Salimos después de 17 días de la pesadilla de las agujas, los termómetros, el lamento por los dolores en el costado, las noches en vela, el frío, la incertidumbre, la enfermedad, y regresamos los cuatro por fin a casa. Alicia se negó en banda a desmantelar el árbol de Navidad aduciendo que aún no habían venido los Reyes Magos. Y es cierto: aún no han venido, como tampoco llegó el Fin de Año. Eso llegará mañana por la noche, cuando por fin, como les hemos prometido, los tres muñecos que tantas veces observamos trepando las fachadas a través de las lunas del coche en los odiosos recorridos diarios al hospital salten al balcón y atiborren el salón de regalos.
Todavía llevo esos regalos en el coche, escondidos en el capó, después de que los comprara el mismo día en que Pablo ingresó por primera vez. Desde entonces no he tenido fuerzas o espíritu para subirlos a casa. Pero mañana, de madrugada, todos acabarán allí, convirtiendo el salón en una juguetería improvisada.
También mañana, después de preparar el escenario, Espe y yo celebraremos el Fin de Año. Tengo todavía en el frigorífico un par de latas de uvas sin piel y sin pipa de hace un año, pero he mirado la caducidad y no prescriben hasta 2015. Así que pondremos –ya lo he pensado- el portátil en el salón y buscaremos en Youtube alguna retransmisión televisiva reciente de Fin de Año. Puesto que no es más que una convención, por qué no poner, qué se yo, la retransmisión del año, por ejemplo, 82, o del 92, el año de la Expo y de los Juegos Olímpicos. Si no hay vídeos de aquel entonces, elegiré la que más me repela, alguna verdaderamente hortera y repugnante. Una de la era Berlusconi en Telecinco puede estar bien. Nos ayudará a adquirir la perspectiva lisérgica que el momento precisa, nos infundirá esa alegría cínica que le viene bien a nuestros cuerpos, ahora que la enfermedad ha pasado de largo y todavía tenemos la sonrisa nerviosa instalada en nuestros rostros.
Y brindaremos, claro, con champán. Celebraremos la entrada de este año perro que tiene a todos ojerosos, cabizbajos, meditabundos, cenizos. El año de la gran incertidumbre, de echar los restos del esfuerzo, de los dientes apretados y la puerta con vistas al abismo. Será el primer Viernes 13 de este año 2011, la primera efeméride popular del año consagrada al terror, que nosotros intentaremos vivir como una Nochevieja que llega con retraso pero sobre todo como la Gran Gala de celebración de una alegría imprevista. La alegría que nos infunde sentirnos saludables y vivos en medio de un montón de escombros.