Reírse de Janeiro
20 diciembre 2013 por cuinpar
Hace un par de semanas cumplí 34 y lo cierto es que me están empezando a pesar los años. Ustedes dirán que 34 no son nada, y que soy una jovenzuela y que estoy estupenda y que fuerte bobería (¡díganlo, por favor!), pero el caso es que eso, junto con el cansancio del curro acumulado que no avanzo por mucho que quiera y con un par de asuntos más que me rondan la cabeza, me quiere apesadumbrar. Afortunadamente tengo una herramienta de defensa bastante poderosa, (cuando funciona, que no es siempre) que me aguanta la quijada por debajo y no la deja llegar al esternón. Mi truco consiste en contar todos los chistes malos del mundo y reírme hasta que la persona que tengo enfrente se ríe conmigo; hacerle muecas a los niños que van en el coche que se para al lado en el semáforo; llamar disimuladamente a los perros que descansan obedientes al lado de sus dueños en las terrazas; cantar desafinando y a gritos… Comportarme como una chiflada, vaya, pero pasármelo bien y contagiarme de la risa que pueda provocar. Al arsenal de chifladuras, últimamente, se ha unido un arma nueva. He empezado a responder a los correos electrónicos como si estuviera en la guerra, con la rutina de unos días muy similares, sentada en mi camastro, con las bombas de fondo:
“Querido A.,
Aquí las cosas son simples, el general nos trata bien y nos quiere, el combate es duro, el terreno yermo, la vida tensa de los que no saben qué pasará dos horas más allá. Dios no ahoga, pero aprieta, y si es verdad que hoc non pereo habebo fortior me, se nos deben de estar poniendo unos bíceps que te cagas. He comprado medicamentos para la tuberculosis, latas de albóndigas, una manta pequeña que casi no tiene agujeros. Lo malo no son las bombas, son las alarmas.
Dese por saludado, con mi habitual educación.
I.”
Lamentablemente, nadie parece apreciar este sentido del humor.
