Leonid Afremov
Encendidos con la pasión de las últimas notas de “Thinking out loud” que habían sonado en el salón de baile del Gran Hotel de París, subimos a la habitación. Esa canción era nuestra banda sonora desde el día que nos casamos y la casualidad hizo que fuera la elegida esa noche para cerrar el baile.Cuando bajaron las luces y el pianista empezó a desgranar las primeras notas, nuestros ojos se miraron con tanta intensidad como nunca antes se habían encontrado. La voz del cantante irrumpió en el escenario y sentiste mi temblor al poner tus brazos en mi cintura y yo noté tu respirar entrecortado. A ritmo de baile, mientras nuestros corazones nos hacían el eco perfectamente acompasados, nuestros labios iban susurrando las palabras de la canción poniendo énfasis en aquellos versos de los que ya nos habíamos apropiado.
Al entrar en la suite del hotel quedé petrificada cuando encendí la luz del baño y me vi rodeada de un ejército que formaba una alfombra oscura, movediza, en el suelo de mármol blanco. El terror se apoderó de mí y paralizada fui incapaz de tomar una decisión. Caparazones de cucarachas entre rojizos y negros, brillantes y planos, se movían a velocidad de vértigo, giraban a mi alrededor y empezaban a invadir mis pies descalzos. El roce de esas patas peludas sobre mi piel ascendiendo vertiginosamente sacó un grito aterrador de mi garganta que traspasó la fachada de piedra blanca, se propagó entre la columnata de la Madeleine que estaba enfrente y estalló la magia de la noche en mil pedazos.
Me desplomé inconsciente.
Cuando abrí los ojos de vuelta a una realidad que no deseaba, me encontré con los tuyos mirándome encima de la cama a la que tus brazos me habían llevado. Me besaste con dulce afecto en los labios.
Nuestro sueño de aniversario en la ciudad del amor se quedó flotando como esos nenúfares blancos lo hacían sobre las aguas oscuras del lago pintado en el artesonado.
© María Pilar