“Todos me van a culpar, no?” Carlos de Inglaterra al conocer la noticia de la muerte de Lady Di.
Lady Diana Spencer princesa de Gales. ha sido un personaje controversial tanto durante su corta vida como después de su muerte. Nacida en Norfolk (UK) el 1 de Julio de 1961 en el seno de una familia aristocrática, probablemente hubiera permanecido en el anonimato si no hubiera sido por su matrimonio con Carlos Príncipe de Gales, heredero al trono de la añosa monarquía inglesa, ocurrido el 29 de Julio de 1981.
¿Fue la suya la historia de una tragedia? o ¿Fue una exitosa iniciadora de la manipulación de la social media? ¿Fue la víctima de una infancia en permanente búsqueda de afecto o una consumada actriz ávida de fama?
Probablemente fue todo eso y mucho más aún y puede que hayamos simplificado el relato de este drama romántico al estilo Jane Austen, hasta creer que simplemente se trató de “la princesa rebelde” que no pudo soportar no ser amada por su esposo, fue una víctima de la prensa y una abanderada de los marginados”.
En realidad, el análisis de los datos existentes permiten concluir que Diana Spencer se encontraba afectada por un síndrome compatible con el Trastorno Límite de la personalidad con episodios reiterados de depresión profunda, bulimia, ataques de ira y automutilación.
Esos rasgos prexistentes se agudizaron por el cambio de vida que supuso para una joven de apenas veinte años y sin experiencia de ningún tipo ser parte de una de las casas reales más tradicionales y rígidas de Europa, aún perteneciendo ella misma a la aristocracia.
Por su parte, el Príncipe Carlos de Gales compartió con Diana una infancia desgraciada en lo que a apego seguro y confianza básica se refiere, aunque por diferentes razones. Del análisis de sus cartas, sus declaraciones públicas y algunos escritos, se puede inferir que sus rasgos emocionales y conductuales están más cercanos a una estructura de base depresiva, con tendencia a la introversión, a una autoexigencia extrema, cierta pasividad, un espíritu reflexivo y la sensación de ser culpable e inadecuado.
Esta fue una relación en la que ambos fueron personas tóxicas para el otro y victimas de un sistema de valores perverso, tanto desde el punto de vista institucional como social.
Es muy posible que Diana no haya recibido un tratamiento adecuado, ni siquiera un diagnóstico adecuado, habida cuenta que es recién en 1980 que el Trastorno Límite de la Personalidad entra por primera vez en el DSM, la clasificación categorial de los trastornos mentales.
Y aún en esa instancia, su validez era aún muy limitada, debido a su precariedad clínica para identificar una serie de síntomas que parecían no tener nada que ver con la psicopatología. ¿Era un problema de salud mental o una personalidad inmadura o caprichosa lo que aquejaba a la joven y -como no podía ser de otra manera -bella princesa?
¿Y Carlos? el ya no tan joven príncipe se encontró enfrentando el mismo dilema que había sacudido las raíces de la monarquía inglesa con la abdicación de Eduardo VIII en 1936.
Su relación con Camila Shand -luego Parker Bowles- era objetada por el establishment real que lo empujaba a buscar la mujer “correcta” definida como alguien más joven y manipulable, dispuesta a aceptar las reglas del juego.
Los sentimientos no entraban en la ecuación y eso no era un problema para la monarquía hasta que su tío Eduardo se enamoró de Wallis Simpson, esa señora americana poco agraciada y divorciada dos veces.
Si bien en los círculos de la realeza la infidelidad parece haber sido históricamente “una forma de vivir”, debido a que las parejas reales pocas veces se armaban desde el amor cortés, se respetaba el protocolo sin discutirlo. Una amante jamás interfería en la vida pública. Así lo sabían Freda Dudley Ward o Thelma Furness, solo un par de las muchas amantes de Eduardo de Gales que habían aceptado mantener su perfil bajo. Pero Wallis Simpson estaba hecha de otra pasta y desde el comienzo dejó en claro que ella había llegado para quedarse.
Carlos tuvo que cargar con la cruz de esa historia, que -curiosamente- era la causa de que él mismo fuera “heredero”. En una increíble versión del “efecto mariposa”, repetía una triste historia al verse impedido de elegir libremente a su esposa, cosa que perfectamente podría haber hecho si Wallis Simpson se hubiera quedado quietecita y callada, Eduardo hubiera continuado siendo rey y ……largo etc.
No fue así y la personalidad de Carlos de Inglaterra encontró en su fallida relación con Diana una fuente inagotable de malestar y viceversa. Él simplemente había seguido el consejo de su tío Dickie Mountbatten, a quién amaba y respetaba, al elegir una joven de carácter dulce y sin pasado romántico y Diana reunía -en apariencia- ambas condiciones.
Creyó, ingenuamente, que podía llegar a desarrollar un cariño sincero por ella y quizás así hubiera sido en otras circunstancias, ella por su parte decía estar enamorada ¿Era eso posible?. Carlos y Diana se vieron solo 12 veces antes de su casamiento, ella tenia 20 años y él 32, ella desconocía casi todo lo relativo al claustrofóbico mundo de Buckingham Palace pero en los papeles parecía “perfecta” , virginal y aristocrática, deportista, entusiasta, moderna y con gusto por las actividades campestres. ¿Qué podía salir mal?
Es cierto que su educación no había sido la mejor, pero su esfuerzo por captar la atención del príncipe fue evidente para todos los que compartieron esos momentos y él necesitaba “resolver el tema”. A pesar de sus dudas, el 6 de Febrero de 1981 él le propuso matrimonio y Diana dio el SI en medio de un mar de sonrisas y miradas de costado.
Los problemas comenzaron inmediatamente después del compromiso, con la mudanza de Diana a una suite en Buckingham Palace. Casi no hubo encuentros con Carlos en esas semanas y la presión de su nueva situación terminó siendo un disparador de sus viejos síntomas : su ansiedad aumentó, sus estados depresivos, volátiles y cambiantes también y volvió a los a atracones y conductas de purga, como había hecho en su adolescencia ante el exceso de estrés.
Al mismo tiempo se fueron desarrollando unos celos enfermizos por Camila que pronto se transformarían en obsesión y rabietas continuas.
La primera interpretación del entorno tuvo que ver con “los nervios propios de los preparativos y las dificultades de adaptación a su nueva situación”. Carlos manifestó su preocupación pero ya estaba demasiado comprometido.
Algunas personas cercanas afirman que pronto detectaron una obstinación desconcertante detrás de la evidente vulnerabilidad emocional de Diana.
La luna de miel fue un completo desastre y Carlos estaba perplejo por sus cambios de humor . Al final, la reina, el príncipe Felipe y los otros miembros de la familia real se percataron que detrás de los desaires de Diana al protocolo que la hacían dejar la mesa antes de finalizar una comida o ni siquiera presentarse, había algo más que “juventud y rebeldía” pero la Reina Isabel, alérgica a la confrontación ni dijo ni hizo nada.
Carlos estaba solo una vez más y tampoco dijo ni hizo nada. Y Diana evidentemente tampoco ¿Qué buscaba? probablemente calmar su inestabilidad y su vacío, siempre había fracasado en todo lo que se había propuesto, lo académico, lo artístico y lo deportivo y ahora el desafío ya había sido logrado…. ¿Cómo seguir?
El habitual “Te odio, no me dejes!” de los vínculos de las personas afectadas por TLP se desplegaba en toda su ambiguedad.
Diana no creía necesario construir o pulir su rol. “Es aburrido” decía frente a cualquier intento de enseñarle sus deberes reales; había descubierto que bastaba con mostrarse cálida y cercana en público aunque era incapaz de sostener un compromiso afectivo duradero con su nueva realidad a la que valoraba como amenazante. Toda una semblanza de un típico escenario TLP.
Otro hito importante para tratar de entender el guion de ésta historia, fue el nacimiento del primogénito Guillermo de Cambridge en 1982 que desencadenó un cuadro de depresión post parto muy agudo, descrito por ella misma en la famosa y -ahora- controvertida entrevista que diera a Martín Bashir en 1995 :”Te despiertas por la mañana sintiendo que no quieres salir de la cama, te sientes incomprendida y con el ánimo muy bajo”, reconoció.
En esa entrevista también dice no haber recibido ayuda, no obstante hay constancia de su rechazo a cuanto psiquiatra y psicoterapeuta se le propuso. También sitúa en esa época el inicio de sus conductas auto lesivas y su bulimia y agrega:
“Cuando nadie te escucha, o si sientes que nadie te está prestando atención, todo tipo de cosas comienzan a suceder……tienes tanto dolor dentro de ti mismo que intentas hacerte daño por fuera porque quieres ayuda, pero estas pidiendo la ayuda incorrecta”, una perfecta descripción del mundo emocional de una persona afectada por TLP-
Pareciera que en ese momento, Diana pudo organizar el “relato” que la victimizaba y daba sentido a su conducta : “Ellos me enfermaron” “ellos son el enemigo”, refiriéndose al entorno de Carlos como aquellos que le causaban dolor al afirmar que era inestable y que debían internarla antes de que se convirtiera en una vergüenza para la familia real.
“Bueno, el enemigo era el departamento de mi marido (sus consejeros y secretarios), porque yo siempre recibía más publicidad que él, mi trabajo era mayor y se discutía mucho más que el de él”, dijo en esa ocasión.
Creemos que en esa entrevista, no había otra intención de su parte más que darle sentido entre tanta presión y tanta irracionalidad a todo lo sucedido en esos 15 años elevando su “personaje” por sobre el de los demás, en un intento de construir una identidad solo basada en la imagen, en lo que los otros ven, por aquello de que “solo cuando me miran soy”. Curiosamente, es la misma estrategia que, en forma menos exitosa, había intentado treinta años antes otra celebridad probablemente afectada de TLP, Marilyn Monroe
Según la historiadora Sally Bedell Smith, Diana comienza a odiar todo lo relativo al mundo de su marido, sus hobbies, el polo, sus pinturas, su gusto por la jardinería, incluso su amor por Shakesperare muy temprano en la relación. Buscar motivos de roces o peleas era una conducta habitual, le costaba mantener los espacios de privacidad mutuos, se dedicaba a recordar a su marido que nunca sería rey y a alejar a sus amigos más cercanos como los Parker Tomkinson o Nicholas Soames. Raro en alguien que supuestamente se había enamorado casi a primera vista.
“La perversa Camila ” se erigió en la causa de todos sus males, en realidad parece ser que Carlos recién retomará su romance con ella en 1986 cuando ya hacía rato que Diana se sentía espiada y paranoica y su segundo hijo Harry ya había nacido.
Carlos decidió pedir consejo sobre el estado de ánimo de Diana al filósofo Laurens Van der Post, después del nacimiento de Guillermo, quién sugirió que consultara con el psicoterapeuta Alan Mc Glashan quien solo mantuvo ocho sesiones con Diana asegurando que msi bien era una mujer con problemas emocionalesm estos no eran patológicos, contrariando así la opinión del Dr. Batten médico de la corte que había recomendado antidepresivos y psicoterapia cognitiva conductual.
No sabemos que opinó Carlos sobre las conclusiones del psiquiatra pero él mismo inició y mantuvo la psicoterapia con Mc Glashan durante 14 años hasta 1995 lo que habla -por lo menos- de un mínimo insight respecto a su necesidad de ayuda profesional.
En todo caso, nada funcionó porque nadie parecía entender qué pasaba, por qué pasaba ni cómo resolverlo . A las conductas ya señaladas se agregó con los años otro de los síntomas ocultos en el trastorno límite en forma de escarceos amorosos con personas de su servicio, guardaespaldas o choferes o profesores de equitación.
Como sucede en este tipo de relaciones, se instaló una permanente revancha en esa guerra no declarada y que claramente no podía tener ganadores, porque las relaciones tóxicas, por definición, solo admiten víctimas.
Golpeado por el impacto mediático que la publicación de libros como el de Andrew Morton que cuestionaban su capacidad como padre o como gobernante o la misma entrevista de Bashir ya comentada, Carlos sucumbió a la falta de cintura para enfrentar el canibalismo de una sociedad sedienta de mitos. Nada que un asesor de imagen no pudiera arreglar, pero todo fue inútil ante el carisma natural de la princesa que se movía como pez en el agua en ese mundo ávido de modelos a los que admirar y con los que identificarse.
Un mundo en el que cabían Naomi Campbell, La Madre Teresa de Calcuta y la misma Diana en esa crisis de los `90, caracterizada por la falta de certezas, el debilitamiento de las estructuras familiares y laborales, las nuevas enfermedades como el SIDA o las fronteras abiertas y permeables. En ese nuevo contexto es la información y su consumo lo que genera atención.
Por eso se impuso la veta histriónica de Diana que supo afianzarse como un personaje atractivo y, en algún sentido, resiliente con sus visitas a Somalia o India o en sus presentaciones públicas abrazando enfermos. Su osadía opacó para siempre los intentos de Carlos de exponer su interés por diversas causas y su compromiso con sus ideas, cosa que aún hoy sigue intentando hacer. Digamos que Diana estuvo en el lugar justo y en el momento socio cultural indicado y supo negociar con el Poder, el problema era que le faltaba un “para qué” más allá de su “venganza”.
Frente a la concreción de su divorcio su revancha llegó una noche de verano de 1994. La fiesta de Vanity Fair y el vestido negro de la diseñadora griega Christina Stambolian marcaron el inicio de una nueva etapa en la vida de Diana, “Una de las primeras cosas que hizo fue empezar a ponerse tacones”, cuenta David Sasson., “Sus faldas se acortaron, su ropa comenzó a ser cada vez más sexy y Diana se convirtió en la rutilante y glamorosa princesa que hoy recordamos”.
¿Qué pasó después? Durante dos años Diana siguió cultivando un perfil altísimo que si bien en muchos casos sirvió para – por ejemplo- poder hablar públicamente de su bulimia para concienciar sobre la importancia del cuidado de la salud mental, no parece haber logrado controlar su tendencia al permanente pasaje al acto y su dificultad en encontrar “SU” lugar en el mundo. No hay registro de que haya buscado apoyo psicofarmacológico y/o psicoterapéutico o realizado algún tipo de búsqueda de desarrollo personal
Mas bien todo lo contrario, su última relación con el imprevisible Dodi Al Fayed en esos nueve días de yate de Agosto de 1997 y su juego del gato y el ratón con los paparazzis hasta ese triste final a 190Km/h contra la columna 13 del Puente del Alma de la icónica Paris, son una metáfora de las múltiples tragedias personales de esta historia.
Su muerte -totalmente prevenible- es el broche final de una relación que enfermó a todos los involucrados y nos hace pensar en la responsabilidad que nos cabe.
Porque, si bien la historia de Carlos y Diana se entiende en el contexto histórico de los 90 y en la necesidad de construir mitos donde haya héroes y villanos, resulta que 25 años después una serie en una plataforma de maxima audiencia como es Neftlix, retoma el relato ahí donde el publico lo dejó, reafirmando el culebrón, obviando la responsabilidad de hablar de los aspectos no dichos de ésta historia y eludiendo la visibilización de los trastornos mentales que fueron parte del núcleo duro de cualquier explicación posible de lo que pasó.
Si los productores de la serie The Crown , 4 temporada, o su creador Peter Morgan, creen cubrir sus responsabilidades con un breve anuncio sobre los trastornos alimentarios al inicio de cada episodio, están muy lejos de entender que 25 años son muchos, que la ficción no es impune si pretende disfrazarse de verdad y que las fantasías debieran ser revisadas por respeto a las nuevas generaciones.
Las relaciones que enferman no pueden ni podrán ser evitadas pero estaría bien que dejáramos de temer llamar a las cosas por su nombre.
Fuentes :
Bedell Smith Sally : Prince Charles: The Passions And Paradoxes Of An Improbable Life
https://www.trastornolimite.com/
https://time.com/4918729/princess-diana-mental-health-legacy/
Morton Andrew : Diana, su verdadera vida. Ed. Emecé