Había una vez un hombre aparentemente exitoso y completamente desorientado.
Un día conoció por casualidad la pauta oriental según la cual un cuerpo humano sólo necesita cuatro alimentos para alejar de sí toda enfermedad: el arroz y la soja cocidos, té verde en infusión y un poco de pescado.
De cada prenda de su guardarropa conservó sólo dos unidades (dos trajes, dos camisas, dos pares de zapatos, dos jerséys, dos corbatas, dos abrigos y dos chaquetas de entretiempo.
Tachó de su agenda los teléfonos de todo aquellos a quienes hacía más de dos años que no veía.
Como cada mañana tomó el coche para ir a su estudio y, mientras se ajustaba el cinturón de seguridad, recordó algo.
En dos escasas horas llegó a la parcela en venta en la que días atrás había reparado accidentalmente. Telefoneó sobre el terreno a su dueño y en ese mismo momento ambos apalabraron un acuerdo bilateralmente satisfactorio. Abrió el maletero y extrajo de su cartera un cuaderno de hojas amarillas de papel cebolla. Hojeó sus primeras cinco páginas, profusamente decoradas con sintéticos croquis arquitectónicos y, tras ello, enfocó su vista al horizonte.
Allí, alejado de todo, aquel hombre de intachable reputación había decidido convertirse, sencillamente, en un hombre desnudo.
Luis Cercós (LC-Architects)
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