El problema de las relaciones existentes entre la Razón y la Fe es una cuestión fundamental en el pensamiento del siglo XIV. El averroísmo sostenía que Razón y Fe pueden ofrecer informaciones no solo distintas sino también contradictorias sobre los mismos contenidos (inmortalidad personal, origen del mundo). Tomás de Aquino rechazó que tal situación pudiera producirse puesto que la Verdad es única, la Razón y la Fe no pueden mantener afirmaciones incompatibles. Sus pronunciamientos han de ser armónicos y coherentes. Para Tomás de Aquino una y otra poseen contenidos comunes: Razón y Fe delimitan dos conjuntos con una zona de intersección cuyos elementos pertenecen a ambas. La tesis de que algunos contenidos son comunes a ambas implica que la Razón puede pronunciarse sobre ciertos artículos de la Fe. Esto supone un riesgo: que la Razón llegue a pronunciarse en contra de los artículos de Fe, como ocurrió con los averroístas. Sin embargo, posee una ventaja indudable y de gran alcance, que la Razón no se desvincula de la Fe, ni la Teología de la Filosofía. Por lo tanto, es posible un tratado filosófico de Dios en armonía con la Teología revelada; caben una antropología y una ética filosóficas (inmortalidad del alma, ley natural) acordes con la fe y la moral cristianas (el Decálogo).
El pensamiento del siglo XIV elimina esta zona de intersección entre Razón y Fe. Si para Tomás de Aquino una y otra son fuentes de información distintas que proporcionan, en algunos casos, informaciones comunes, para Ockham se trata de fuentes distintas con contenidos distintos también. las proposiciones que Tomás de Aquino consideraba comunes a ambas son declaradas ahora indemostrables racionalmente y, por tanto, objeto exclusivo de la fe religiosa. El ámbito al cual tiene acceso la razón queda, de este modo, notablemente reducido. Este proceso limitador culmina con Ockham.
Ya Duns Escoto niega -por lo que se refiere al tema de Dios- que varios atributos divinos sean estrictamente demostrables. La Razón, puede demostrar la existencia de Dios, y Escoto formuló pruebas interesantes al respecto. Pero atributos divinos como la omnipotencia, la inmensidad, la omnipresencia, la justicia, la misericordia y la providencia no pueden ser demostradas por procedimientos filosóficos, exclusivamente racionales: pertenecen al ámbito de la Fe.
Ockham es más radical si cabe. No sólamente los atributos sino la existencia misma de Dios es indemostrable por la Razón. Ockham llega a esta conclusión a partir de su modo peculiar de interpretar la causalidad, el conocimiento que el hombre tiene de las causas y los efectos. Que los fenómenos poseen causas es innegable, a juicio de Ockham. Este principio general no basta para determinar cuál es la causa en cada caso. Supongamos que apreciamos la dilatación de un metal. El principio general de que los fenómenos poseen causas no garantiza que tal dilatación tiene una causa, pero no nos sirve para decidir cuál es la causa precisamente en este caso. Solamente la observación nos permite saber cuál es la causa concreta de cada fenómeno. Pues bien, esta interpretación de la causalidad hace imposible la demostración de la existencia de Dios: podemos estar seguros de que hay una causa primera de la cual proviene el Universo, pero, al carecer de la observación necesaria, no podemos concluir definitivamente que tal causa sea el Dios creador objeto de la fe cristiana. Con su concepción de la relación entre causas y efectos y de nuestro conocimiento de la misma, Ockham se adelanta a las teorías empiristas modernas y cabe considerarlo como un precursor de Hume.