Revista Diario

Refugiados: ojos que no ven, corazón que no siente

Por Emmaamme

A finales de agosto, dejé mi trabajo voluntariamente porque “ya no era mi lugar”. Desde entonces, sigo sabiendo lo que no quiero y sin encontrar la aguja de mi pajar. Me despierto cada día sin un objetivo, sin una meta a alcanzar más que la de escuchar a mi corazón para que me indique hacia dónde, en este único Presente, debo dirigirme para ir completando mi puzzle. Esta situación me ofrece una infinidad de posibilidades que experimentar, que probar. 

Una de ellas sucedió la semana pasada. Después de muchos años trabajando casi todo el día dentro de una oficina, sentía la necesidad de estar en la calle, respirando aire “puro”, cara a cara con la gente. En mi afán de “ayuda al prójimo” decidí (porque así lo sentí con mucha claridad) que mi nueva aventura iba a ser con ACNUR, que es la Organización Humanitaria de la ONU para los refugiados, en el departamento de captación de socios. Hice un día de formación y una prueba por la tarde de lo que sería mi labor. Al final lo rechacé porque, aunque el fin y la motivación eran muy acordes a mi sentir, el tipo de trabajo no iba conmigo. 

El regalo fue para mí porque en dos días con ellos aprendí y me sensibilicé más que en dos años de charlas y talleres que haya podido realizar, y no sólo por la crisis humanitaria que está sucediendo en estos momentos en muchos lugares del planeta sino por el impacto que se produjo en mi interior. Soy consciente de que hay infinitas realidades ahí fuera, dependiendo de dónde caigas, de hacia dónde mires y de lo que la vida te traiga; que los conflictos armados, la pobreza, las violaciones, las catástrofes naturales siempre han existido y que “yo no voy a dejar de comer porque haya niños que se mueran de hambre”. 

No tiene nada que ver con querer salvar al mundo sino con darnos cuenta de lo afortunados que somos por tener una cama en la que dormir, un plato en el que comer y una familia a la que abrazar. Sentí tanta vergüenza al escuchar que cada día mueren dos niños intentando cruzar el mar, que mientras se desplazan a una Europa que les ha cerrado sus puertas, España incluida (sólo hemos acogido a 10 refugiados), los peques son abusados sexualmente unas cuantas veces en cada trayecto, que la media de duración de los campamentos es de 15 años y algunos hasta están pensando en convertirlos en una “ciudad” porque no tienen a donde ir, porque nadie les quiere, porque nadie “les Vé”… y mil y una barbaridades más que no salen en las noticias.

Vergüenza porque mientras todo esto está sucediendo, yo me dedico a escribir artículos, reflexiones sobre cómo ser feliz, estar en paz, cómo dejar atrás el sufrimiento, cómo ser coherente con uno mismo, cómo amarse para poder amar al otro, cómo dejar de sentir apegos emocionales y cómo vivir en el Aquí  y Ahora.

VERGÜENZA hacia mí por querer Regresar a un Hogar llamado Amor cuando hay 47 millones de personas en La Tierra (37% de ellos niños) que han sido expulsados de él y que su única preocupación es no morir de desnutrición. Los grupos terroristas se aprovechan de su desesperación y por un módico precio con el que un padre puede salvar al resto de su familia, compran su “vida” y lo alistan en sus filas, convirtiéndolo en una “máquina bomba” que cuando estalla en nuestra propia cara a quién acusamos, machacamos y rechazamos es a un colectivo religioso que no ha tenido nada que ver con el resultado final. Como consecuencia, esto provoca más miedo y más razones entre los ciudadanos para ser unos completos egoístas e insolidarios que lo único en lo que pensamos es en acumular, comprar lo que ya poseemos, ir al gimnasio, echar un polvo, tumbarnos al sol, hacernos selfies y querernos iluminar.

Les pregunté sobre esas imágenes, vídeos, que utilizan muchas ONGS para recaudar fondos, de las que yo no era partidaria y muchos de ellos tampoco. Me respondieron que cuando aparece algo así por la televisión es cuando la gente “se echa a la calle”, despierta y colabora más, con muchísima diferencia. Y es que estamos tan acostumbrados a ver “de todo” que para que algo nos remueva tiene que ser muy muy fuerte, muy dramático. Es como si estuviéramos inmunizados ante “el dolor humano”, cosa bastante preocupante para los que nos hacemos llamar SERES HUMANOS.

Y me dicen que soy muy valiente por hacer siempre caso a mi corazón, por muy sola que me quede, por muy poco que le guste mi NO al otro, por muy desconocido que se presente mi destino, por muy en contra que vaya de la marea y por muy oveja negra que sea.

¿Valiente yo? ¿Valientes nosotros? VALIENTES ELLOS que luchan cada día por sobrevivir, que no pueden permitirse el lujo de elegir un tipo de alimentación ni un trabajo ni una marca de ropa ni un coche ni un piso, que no saben lo que significa “vacaciones” ni lo que es el Crecimiento Personal, que se han visto obligados a abandonarlo todo para no ser enterrados bajo las paredes bombardeadas de sus propias casas. Valientes ellos, no los que nos quejamos constantemente porque no consideramos que tengamos, sepamos y seamos suficiente queriendo, luchando y sufriendo por “tener, saber y ser más”, no los que nos entretenemos en pedir, pedir y pedir a la Vida que nos aTraiga a nuestra alma gemela, no los que creemos que también estamos padeciendo una Crisis, no los que salimos a la calle queriendo poner aún más fronteras para que nadie “nos quite lo que es nuestro”. Valientes ellos que están siendo abandonados de verdad.

Y como se han quedado sin papeles, sin ningún tipo de identidad, nosotros, los de las grandes potencias, les ofrecemos una: REFUGIADO. Vergüenza y más vergüenza.

No es un llamado a colaborar con alguna ONG, es un llamado a la Sensibilización, a la toma de conciencia de que la realidad que estamos viviendo no es la misma para todos, que hay millones de personas en peor situación que la nuestra, que no es comparable una con la otra y que la próxima vez que nos excusemos con el “es que yo” recordemos que quizás, algún día, nosotros fuimos o seremos ellos y ellos fueron o serán nosotros. Es un llamado a ponernos en su piel. Es un llamado a quitarnos de una vez por todas esos muros internos que nos separan los unos de los otros por miedo a sufrir. Un llamado a empezar por ser compasivos con nosotros mismos y con aquellos con los que nos cruzamos por la calle, con los que convivimos. Un llamado a parar, a abrir la mente y el corazón, a soltar los juicios, las condenas, las interpretaciones y las proyecciones y a aportar nuestro granito de arena a un mundo que sólo “el pueblo” es capaz de sostener. Un llamado al respeto, a la tolerancia, a la igualdad y a la Unidad.

Llegará el día en que no haga falta que nuestros ojos vean para que nuestro corazón sienta y actuemos con la Humanidad y la Dignidad que nos debería caracterizar.

Hasta entonces, que las imágenes hablen por sí solas que son las únicas a las que queremos escuchar.


Archivado en: SENTIRES Tagged: compasión, refugiados

REFUGIADOS: OJOS QUE NO VEN, CORAZÓN QUE NO SIENTE
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