Cogí mi taza de infusión de regaliz y me senté en el suelo, contra la pared, junto a mi cuaderno de láminas de dibujo y mi estuche de metal. Llevaba todo el día maquetando interminables y aburridísimos volúmenes sobre Derecho marítimo, y el cansancio mezclado con aburrimiento extremo estaba a punto de matarme. Enfrente de mí, la pared entera la ocupaba un gigantesco espejo, haciendo que mi habitación pareciera un pequeño estudio de ballet. A través de él miré a unos ojos de un marrón puro que me observaban detenidamente. Me sonreí levemente a mí misma con un suspiro, mostrando al reflejo un gesto de complicidad, ya que las dos sabíamos lo que venía ahora. Llevaba todo el día esperando este momento. Sin apartar la vista de mis propios ojos, cogí una goma de pelo y me lo recogí de forma muy despeinada, como cada noche. Aparté la mirada del espejo para dirigirme a mi cuaderno y escogí una lámina aún virgen.
El carboncillo estaba tan gastado que casi se escondía entre mis dedos al cogerlo. Dejé que lamiera el papel con trazos rápidos e instintivos. Me sentía nerviosa a pesar de haber realizado el mismo ritual cientos de veces. Estaba mordiéndome el labio con fuerza. Al principio lo que dibujaba no eran más que garabatos simulando la rabia de un gato de uñas largas. Luego, esas rayas y borrones a dedo comenzaron a dar forma a un torso desnudo. De él surgieron dos brazos fuertes y bien definidos que acababan en unas manos aparentemente suaves, de esas que no desearías que nunca dejaran de acariciarte. Más abajo, al final de unos tejanos rotos, asomaban unos pies descalzos que no llegaban a pisar el suelo. Con mucha delicadeza, marqué la curva del cuello, los ojos que pronto estarías mirándome, una boca que me sonreía…
Sonreí al verlo de nuevo sobre el papel. Era el único momento en el que podía observarlo fijamente sin sonrojarme.
-Estás obsesionada con ese hombre. -Me decía mi amiga Katia cada vez que venía a visitarme.- ¿Quién se supone que es, tu novio?
- Es sólo un amigo. -Respondía yo siempre. En parte, no le mentía.
Mi novio… Ojalá eso fuera posible.
Estiré mi brazo para acercarme la taza aún caliente de la infusión. Sostuve la lámina inclinada sobre la taza y levanté el platillo que le había puesto encima, liberando el aromático vapor que había contenido hasta que hubiera terminado el boceto. De pronto, una nube comenzó a condensarse justo a mi lado, una nube cuyo olor inundó por completo la habitación, una nube de la que empezaron a materializarse unos pies descalzos, unos pantalones raídos…
Regaliz y carboncillo.
Ése había sido mi olor favorito desde la primera vez que lo invoqué por accidente. En aquel momento pensé que deliraba y que posiblemente me estuviera volviendo loca. Tal vez sí que lo estaba, pero aquello, real o no, se convirtió para mí en algo más que un dibujo viviente, en alguien, o en algo, en quien podía confiar plenamente, sin límites ni censuras de ningún tipo, pudiendo liberar el montón de ideas desordenadamente concentradas en mi cerebro. Le había hablado de mí y le había contado secretos que, allí en mi mente, tenían una capa de polvo tan gruesa que casi habían desaparecido para mí. Siempre que tenía un mal día, él conseguía hacerme reír de la forma que fuera. Poco a poco habíamos creado una conexión tan potente y fluida que no pudimos evitar que sucediera lo que siempre acaba por suceder: nos enamoramos, intentamos besarnos y, después de eso, nuestro precioso sueño se hizo trizas.
La figura negra y gris que se hallaba a mi lado me sonreía. Era una de esas sonrisas sinceras, de las que muestran felicidad y dolor al mismo tiempo.
- Nunca me cansaré de ese caos de mechones recogidos que te haces antes de la visita.
Suspiré. Él siempre se había reído de mi moño desecho.
-Tenía muchas ganas de verte. -Le confesé mientras me lo deshacía. -Hay algo… hay algo que…
Intenté hablar, pero todas las fuerzas necesarias estaban siendo empleadas para no llorar. Él debió intuirlo porque se acercó más a mí y su olor tan familiar y deseado hizo que fuera más difícil contenerme. Y, como golpe definitivo, intentó abrazarme, pero sus brazos traspasaron mi cuerpo como si de un fantasma se tratara.
Un fantasma. Una ilusión. Nada en absoluto.
Rompí a llorar antes incluso de que me diera cuenta de que lo estaba haciendo. Lloraba porque sólo quería abrazarlo; porque quería estar acurrucada en su pecho aspirando su aroma a regaliz y carboncillo mientras él no dejara de acariciarme el pelo; porque quería romper nuestras falsas discusiones con besos, cosquillas y más besos hasta que estos evolucionaran a algo más… No poder hacer nada de eso, no poder tocarlo y sentirlo físicamente hacía que me estampara brutalmente con la pared de la realidad, la que separa lo que es de verdad con lo que podría ser un sueño…
- Por favor… no llores… seguro que habrá alguna manera de solucionar esto. Seguro que al igual que puedes hacer que me materialice y cobre vida propia también puedes… solidificarme o algo así.
Me sequé las lágrimas con las mangas de mi jersey y respiré profundamente, intentando calmarme.
- No… no puedo… no es posible… -Mi voz sonaba rota y escucharla hizo que sus ojos brillaran.
- No te rindas, - se levantó -Sestoy seguro de que hay alguna manera de solucionar esto. Mientras tanto me tienes contigo, siempre…
- No lo entiendes. - Me levanté yo también para poder mirarle a los ojos. - ¿No te das cuenta? No es posible porque tú no eres más que un simple fruto de mi imaginación y de mi magia, -dije esa palabra con un tono irónico - o lo que quiera que sea lo que te hace salir del papel. ¡No puedo Alain! No puedo y nunca podré porque no eres real. ¡NO ERES REAL!
No pude evitar gritarle aun sabiendo que no era culpa suya y me arrepentí profundamente de haberlo hecho. Él volvió la cabeza a un lado un momento, dolido, y después volvió a mirarme con el semblante muy serio, con una mirada que me dio a entender que mis palabras lo habían decepcionado y destrozado profundamente.
- Yo te quiero, y para mí no hay nada más real que eso.
Sus palabras retumbaron por la habitación como un cañonazo. Cuando terminó de decirlo, por primera vez, fue él quien se hizo desaparecer a sí mismo tocando con las dos manos la lámina de dibujo. Normalmente era yo la que se encargaba de hacerlo volver porque los dos pensábamos que era la única forma.
- Yo también te quiero… -susurré, aun sabiendo que ya no me escuchaba.
Me dejé caer al suelo con la cabeza apoyada en la pared, de manera que mis ojos se encontraron a sí mismos de nuevo en aquel enorme espejo. “Seguro que hay alguna manera de solucionar esto.” Sus palabras zumbaban en mi mente como si fueran avispas furiosas por encontrarse ahí dentro. No dejé de mirarme, observando cómo las lágrimas lamían mis mejillas. Después, sumida en la más profunda desesperación, enterré mi cabeza bajo mis brazos. Lloraba tan fuerte que mi respiración era descontrolada y casi temía que me diera un ataque de ansiedad.
De repente, aquel olor que todavía no había desaparecido llegó a mi nariz e hizo que mis pensamientos se ordenaran y que las lágrimas dejaran de caer. Me enderecé y mantuve la vista fija al espejo. Noté que en mis ojos había un diminuto brillo esperanzado. Sin dejar de mirarme, levanté lentamente los brazos y comencé a recogerme el pelo…
<<Regaliz y carboncillo, regaliz y carboncillo…>>
***
La alarma del día siguiente sonó pero yo ya estaba despierta. Lo había estado toda la noche. Mi mirada no se despegaba del cuaderno, que estaba abierto exponiendo una nueva lámina que, hace unas horas, presumía de seguir completamente en blanco. Permanecí mirando aquello durante media hora más. Recorrí con mis ojos una y otra vez aquel pelo que deseaba acariciar, aquellos brazos que deseaba que me abrazaran y aquellos labios que deseaba besar… y a mi propia imagen que lo hacía apasionadamente.
-Tenías razón, - dije - al final sí que hay una manera.
Besé el dibujo y cerré el cuaderno para guardarlo y, años después, cuando me sienta sola, volver a mirarlo para recordar lo mucho que había querido a aquella figura y para preguntarme si él será feliz en ese mundo de papel enlaminado; tal y como estoy haciendo ahora, después de que los años bañaran mi desastroso moño en plata y nieve.
Fin.