmente, para volver a dedicarse al trabajo doméstico no pagado.
Un reciente informe de Naciones Unidas sobre el impacto de la pandemia sobre las mujeres advierte tajantemente del riesgo de que se pierdan los avances alcanzados durante décadas en favor de la igualdad entre mujeres y hombres si no se toman las medidas oportunas. Un peligro real porque, al igual que ha ocurrido en otras crisis, al efecto más dañino que tienen sobre las mujeres se une que los gobiernos suelen dejar de analizar el impacto que sus medidas tienen sobre su condición y sobre la igualdad, tal y como desgraciadamente está ocurriendo ahora, con un gobierno progresista, en España.
El confinamiento nos ha enseñado el enorme valor que tiene lo doméstico, lo importante que es no sólo para nuestra vida personal sino para la estabilidad y la supervivencia de la sociedad en su conjunto. Cuando faltan recursos, no solo materiales, los hogares se convierten en una fuente de inestabilidad social, de ineficiencias económicas, de malestar personal y, en el peor de los casos -como desgraciadamente estamos comprobando en los últimos meses- en un infierno violento, en la inmensa mayoría de los casos, para muchas mujeres.
Es imprescindible reconsiderar la función de los hogares y las familias, de lo doméstico, en nuestra sociedad y en la economía. Lo necesitamos preservar y reforzar como lo que es, un bien común que aporta un valor imprescindible, sin el cual no hay vida ni funciona la economía. En términos puramente económicos, lo doméstico es la fuente de las externalidades positivas (de efectos positivos que cada de nosotros produce sobre los demás) más valiosas que tenemos en nuestra economía, pero en lugar de aprovecharnos de ellas las dilapidamos porque, en la mayoría de las ocasiones, no se les puede poner poner precio de mercado ni considerar como una mera mercancía al trabajo que se realiza en el hogar.
No sólo debemos evitar que esta crisis conlleve un retroceso de décadas en la igualdad entre mujeres y hombres sino que tendríamos que aprovecharla para dar un salto adelante para reforzar lo doméstico promoviendo la igualdad.
Hay que incentivar la corresponsabilidad, incluso haciendo que esté mal vista socialmente o, por qué no, penalizada la renuncia de los hombres a trabajar en la misma medida que las mujeres en el hogar y a asumir los cuidados con semejante dedicación.
Es preciso adoptar medidas urgentes para evitar la sobrecarga de trabajo que implica el cierre de los colegios. Dedicar dinero a promover el empleo de monitores para atender a las familias o incluso para subvencionar su uso por las de bajos ingresos, por ejemplo, no es gastar sino invertir en el futuro y ayudar a crear empleo. Hay que poner en marcha con la mayor inmediatez un plan de apertura de centros infantiles vinculados a los espacios de trabajo; hay que tomar medidas para evitar que las mujeres, en una crisis más, sean las primeras en dejar el empleo y las últimas en volver a ocuparlo o las que estén condenadas a ocupar los de tiempo parcial.
La discriminación contra las mujeres y las niñas y la desigualdad que sufren respecto a los hombres no puede ser algo que merezca atención tan solo en las etapas de bonanza económica, como una especie de guinda que se poner sobre las políticas económicas cuando hay recursos. Hay que abordarlas como lo que son, "una injusticia global abrumadora", en palabras del Secretario General de las Naciones Unidas.
En España hemos avanzado mucho en los últimos años, pero no lo suficiente y aquí, como en otros muchos países, la beligerancia contra la igualdad entre mujeres y hombres ha ido en aumento, casi en la misma proporción en que aumentaban los recortes de gasto social y de ayudas a las familias que han hecho quienes se llenan la boca diciendo que las defienden.
Hace falta un gran pacto de Estado a largo plazo para defender de verdad a las familias, con recursos, con corresponsabilidad, con principios de igualdad y justicia, con eficiencia y evitando el derroche de recursos que supone no aprovechar el enorme valor social y económico del trabajo doméstico y del cuidado.