Héctor Abad Faciolince.
El cultural de España ha invitado a seis escritores latinoamericanos para hablar sobre la violencia en la literatura. Héctor Abad Faciolince y Evelio Rosero es la cuota colombiana. Leamos lo que nos cuentan los seis autores:
A pesar de la esperanza, el color sangre tiñe Latinoamérica desde hace siglos. Hay quien prefiere pensar que es la herencia del Imperio español, aunque resulte difícil aceptar que dos siglos después de las Independencias tantos pueblos sigan así, tiznados de muertos, sólo por culpa nuestra. Unos datos: más allá de la pintoresca estampa del presidente ecuatoriano Correa pidiendo que los presuntos golpistas le pegasen un tiro, en Colombia el homicidio sigue siendo hoy la primera causa de mortalidad, por encima de las enfermedades o el tráfico.
Otro: en México la violencia del nacrotráfico lleva cobrados más de 30.000 muertos en los últimos dos años. En los 90, hubo en Colombia más de 200.000 homicidios, cifra igual a la total de los años 40 y 50 juntos. Entre 2005 y 2008, se sumaron cerca de 45.000, pero también hay bibliotecas abarrotadas,y una curiosidad cultural incomparables, aunque, por ejemplo, en gran parte de Brasil no exista un teatro o una biblioteca, según reconoce el gobierno de Lula. Con todo, en México, Colombia, Cuba o Venezuela se sigue escribiendo en libertad, a pesar de que muchos sientan cómo percute un gatillo cuando van a escribir...
Colombia Hector Abad y Evelio Rosero “¿Alcanzó a verlos [a sus asesinos] mi papá, supo que lo iban a matar en ese instante? Durante casi veinte años he tratado de ser él ahí, frente a la muerte, en ese momento”. Estas líneas de El olvido que seremos (Seix Barral, 2006), el libro que Héctor Abad Faciolince escribió sobre el asesinato de su padre, explican mejor que ningún editorial de qué hablamos cuando hablamos de literatura y violencia.
“Bueno -dice Héctor Abad- si la violencia viene a tocar a la puerta de tu casa, y además eres escritor, ¿cómo ignorarla, cómo volver la vista o la cara para otro lado y vivir y escribir como si nada hubiera ocurrido? No creo que nadie sea capaz. Hasta el menos comprometido y realista de los escritores, Borges, escribió sobre la violencia padecida por sus abuelos, sobre la cárcel padecida por su madre. La violencia es como el calor, como el mar, como las montañas. Si uno escribe desde un barco, frente a las olas, o sumergido en el calor, con vista a las montañas esto se refleja en la escritura. Son datos ineludibles. La violencia es como un caldo, como el aire: la violencia está ahí y no puedes ignorarla. No es lo mismo escribir en Suiza que escribir en Colombia. Suiza es mejor para vivir; Colombia es mejor para escribir. Pero prefiero la vida a la escritura”.
-¿Puede algo un escritor contra la violencia polìtica?
-No puede nada. Las palabras son impotentes y los libros son un pésimo escudo contra las balas. Pero tienen algún sentido, de todos modos: hacen que el horror se sepa y si hay una conciencia moral en los seres humanos, en algunos, las palabras ayudan a que la violencia no se perpetúe, a que el horror no se repita, a que unos pocos actúen contra la barbarie”.
Por el contrario, Evelio Rosero (Bogotá, 1958), dice que no, que el escritor lo puede todo, aunque reconoce que la violencia “influye como influye la realidad, cuando es tremenda, visceral y colectiva, cuando se impone hasta en la cotidianidad. Sus consecuencias, por supuesto, son distintas, en los distintos escritores. Eso lo hace mejor, plural, multifacético. Y, sin embargo, todos venimos de ella -la violencia-, hacia ella vamos, y, sobre todo, contra ella, mediante el mismo reflejo de la violencia y los violentos, porque se trata de un reflejo cuestionador.
Autor de una novela, Los ejércitos, galardonada con el premio Tusquets en 2007, que nació ante “la diaria indiferencia que se apodera del país ante una realidad cruel -secuestros, desaparecimientos”, niega la mayor y asegura que la literatura, contra toda evidencia, “lo puede todo, si la obra es legítima, quiero decir, de auténtico arte literario. La obra es modificante de conciencia; ningún hombre es igual después de leer un libro de verdad; se enriquece del otro, aunque ese “enriquecimiento” sea la misma desolación. Pero es un compartir humano, que se prende de la memoria, que no se olvida nunca. Por eso un escritor lo puede todo contra la violencia política; no es un logro inmediato, como el que puede lograr un programa de televisión, pero es más profundo y determinante, siempre y cuando el libro llegue al lector.
Centroamérica Horacio Castellanos Moya A Horacio Castellanos Moya (Tegucigalpa, Honduras, 1957), la violencia en su país de adopción, El Salvador, le obligó a huir a Canadá a finales de los años 70. Costa Rica, México, España, Alemania, Estados Unidos o Japón son otras estaciones de un exilio que sólo hace poco ha logrado terminar. ¿O no?
“Las sociedades centroamericanas -explica- han padecido un creciente nivel de violencia en las últimas décadas. Primero una violencia política, que luego se recicló en violencia criminal. Son sociedades aterrorizadas en las que la criminalidad es la comidilla diaria. Los sistemas democráticos han sido incapaces de contener o disminuir este fenómeno. La literatura que surja de semejantes sociedades no puede ser ajena a esa atmósfera en que la violencia lo permea todo. Si el escritor es una especie de radar de su época, su obra reflejará de una u otra forma ese clima violento, no porque el escritor se lo proponga, o porque tenga una ‘agenda' sobre la violencia, sino porque esa es su levadura. La violencia genera pasiones muy fuertes, extremas: odio, venganza, rabia, conmiseración, valentía. Y la literatura trata sobre eso, sobre las pasiones humanas.
-¿Y cómo influye en su obra?
-Quizá yo tendría que sentirme afortunado de que me haya tocado vivir en sociedades donde la violencia saca a flote las pasiones más profundas del hombre. Toda gran literatura ha procedido de ese tipo de sociedades, desde Homero y Sófocles, pasando por Virgilio y Shakespeare, hasta la gran literatura contemporanea, como lo puede comprobar usted con Vasili Grossman.
-¿Qué puede un escritor contra la violencia política?
-Si un escritor está interesado en combatir la violencia política lo que procede es que se olvide de la literatura e ingrese a un grupo, organización o partido para que le encuentre sentido a su causa y pueda hacer algo concreto al respecto. Si le molesta la compañía de los seres humanos, también puede comprar una pistola y aprender a disparar, de tal forma que cuando vengan a por él les salga caro. Y si no le apetece ninguna de estas opciones, porque lo que quiere es seguir escribiendo, lo prudente es que se largue antes de que sea demasiado tarde.
Cuba
Pedro Juan Gutiérrez
En la literatura cubana hay de todo: están los que huyeron, y también quienes se esconden o se resignan a sobrevivir o a gozar, simplemente, del día a día.
Poeta, novelista y pintor, Pedro Juan Gutiérrez (Matanzas , 1950), dice ahora que hay demasiada violencia en sus libros. “Hay de todo. Desde una poesía muy intelectual, muy elaborada, muy lezamiana, con un alto dominio del lenguaje y que se ocupa de cuestiones metafísicas, hasta una prosa dura, fuerte, directa, con libros muy buenos de Wendy Guerra, Angel Santiesteban, Leonardo Padura, Marilyn Bobes, Senel Paz, yo mismo, y otros más, donde hay un alto grado de violencia y de incorrección política, como debe ser. Aunque no hay tradición de una violencia muy acentuada en nuestra literatura. Creo que es un fenómeno que se ha agudizado en los últimos años, sobre todo de 1990 hacia acá, cuando comienza la crisis en el país tras la caída del Muro de Berlín”.
Lo peor es que, tras tanta violencia y represión, uno acaba como Pedro Juan, convencido de que el culpable puede ser él: “Hay demasiada violencia en mis libros. Un exceso de violencia. Yo mismo he estado inmerso en esa vida violenta del barrio donde vivo: Centro Habana. Y esa realidad brutal me ha impregnado hasta los huesos. Y eso que me controlo mucho, reduzco la realidad para hacerla creíble. Hay habaneros que viven en otros barrios mejores y creen que yo exagero. Pero no. Hace años que dejé de tomar notas y no hago caso a lo que sucede. Quiero cambiar mi cuerda. Escribir de otra cosa. Lo cual, supongo, es imposible. Pero no sé. No sé. El caos y el desorden reinan a mi alrededor y dentro de mi y se meten dentro de mis libros y me clavan los colmillos en la yugular”.
México
Ignacio Padilla
No es fácil convivir con la violencia. No en lo que fue el territorio sagrado del PRI durante más de un siglo, y hoy cada día uno, como Ignacio Padilla (México DF, 1968), se amanece con noticias de balaceras y cientos de muertos en ajustes de cuentas de los narcos o acciones de la policía, o lo que sea. Por eso, a veces, sea más sencillo hacer como Padilla ydecir que la violencia le afecta poco, sólo “como han influido en la literatura de todos los pueblos todas las emociones humanas, es decir, muchísimo. No concibo el arte sin la impronta de la violencia, la ira, el miedo, el amor, la dicha...
“O sea", dice, “la violencia en México o en la antigua Roma, los campos de exterminio en Polonia o los campos de prisioneros en Suráfrica a principios de siglo, me afectan y afectan mi escritura en la medida en que soy parte de la humanidad y para la humanidad escribo”.
Y no hay remedio: contra la violencia, el escritor, insiste Padilla, no tiene otra responsabilidad “que la de escribir la mejor obra posible. Nada, en principio, puede o debe hacer directamente contra la violencia política”.
Venezuela
Alberto Barrera Tyszka
Raras, impuntuales, sorprendentes... las relaciones entre literatura y violencia nunca han estado en Venezuela tan marcadas como ahora, por la “desigualdad”, confirma Alberto Barrera Tyszka (Caracas, 1950), ahora que “la violencia está demasiado presente en nuestras vidas. Es imposible mantenerse al margen. Tal vez por eso se está reinventando un nuevo tipo de literatura social o política en Latinoamérica. Escrita desde el fracaso, desde el miedo y la desconfianza. Es una literatura que busca dar cuenta de la realidad sin pretender definirla totalmente, sin ofrecer demasiadas conclusiones. Porque no queremos hacer periodismo. No nos interesa que la literatura se convierta en un editorial. Pero tampoco queremos negarnos a escribir sobre lo que estamos viviendo, sobre lo que nos afecta. La imaginación no se opone a la realidad”.
Premio Herralde en 2006 por La enfermedad, el poeta y narrador venezolano reconocer vivir “en un país con altísimos niveles de inseguridad y grandes problemas de pobreza. Nuestras estadísticas de criminalidad son altísimas. Caracas es una de las ciudades más peligrosas del mundo. Aparte de eso, también vivimos en una permanente situación de confrontación política. Tenemos un Presidente que es fundamentalmente militar, que cada semana amenaza con pulverizar a un enemigo interno o externo, que sólo entiende la política como una guerra… Supongo que nadie puede escapar de esto. Tampoco la literatura. La violencia ha venido convirtiéndose en un tema cada vez más recurrente en nuestro país. Pero también en una forma, en una experiencia literaria. La violencia política, casi siempre, se alimenta de la polarización. No tiene argumentos sino emociones, le huye a cualquier complejidad, pretende que los estereotipos sean una ideología. Me gusta pensar que la escritura es el lugar de las preguntas. Que está más cerca de las dudas y de las contradicciones que de los himnos y de las consignas. Eso también es una forma de no banalizar la violencia, de no convertirla en un espectáculo pintoresco, en otra de nuestras etiquetas de identidad. Los escritores somos ciudadanos comunes pero la literatura no puede sustituir al sistema de justicia. Aunque quizás sí pueda al menos arrimar unas preguntas, sumarle un poco de complejidad a las distintas versiones de la realidad que tenemos.