Revista Opinión
¿Qué se puede decir cuando no se tiene nada que decir pero se quiere decir algo? Lo primero, seguir el consejo de no verificar con palabras lo que la gente ya se imagina. Es una sabia actitud que, sin embargo, pronto se desecha porque se prefiere satisfacer las pulsiones propias en vez de mostrar precaución ante los temores ajenos, Se opta, pues, por dejar que las moscas invadan la cavidad bucal antes que guardar un silencio azaroso e insoportable. Lo segundo sería exponer, al menos, algo coherente con la inesperada exigencia de atención que no defraude las expectativas generadas. Lo primero no siempre se cumple, pero lo segundo se convierte en una constante en este tipo de comunicación impulsiva: los balbuceos, las frases hechas y la nadería guardan coherencia con las expectativas y sospechas que despiertan los charlatanes y los necios.