La consigna de hoy era Escribe una historia protagonizada por una bandolera ligona. La verdad, como relato mola, pero también como inicio para una historia más larga ^^.
Alana no lo podía evitar, le encantaba tontear con los hombres guapos. Aunque dichos hombres guapos fueran sus víctimas y les estuviera robando sus pertenencias, dejándoles casi en paños menores. Especialmente si les dejaba en paños menores.
También era cierto que, dependiendo de cómo respondieran a su coqueteo, les trataba mejor o peor. Como a cualquier hombre cuando ligabas en una taberna, vamos. Por eso, al duque de preciosos ojos azules al que le había robado esa mañana le había tratado extremadamente bien: era un encanto, así que ni siquiera había apretado demasiado las cuerdas, para que le fuera sencillo desatarse.
Por desgracia, eso de que algunos hombres encantadores eran un peligro también debía de ser cierto, porque apenas le había dado tiempo a alejarse y ya le tenía encima, armado y a todas luces buscándola. Estaba tan cerca que no se atrevía a ir a su guarida, así que escondió su botín entre unos matorrales y se dedicó en cuerpo y alma a intentar que perdiera su pista.
Era bueno, pero ella lo era más y pronto se supo a salvo.
-¿Qué hace una chica como tú en un sitio como este? -preguntó una voz a su espalda. Alana se giró para encontrarse cara a cara con duque Ojos Azules.
-Bueno, una belleza como la mía tiene que cuidarse mucho y este bosque está lleno de plantas perfectas para hacer potingues -respondió con un guiño y una sonrisa que ocultaban su sorpresa. Apoyó entonces la mano en la cadera, seductora y a la vez muy cerca de la empuñadura de su cuchillo.
-Todo por mantener esa belleza, aunque deberías tener cuidado, en esta zona ronda una peligrosa bandolera -rió él.
-Hace pocas horas me ha desarmado y me ha robado todas mis pertenencias. -Ojos Azules comenzó a acercarse con lentitud, y ella retrocedió a la misma velocidad a la que él avanzaba.
-Entonces deberías estar en tu casa, recuperándote del susto.
-Es que, además de mis cosas, me ha robado el corazón -bromeó él. Luego, en un movimiento que casi no pudo vislumbrar, se acercó a Alana y la inmovilizó con un abrazo-. Además, tengo una oferta que hacerle.
-Cuidado, Ojazos, que ibas muy bien. Yo no vendo mi cuerpo -replicó ella, incapaz de soltarse pero preparada para hacerlo al menor descuido de él.
-Pero sí tu espada, espero. Seamos sinceros, soy uno de los guerreros más letales de este reino y te podría haber reducido fácilmente cuando me robaste, pero quería probar de qué pasta estás hecha -susurró él en su oído.
-¿Y de qué pasta estoy hecha?
-Guerrera aceptable, buenos modales cuando quieres, ingenio agudo, honorable a pesar de delinquir, te mueves bien en el bosque. Justo lo que necesito. O, más bien, lo que necesita mi hermana.
-¿Tu hermana? -repitió Alana, desconcertada.
-Hay una conspiración en las altas esferas para matarla. Necesita un guardaespaldas, pero si le pusiéramos uno los asesinos sabrían que estamos prevenidos. Sin embargo, una dama de compañía con dotes de guerrera...
-¿Y delincuente? -rió la bandolera-. ¿Me dejarías suelta en un castillo, o palacio, o donde diablos vivas? ¿Y a cargo de tu hermana, para que corrompa su delicada inocencia?
-No te confundas, mi hermana no tiene nada de inocente. Pero la espada no es lo suyo y tiene que preocuparse de otros asuntos, no puede estar todo el día pendiente de posibles amenazas. Tú darás el pego con un poco de pulido y te podrás encargar de eso. En cuanto a lo de dejarte suelta, no me preocupa. Conozco tu historia, o al menos buena parte de ella. En cualquier caso, no necesitarás robar, porque tendrás una paga más que generosa.
-Y, si la paga es tan generosa, ¿por qué acudes a mí? Habrá cientos de mujeres dispuestas a aceptar el puesto.
-¿Hábiles con la espada y con agallas para enfrentarse a hombres armados, pero a la vez bonitas y con buen porte para pasar por nobles refinadas? ¿Y que además no sean guerreras reconocidas por los hombres que quieren hacer daño a mi hermana? Yo diría que no hay tantas. Además, hacía mucho que no disfrutaba tanto con la charla de una mujer.
Alana no lo podía evitar, aparte de tontear, su otro gran defecto era tomar decisiones precipitadas e impulsivas, sobre todo cuando había un hombre guapo de por medio. Así que, sin preguntar por más detalles, preguntó:
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