Si yo hubiera vivido en los años ochenta en la Georgia, de la extinta Unión Soviética, también habría intentado escapar aunque no creo que me hubiera embarcado en la locura de querer secuestrar un avión con mis amigos. Rehenes, la película de Rezo Gigineishvili, nos recuerda eso mismo cuando en 1983 Nika y Anna, dos chicos acomodados, aprovechando su luna de miel volaron desde Tiflis a Batumi, un destino local con la idea de tomar el avión por la fuerza y llevarlo hasta Turquía, tras la frontera, para escapar del país, un sueño que se convertirá en pesadilla al fracasar la misión y morir alguno de ellos allí o en el juicio que les condenó después a pena capital. Una historia real que dejó víctimas en los dos bandos con alguna inocente como la azafata disparada por accidente.
Cada una de las partes que componen el esqueleto de Rehenes son tratadas de diferente manera. La maquinación y desarrollo del plan es lenta y un tanto soporífera, como la celebración de la boda sosa y aburrida, una manera poco original de presentación de personajes familiares y cercanos. Mucho tiempo que deja interrogantes y demasiados puntos negros que podrían ser muy interesantes y que aquí se pasa de puntillas, como la manera en la que se han conseguido las armas o el miedo que los jóvenes pudieran manifestar al creerse espiados en todo momento.
El viaje en el avión es muy corto abusándose del suspense a lo Argo con momentos de tensión en donde los protagonistas creen que van a ser descubiertos por el personal y militares del aeropuerto. El tiroteo dentro del mismo es muy rápido y confuso a veces sin identificar a alguno de los participantes alocándose la cámara que se desplaza de un lugar a otro en un pestañeo. Los interrogatorios a los familiares apenas interesan y la acción militar de rescate no se muestra privándonos de una nueva escena de acción.
Por último, nos encontramos con un epílogo poco impactante que lo decide todo muy pronto y sin sorpresas reseñables, hasta imaginamos desde el principio el engaño a uno de los conspiradores y cerebro descubierto de la futura tragedia. Son los padres de los chicos del caso del avión los que llevan el peso de la acción y toman las decisiones más arriesgadas como la fallida última visita a sus hijos en un paisaje desolador. Todos, incluidos ellos mismos, se preguntan el motivo de esta acción si en Georgia lo tenían todo, ignorantes del control y presión al que eran sometidos en un país comunista que no dejaba a nadie viajar fuera de sus fronteras.
En realidad el título del film no hace referencia a los pasajeros que estuvieron retenidos varias horas en contra de su voluntad en el aeropuerto por parte de esos jóvenes intelectuales sino a los propios secuestradores que desde siempre fueron prisioneros en su propia nación y que fracasaron en su intento de salir de allí ¡Se quedó en tierra rusa también el disco de los Beatles traído de contrabando, música prohibida por esos lares!
Si es verdad que Rehenes le da cierta importancia a las relaciones familiares o amistosas con flashbacks de recuerdo homenaje a los caídos pero se prefiere concentrarse en los hechos dejando a un lado sentimentalismos que nos alejen de la acción. La pareja de Nika y Ana se olvidan de los besos y abrazos dedicados a otros menesteres como el entrenamiento en un campo de tiro improvisado donde Nika enseña a disparar a su mujer.
Con Rehenes, no estamos visionando un nuevo trabajo de cine comercial de este director sino una íntima mirada al suceso con una larga investigación a sus espaldas tal y como él ha declarado. Una obra pequeña o proyecto personal para público y festivales, como la Berlinale o el de Edimburgo que no pretende sacar grandes ganancias sino presentar el trabajo de siete largos años con entrevistas a testigos y visitas a archivos oficiales de Georgia.
Ni ellos ni sus padres pudieron salir, solo una superviviente años después con la apertura del país pudo cumplir el sueño de todos, de ella misma y ver un Occidente que antes estaba vedado, nos recordó que es muy triste que la libertad tenga que pelearse y que algunos sean esclavos de unas ideas que en nada coinciden con las suyas llevándolos a cometer actos desesperados que en ocasiones dañan su propia vida o las de los demás. No hace falta que huelan a chamusquina o a azufre alrededor para darse cuenta que viven en el infierno. Rezo Gigineishvili lo sabía, ahora nosotros…
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