Revista Cultura y Ocio

Regalo de Teresa de Jesús a los ajedrecistas

Por Maria Jose Pérez González @BlogTeresa
Interior de la arqueta Interior de la arqueta Tablero en la base de la arqueta Tablero en la base de la arqueta Arqueta regalo de Catalina de Tolosa Arqueta regalo de Catalina de Tolosa

Maximiliano Herráiz, ocd

Teresa de Jesús es una de las mujeres más geniales y sorprendentes, al menos del continente europeo. En la segunda mitad del siglo XVI, levantó acta de la aurora de un nuevo paradigma —decimos hoy— en la sociedad y en la iglesia cristiana-católica a la que pertenecía. Una bandera particularmente en favor de la mujer: acabar con el ostracismo al que estaba condenada, al tiempo que apostaba explícitamente por su presencia activa en los escenarios ocupados totalmente por los varones.

Su manifiesto lo estampa en 1567, en las primeras páginas del libro consagrado a la educación de la persona, de la comunidad. Escribe dirigiéndose a Jesucristo: “Ni aborrecisteis, cuando andabais por el mundo, las mujeres, antes las favorecisteis siempre… y hallasteis en ellas tanto más amor y fe que en los hombres… ¿No basta, Señor, que nos tiene el mundo acorraladas  e incapaces para que no hagamos cosa que valga nada por Vos en público, ni osemos hablar algunas verdades que lloramos en secreto”. Dios es “justo juez, y no como los jueces del mundo, que, como son hijos de Adán, y, en fin, todos varones, no hay virtud de mujer que no tengan por sospechosa”. Y estampa con fuerza su propuesta: “Veo los tiempos de manera que no es razón desechar ánimos fuertes, aunque sean de mujeres”.

Teresa es una lectora empedernida desde su niñez y adolescencia. Lectora de libros de caballerías acompañando a su madre: “Yo comencé a quedarme en costumbre de leerlos… Era tan en extremo lo que en esto me embebía, que si no tenía libro nuevo, no me parece tenía contento” (V 2,1). Más tarde lee también libros espirituales, rebelándose abiertamente contra la ley que prohibía a las mujeres la lectura de la Biblia o libros que alimentaran su vida de creyentes.

Ya bien centrada en su vida religiosa y recién estrenada su vocación de “fundadora” de un nuevo Carmelo, en ambas ramas, femenina y masculina, se muestra escritora de vocación, transmisora de una experiencia espiritual, íntima, que la llevaría siglos después a ser declarada “Doctora de la Iglesia”. Urgida en su condición de educadora, presenta al pequeño, primer grupo de mujeres que le siguen, el camino de la oración, recurriendo a la comparación del juego del ajedrez: “y no os parezca mucho todo esto —está ya casi a la mitad del libro sobre oración y todavía no ha hablado directamente de la ella, justificándose—  “que voy concertando el juego, como dicen… Pues creed que quien no sabe concertar las piezas en el juego del ajedrez, que sabrá mal jugar; y si no sabe dar jaque, no sabrá dar mate… Aquí veréis la madre que os dio Dios, que hasta esta vanidad sabía; mas dicen que es lícito algunas veces. Y cuán lícito para nosotras esta manera de jugar, y cuán presto, si mucho lo usamos,  daremos mate a este Rey divino”. “La dama  es la que más guerra le puede hacer en este juego, y todas las otras piezas le ayudan. No hay dama que así le hagan rendir como la humildad”.  (Bueno será decir de paso que esta mujer entiende “la humildad” muy diversamente a como ha llegado hasta nosotros, reduciéndola a sometimiento de la propia razón a la del superior jurídico o intelectual. Para ella, humildad es  “andar en verdad”).

La querencia teresiana por el ajedrez tuvo que saltar a la plaza pública, al menos en sus ámbitos más cercanos. A principios del 1582, cuando afronta la última fundación de carmelitas descalzas, comunidades contemplativas, en Burgos, último año de vida (1582), la fundadora, Catalina de Tolosa, le regaló esta arqueta, conservada en la comunidad de las Carmelitas Descalzas de Burgos,  parece que desconocida hasta este momento histórico del V Centenario del nacimiento de Teresa de Jesús. El inmenso mundo de ajedrecistas, cobijado bajo su patronazgo, tiene un argumento más para entregarse al disfrute silencioso, de concentración reflexiva, y extenderlo entre la juventud, para estimular el pensar, el agudizar la inteligencia y fortalecer la estrategia a seguir para triunfar en el juego del arte de la amistad, en el baile silencioso de unas piezas que adensan, al mismo tiempo, el silencio comunicativo y amistoso en el aprendizaje compartido de la mejor estrategia.

LA FUNDACIÓN TERESIANA DE BURGOS

Fue la benjamina de sus 15 fundaciones de carmelitas contemplativas, que lleva a cabo personalmente, más dos, Caravaca y Granada, en las que ella no interviene directamente en su realización, y dos más de la rama masculina del nuevo Carmelo, la de Duruelo y la de Pastrana. La más difícil partida del ajedrez fundacional fue la benjamina, Burgos: por los años de Teresa y su salud resquebrajada; por el número de personas que aparecen en danza sobre el tablero de la fundación, por los adversos elementos climáticos fue la última la de Burgos; por eso, también,  en la que más luminosamente brilla la genial estratega Teresa.

En esta fundación de Burgos, como en ninguna otra, vive Teresa su última batalla contra muchos. Ganó ella porque supo “disponer las piezas”. Y dar jaque mate al rey, en este caso el arzobispo de Burgos, enrocado en sus exigencias.  Finalmente, tuvo que ceder ante la hábil ajedrecista abulense, su brava paisana. En esta fundación desfilan “retratadas”, por la ágil pluma teresiana, muchas personas que se oponen a la fundación al otro lado del tablero. He aquí el retrato que nos ha dejado del más duro contrincante, el señor arzobispo, abulense como ella: En el primer encuentro “lo halla tan alterado y enojado”. Y, como le dice que se vuelva a Ávila para reiniciar el camino fundacional, la narradora  de la historia apostilla: “¡bonitos estaban los caminos, y hacía el tiempo!” (F 31,21); en otra ocasión presenta a su paisano arzobispo “desabridísimo” (F 31,43), “muy enojado”; añade: “le aplaqué todo lo que pude”. Y, como, no obstante, el mitrado seguía diciendo  “que deseaba esta fundación más que nadie” obligó a Teresa a estampar esta afirmación contundente, como si ruidosamente moviera el caballo en el ajedrez: “y créolo, porque es tan buen cristiano…, aunque en las obras no lo parecía” (F 31, 31).

Se toma un respiro y se levanta de la mesa del ajedrez, y pide al viejo y fiel amigo desde la primera hora de su labor fundadora, el obispo Álvaro de Mendoza, que escriba al arzobispo de Burgos “una carta” para ver si facilita la fundación. Nos dice que don Álvaro de Mendoza le entregó a ella la carta abierta. ¡Menos mal!  Teresa ejecuta con rapidez, instinto de ganadora, un movimiento de pieza decisivo para cerrar con victoria el asunto de la fundación: “aunque venía [la carta] muy comedida, decía algunas verdades que para la condición del arzobispo bastaba a desabrirle” (F 31,44). Paciente y rápida estratega, en una jugada diagonal de alfil, “vuelve a pedir a don Álvaro de Mendoza que le escriba otra”; “se forzó” y escribió “otra con mucha amistad” (F 31,44). Así pasó al ataque con otro rápido movimiento de pieza, sin ocultarnos su ironía, nota destacada de su psicología, pincelada que faltaba para el cuadro del arzobispo burgalés en cuyos labios pone estas palabras: “que deseaba esta fundación más que nadie”, con su firma que se la entrega por encima del tablero: “y créolo, porque es tan buen cristiano, que no diría sino verdad”, aunque no puede evitar  su apostilla irónica compasiva: “En las obras no se parecía, porque pedía cosas imposibles” (F31,31). Todavía tiene tiempo y temple, la ajedrecista Teresa, para reconciliar a los dos jerarcas eclesiales, el obispo de Palencia y su paisano de Burgos: “el arzobispo [de Burgos] y el obispo de Palencia se quedaron muy amigos” (F 31,50).

La narración de esta partida de ajedrez la cerró Teresa con un magistral “jaque mate”.  Inaugurada la fundación benjamina, emprende el camino de la muerte, también venciendo al entrañable Amigo, Jesús, a quien le apremia con otra jugada propia de la casa: “Esposo mío, hora es ya de caminar”. La ajedrecista Teresa, que confesó que “de condición es agradecida”: “con una sardina que me den, me sobornarán”. Y brinda su victoria a la señora burgalesa: “¡Oh, lo que pasó en esto Catalina de Tolosa no se puede decir! Todo lo llevaba con una paciencia que me espantaba y no se cansó de proveernos. Dio todo el ajuar que tuvimos menester para asentar la casa” (F 31,42). Hasta con el ajedrez, que posiblemente  no vio Teresa, y que nosotros, cinco siglos después podemos verlo, unido a la mística Teresa, que selló su libro de formación, en el que escribió, sello de la casa: “cuanto más santas más conversables [más humanas], para que todas las personas que os trataren, amen vuestra conversación y vuestra manera de vivir y tratar”. (C 41,7).

Si empecé esta reseña con el manifiesto en pro de las mujeres, me parece terminar ofreciendo al lector esta otra perla de una mujer que despertaba conciencia con este grito, desgraciadamente hoy todavía, más que oportuno, necesario. Dice directamente a sus hermanas carmelitas: “La gran merced que Dios les ha hecho en escogerlas para sí, y librarlas de estar sujetas a un hombre, que muchas veces les acaba la vida” (F 31,46). Siempre sus monjas fueron los pequeños peones defensores que hicieron llegar a buen término su estrategia fundadora.

APENDICE

No sabemos si Teresa llegó a recibir la arqueta en mano este obsequio de Catalina de Tolosa. El nuncio del Papa, la llamó “mujer inquieta y andariega, desobediente y contumaz, que a título de devoción inventaba malas doctrinas, andando fuera de clausura contra la orden del concilio tridentino y prelados[1]. El señor nuncio estaba a años luz del camino que abría esta mujer, valiente, audaz, más contemporánea nuestra que de sus coetáneos. Desde sus años mozos, florecientes de futuro, lidiaba ya la partida de ajedrez, midiendo con tiento, con seguridad los movimientos de “los tiempos recios”, que vivía y que alguien le susurró al oído, provocándole no miedo sino una compasiva, irónica sonrisa. En el ajedrez de la vida desafiaba —con la seguridad de que “la verdad padece mas no perece”— los vientos contrarios que la  azotaban.  En el contexto que sitúa esos tiempos recios, siguió su estrategia acosando a tantos “reyezuelos” para darles jaque mate pasando muchas páginas de historia. “¡Demonio, demonio!”, gritaban los más. “¡Dios, Dios!”, gritaba ella. Dos maneras de leer, padecer, vivir y hacer historia. El mejor juego al que podemos entregarnos bajo la bandera que enarbola, desde las almenas de su Castillo interior, esta mujer “tan divina como humana”: “subida a esta atalaya desde donde se ven verdades” (V 21,5).

[1] Cta al P. Pablo Hernández, 4/10/1578; 260,3, nota 4ª.


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