Revista Diario

Regan MacNeil, más conocida como la niña de «El Exorcista»

Por Evaletzy @evaletzy
La historia ocurre una noche de verano. Y cuando aquí dices verano, lo que realmente quieres decir es verano madrileño en su máximo esplendor, o sea: cuarenta grados a las dos de la mañana. Hace tanto calor que hasta Ernesto, tu gato, te pide si eres tan amable de prestarle un abanico para darse aires en sus zonas sudadas. Acalorada como estás te vas a dormir, dejando las ventanas abiertas ya que no tienes aire acondicionado que convierta el verano madrileño de tu casa en el frío de la Antártida como te gustaría. Hete aquí que como cada mañana te levantas. Le das de comer a Ernesto, metes una tostada en el horno, pones el agua a calentar para el mate, y así, que no es plan de aburrir al simpático lector que está teniendo la deferencia de leerte detallándole tu rutina mañanera. Gato desayunando, tostada con aceite de oliva y sal en plato, agua en termo y mate en mano te diriges al salón, te sientas en el sofá, muerdes la tostada. Entonces la tostada se te cae de la boca. Esto no sucede porque tu hobby predilecto es recoger trozos de pan a medio masticar de la alfombra, tampoco porque tu madre no te enseñó a comer con la boca cerrada. Esto sucede porque no puedes creer lo que ves frente a ti, o mejor dicho: lo que no ves. Te levantas del sofá cual niña de El exorcista: poseída por un demonio. Tus ojos se vuelven blancos, se te pone la piel verde e insultas como ella, estás a punto de girar la cabeza 360º pero te contienes pues sabes que Ernesto es impresionable y no quieres que a tu morrongo le dé un síncope. Se le pide en este punto de la historia al amable lector que no crea que te has dejado poseer por un demonio porque sí, o porque no tenías nada mejor que hacer. Lo que te pasa es que la noche anterior, cuando te fuiste a acostar, sobre la mesita del salón había (atención al verbo en pretérito imperfecto) una computadora/un ordenador portátil. Hilvanas los hechos en tu mente: la mesa sobre la que estaba el ordenador se encuentra al lado de la puerta ventana que da al balcón. Vives en una primera planta y has dormido con la ventana abierta. La niña de El exorcista que hay en ti se enfurece más, y más, y un poco más aun al pensar en el robo. Lo grave no es el ordenador, aunque te ha costado tus buenos euros, sino lo que en él tenías, entre otras muchas cosas 230 páginas de word llenas de letras, todas ellas protagonistas de una novela que acababas de terminar y que venías escribiendo durante miles de horas desde hacía meses.Que tu solidario lector no se infarte en tu nombre, que no hace falta, le agradeces el gesto. Por suerte existen unos sitios que se llaman Nubes, y no te refieres a esas formaciones blancas que viven en el cielo, sino a unos espacios de almacenamiento informático que no tienes idea dónde estarán, lo único que sabes es que tus documentos importantes allí tendrían que estar, a menos que el ladrón haya entrado en tu Nube también. Llamas a un amigo y él corrobora desde su ordenador, pues no se lo han robado la noche anterior como a ti, que tu novela, cuentos y demás textos están a salvo. Respiras. Pero poco te dura la calma, pues caes en la cuenta de que muchas de tus fotos y algunos trabajos no estaban en la Nube y los has perdido para siempre. Si hay algo que te encantaría es tener al ladrón enfrente para bañarlo en vómitos verdes, es lo mínimo que se merece. 
Regan MacNeil, más conocida como la niña de «El Exorcista»A paso lento, y todavía poseída por un demonio, te diriges a la comisaría más cercana a tu domicilio. De camino ves tu reflejo en un vidrio, ¿y qué descubres?: que contigo podrían filmar una secuela llamada Letzy de El exorcista. Una vez dentro de la comisaría esperas, esperas, y sigues esperando. Luego de esperar un poco más, de responder treinta y seis preguntas y de escuchar «ponga rejas en su casa doña» consigues firmar la denuncia.
Al día siguiente te tocan el timbre:
—¿Quién es? —preguntas como te enseñó tu madre, no vaya a ser que encima le abras la puerta al ladrón; si te quiere volver a robar por lo menos que se esfuerce como bien sabe y entre por la ventana.
—Es la policía criminal —escuchas.
Continuará...

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