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Relato Concurso COMPASES ROTOS

Publicado el 14 marzo 2014 por Pfroche @RochePF

Me complace mucho (muchíiisssimo) anunciar que he quedado en elSEGUNDO puesto del

1ºConcurso de Relatos del blog COMPASES ROTOS.Mil gracias a la administradora LENA por darme ese gran honor. ¡¡Soy feliz!! >o<

[Click AQUÍ para ver el fallo completo del concurso]
Y por supuesto, voy a compartir con todos vosotros mi relato del que estoy considerablemente orgullosa. ¡¡Espero que os guste!!
EL MONSTRUO QUE HAY EN MIRelato Concurso COMPASES ROTOSLa soledad es una sombra oscura y siniestra que te acecha y te absorbe tan rápido que no te da tiempo a huir. La soledad es el abandono, es la tristeza, la desesperación... Y también la locura. 
No sé si estoy loco o si una vida miserable me hizo así, pero lo que sí sé con absoluta certeza, es que soy un monstruo.
Dicen que nadie nace siendo malvado, del mismo modo que nadie nace sabiendo hablar o caminar. Todo eso es algo que se aprende. Pero ¿Dónde aprende alguien a ser un asesino, un criminal? Algunos expertos opinan que es una tendencia que se adquiere en la infancia, como consecuencia de una educación abusiva o de algún acontecimiento traumático. Sin embargo yo creo que hay algo más. Dentro de mí hay algo que siempre ha estado ahí, que ha nacido y crecido conmigo, arañando la superficie de mi ser, queriendo salir. Algo que no puedo controlar, que me domina... Y que me gusta. Cuando era niño ese lado oscuro, mi parte monstruosa, comenzó a despertar.Tenía sueños terribles y siniestros. Sueños en los que destrozaba y desmembraba el cuerpo frío e inerte de mi padre, quien nos había abandonado a mi madre y a mí tiempo atrás. Sin embargo, lejos de asustarme, esos sueños me tranquilizaban, me daban una paz que ninguna otra cosa podía proporcionarme. La muerte me parecía hermosa y liberadora.Al quedarnos solos, mi madre se dio a la bebida, convirtiéndose en la segunda persona que me abandonaba a lo largo de mi corta existencia. Terminé viviendo en un orfanato regido con mano de hierro por una comunidad religiosa. No llegué a comprender nunca a qué tipo de Dios veneraban, que predicaba la bondad y la virtud, y sin embargo permitía a sus siervas abusar y maltratar a unos pobre niños.La vida en aquel lugar fue un Infierno. Mi monstruo personal no paraba de retorcerse y de forcejear para que le dejase salir, para que le permitiese encargarse de aquellos que me hacían daño. Sin embargo nunca lo consiguió. Continuó cautivo dentro de mí, alimentándose de mi odio y de mi tristeza y haciéndose cada vez más fuerte, cada vez más astuto. Esperaba su oportunidad.Con el tiempo conseguí salir de allí, empezar una nueva vida que parecía darme una segunda oportunidad. Mi monstruo se calmó, se fue haciendo pequeño hasta que casi no lo sentía. Llegué a creer que había desaparecido, que si nadie me hacía daño mi monstruo ya no era necesario.Sin embargo, nadie vive toda una vida sin sufrir, tarde o temprano siempre hay alguien que nos hace daño. Por tercera vez en mi existencia, sentí el abandono de una persona amada. Volví a quedarme solo, pero era lógico... ¿Quién podría querer a alguien como yo? ¿Quién podría soportar y compartir una vida tan oscura como la mía?La gente como yo son como agujeros negros que se tragan todo lo que hay cerca. Se tragan las estrellas, su luz, y aunque parezca que todo brilla más cuando está a punto de ser atraído por su inmensa gravedad, lo cierto es que sólo es una ilusión.Yo quería matar. Necesitaba probarlo, saber si era igual que en mis sueños y mis fantasías. Cada vez que pensaba en intentarlo, mi monstruo revivía, daba saltos de alegría en mi interior. Sabía que no podría mantener esa sed a raya por mucho más tiempo pero también sabía que si dejaba salir al monstruo yo podía terminar en la cárcel o peor, muerto. Si iba a hacerlo, tenía que planearlo.Y fue así como lo decidí. Sólo tenía que escoger a quién iba a matar. Debía ser alguien que no me conociera, a quien no pudieran relacionar conmigo. Debía ser una persona a quien nadie echara de menos, alguien solitario y sin familia. Alguien como yo. Mi monstruo se regodeó en mi interior.Sería como matar a una versión de mi mismo, a la parte de mí que odiaba.Una tarde, dando un paseo, un hombre se me acercó en un callejón. El pobre diablo me pedía una limosna para poder comer. Olía a vino rancio y a suciedad. Estaba solo, abandonado. En mi interior, el monstruo me hizo una señal. Fue fácil convencerlo para venir a mi casa, prometiéndole un plato de comida y un lugar donde descansar. Casi tuve ganas de reír al ver cómo él aceptaba, desesperado por mi ayuda, y me pregunté si en algún momento yo hubiera podido ser tan incauto, tan miserable.Lo cierto es que le di lo que le había prometido. No lo maté hasta que estuvo limpio y con el estómago lleno. Fue un justo pago, ya que gracias a él por fin saciaría mi sed, y de todos modos iba a hacerle un favor, a acabar con su sufrimiento porque, ¿No es mejor morir que vivir en tal miseria?Durante muchos años, yo había deseado morir antes que continuar con la vida que tenía. Aquel hombre era mi reflejo.Había decidido que no iba a usar ningún arma, sería demasiado impersonal y yo no lo sentía así. Además no me gustaba la sangre a pesar de todo. No, le mataría con mis propias manos alrededor del cuello. Lo rodearía y después presionaría. Vería en sus ojos cómo la falta de oxígeno apagaba poco a poco su mirada, cómo el aliento se le escapaba. Todo terminaría y no quedaría más marca que una leve rojez en torno a su garganta. Sería perfecto, casi como una obra de arte. Y lo fue.Cuando el hombre dejó de forcejear y supe que había muerto, mi monstruo vibró contra los límites de mi conciencia. Nunca antes lo había sentido así, tan intenso, tan real. La sensación que me invadió entonces fue algo que no supe reconocer, era más que satisfacción, más que placer... Era euforia. Comprendí en ese momento que ya nada iba a poder detenerme. Que para mí la felicidad era sentir que podía arrebatarle la vida a alguien, que estaba en mis manos permitir a otra persona respirar durante un minuto más, o quizá durante una hora.Por fin, después de todos esos años, entendí que aquel monstruo que yo creía que estaba en mi interior, en realidad era yo, mi verdadero yo. Siempre había sido yo. Y ahora era libre.

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