Regresar a casa
Ya no toso cada dos por tres ni desayuno muesli. He regresado a España para quedarme de verdad, disfruto de las tostadas de aceite de oliva con jamón serrano, y el resfriado crónico del Street Parade -¡sólo con mencionarlo me entran escalofríos!- ha desaparecido.
¿Y cómo es regresar a casa un año después? Me siento un poco marciana. El primer contraste es estar rodeada de gente. En cualquier calle de Madrid hay más bullicio que en cualquier calle suiza. Aunque Zúrich es otra cosa. Zúrich era mi medicina, allí me escapaba algún fin de semana para recordar cómo es vivir en una ciudad con ruido. El Street Parade fue el único desliz. Las españolas no entendemos agosto sin sandalias aunque diluvie.
Siento no haber dado señales de vida antes. Regresar no es fácil. Casi que envidio a los secadores de pelo, se enchufan y desenchufan en cualquier sitio, y como mucho sólo necesitan un adaptador. Y me pregunto ¿dónde me venden a mí uno?
Me asustan los gritos. Es impresionante la energía de la gente en España. No hablamos, gritamos. Me siento igual de confundida que en mi primer viaje a Italia, cuando alguien enfadado agitaba los brazos con temperamento, y al rato rompía en carcajadas. Tengo que recuperar el teatro y la escenificación, retomar el pulso al voceo y la verborrea, acostumbrarme a las palabrotas, en Alemania y Suiza apenas se usan, se tratan de Usted, y no hay columnistas groseros.
Debo asumir ese cambio de registro y reprimir las ganas de decir ¡Hallo! ¡Guten Tag! ó ¡Gruetzi! cuando me encuentro a los vecinos en el ascensor. Dar dos besos en vez de la mano. Comer a las dos o las tres de la tarde en vez de almorzar a las doce. Dejar de reciclar la basura de forma meticulosa. Y controlar la ansiedad: las ganas de comer todo a la vez y recuperar sabores, la excitación al ver de nuevo ropa bonita en los escaparates. Sí, el reencuentro con la moda española suaviza la falta de civismo.
España tiene esos claroscuros, adolece de mala educación, nos sobran necedad e insultos, pero tenemos talento y grandes dosis de estética. Pues eso, ¡hoy me voy de compras! pero antes de irme os dejo con el primer poema que me hizo disfrutar de la poesía.
Es “Croquis para algún día” de Mario Benedetti. Trata sobre la sensación de regresar y sentirte marciano en tu propia ciudad: “Este es mi asfalto que respira, estas baldosas son las que no invento, ésta es mi gente como espejo, éste es mi azar sin molde. Pensé que iba a ponerme melancólico o débil como un convaleciente, o que fuera a brotarme alguna euforia ante estos árboles que recupero, con su bendita sombra y con su cielo. La dimensión es otra sin embargo…”
Lo releo y cada vez me gusta más. Regresar a casa es inesperado, sorprendente, agotador y divertido. Un lujo vetado a los secadores de pelo, esos sosos que no necesitan adaptarse. Vosotros en cambio sí podéis. Marchaos ¡y regresad!