Revista Educación

Reivindico lo superfluo

Por Siempreenmedio @Siempreblog
Reivindico lo superfluo

¿Se acuerdan de aquella época en que la única responsabilidad que teníamos era acabar el horario en el trabajo y ya? ¿Aquel tiempo en que salir un jueves no suponía el más mínimo esfuerzo de pensamiento ni obra? ¿El momento en que trabajar después de haberte acostado a las 5 am apenas suponía una pequeña cuesta arriba que solventabas esa misma tarde en el sofá un ratillo de nada?

Aunque pasaras más horas de las debidas en el curro, algo muy frecuente en mi caso, la sensación de que el día era interminable sucedía con mucha frecuencia. Antes, las 12 de la noche era una hora perfectamente hábil, y no digo ya en modo fiesta, que también, sino para hablar con colegas, tomar un té en el sofá de tu casa mientras escuchabas música, leías algo o simplemente estabas de cháchara con alguien que, como tú, tenía días de 48 horas.

La edad, dicen muchos, pero no puede ser la edad, o al menos no solo la edad. Porque no me refiero al cansancio de los años, sino a la sensación de que nos hemos ido cargando poco a poco, sin darnos mucha cuenta, con una mochila de responsabilidades, algunas a posta y con nocturnidad y alevosía -niiiiiiiños-, pero otras seguro que si las analizamos son chorradas autoimpuestas.

Así que he decidido rebelarme contra esa ' responsabilidad' prescindible, esa que todavía no he terminado de identificar del todo, al menos en mi caso, pero seguro que existe, porque tengo el firme propósito para 2020 -propósito, digo, jajajajaja- que una vez las detecte, pienso erradicarlas.

Llevamos años dándonos cuenta de lo realmente importante cuando nos pasa algo grave o a nuestro alrededor vemos las barbas de nuestro vecino arder. "Y yo quejándome por esta chorrada", me digo siempre. Pues no te quejes, joder. O quéjate, pero no siempre al mismo, así la carga es menor y el llanto se reparte.

Un buen amigo de algunos de quienes escribimos en este blog me trasladó hace ya años la sensación que tuvo durante algún tiempo y que yo experimento con frecuencia: la impotencia de no poder pasar de lo urgente a lo prioritario.

Si no llegamos a lo prioritario, imagínense a lo superfluo. Así que yo hoy reivindico lo superfluo como derecho a detenernos en cuestiones simples que no generen más riqueza y valor que el mero hecho de sentarte en un banco, mirar por la ventana, sentir que la lluvia te está mojando, hacer cualquier tontería y reírte de ti misma, acostarte cuando quieras, levantarte también... ¡oh, me gusta lo superfluo!

[Y ahora me saldrán los de la RAE con que el término significa 'algo que no cumple una función' y que lo que yo planteo sí la tiene, pero a mí me gusta la palabra con ese sentido que le he dado].


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