Cuadro: Sol ardiente de Junio. Frederic Leighton
La mujer ha sido socialmente objeto de intercambio (en determinado momento histórico era la norma que las familias de la nobleza “entregaran” a su hija en matrimonio sin consentimiento de la misma) a cambio de poder, prestigio o dinero. La mujer del amor cortés (una producción de los trovadores) era también una mujer objeto. Pero esto, que nos puede parecer algo del pasado, sigue ocurriendo actualmente, no sólo en la realidad material (en algunos países las niñas siguen siendo vendidas por su familia) sino también en la realidad psíquica, de tal manera que hay mujeres (o todas las mujeres en algún momento) que se posicionan en este lugar de objeto del deseo del hombre. En esta posición lo único que importa es el goce de él, el goce de ella queda supeditado al de él: si él goza, ella goza porque él goza. En esta posición de objeto, a ella lo único que le interesa es sentirse amada, no le interesan ni siquiera las características de ese amor, simplemente buscan que alguien les diga que las ama.
Con respecto al amor, hay dos tipos de elección de objeto amoroso. Una forma narcisista, en la que se elige según la propia imagen de uno, y otra forma de apoyo o anaclítica, en la que se elige según modelos parentales (un hombre o una mujer que le recuerda al sujeto a su madre o a su padre)
Volviendo a la posición de objeto que la mujer toma a veces en una relación, tenemos que tener en cuenta que eso es un reducto histórico, a ella le resulta más fácil mantener esa posición que adquirir una posición de sujeto, de amante en lugar de amada. Poder expresarse en su singularidad en lugar de en función de su pareja.
Con respecto al objeto erótico, en el acto de amar, el objeto debería ser contingente, es decir: cuando se ama lo importante es amar y no tanto a quien se ame, sin embargo, en este tipo de relaciones se observa que el objeto se concibe como necesario, es como si pensaran que ese es el hombre al que aman y no puede ser otro, hay una fijación del objeto.
Continuará…