Otro relato con una portada de las que prediseñé. Este ha quedado un poco en la línea de lo que sugiere la portada, pero bueno, no ha quedado mal del todo.
Nadie entendía por qué había abierto el Cupcake café en un lugar como ese. Las magdalenas eran bonitas, sí, pero también carísimas. En un barrio donde la mayor parte de la población eran jubilados, con suficiente tiempo libre para hacer sus propios dulces y escasos ingresos, no tenía mucho futuro.
La dueña, que llevaba una semana con el local abierto y ningún cliente, comenzó a plantearse el cierre. No obstante, esa misma tarde todo cambió. Dos amigas quedaron, como cada lunes, para tomarse un café. Llovía, y el bar donde siempre se veían estaba a rebosar de gente, así que decidieron entrar al Cupcake café para estar más tranquilas. Allí, se dieron cuenta de que, a diferencia de cuando estaban en el bar, se sentían cómodas. Además, para qué engañarse, serían caras, pero esas magdalenas sabían a gloria y el café no era el aguachirri que acostumbraban a servir en el bar.
Estaban a punto de irse cuando una amiga, al verlas a través del escaparate, decidió entrar a saludar y tomaron otra ronda de dulces. Cuando por fin llegó la hora de marcharse, decidieron convertir el local en su punto de encuentro, y hablaron tan bien del sitio al resto de sus amigas que todas acabaron por frecuentarlo.
Poco a poco, se corrió la voz y el Cupcake café comenzó a ganar clientes. Tantos, que la dueña tuvo que contratar más personal, mucha gente tenía que esperar un buen rato para conseguir mesa y más de una vez tuvo que cerrar antes porque se agotaron sus existencias. No obstante, había tres clientas que siempre tenían asegurados tanto una mesa como sus cupcakes favoritos: las tres mujeres que habían salvado su negocio dándole una oportunidad gracias a un día lluvioso.
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Todos los relatos cortos y personajes de este blog son ficticios. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia