Y tras muchísimo tiempo (siempre demasiado) esta vieja sección de Grandes Relatos, mi más favorita y maltratada vuelve a publicar; y lo hago con un nuevo relato corto (los anteriores, están aquí, donde siempre).
La historia de como surgió es tan curiosa como la propia narración, ya que está inspirada en un sueño que tuve hace muchísimos años (y que anoté como idea para un relato), pero tranquilos, no os esperéis nada surrealista o de influencias dadaístas, pues nada más lejos de lo que he escrito; de hecho, he tenido que hacer múltiples cambios y reorganizarlo bien narrativamente para que al leerlo tenga la coherencia y cohesión que el subconsciente nunca podría darle. Sin embargo no deja de ser interesante comentar esto, por comprobar de que forma tan curiosa surgen las ideas en ocasiones.
Todo ello sin mencionar los cambios en los personajes, pues uno de ellos ha pasado de ser prescindible en las primeras notas a acabar siendo un secundario de primer orden en la versión final. Es lo que tiene el proceso creativo.
En fin, aquí queda mi nuevo relato corto que es:
El campeón
El camarero estaba a punto de acabar su turno, pero Edu, el compañero que debía relevarle llegaba tarde, en consecuencia, le daba unos minutos de cortesía, más que nada porque tampoco quería cabrear a Ramón, el jefe, que sólo parecía pasar por allí en el momento preciso en el que estaban haciendo cualquier tontería que no debían. Por otro lado, su novia había quedado en recogerle allí mismo, así que no perdía nada. Cuando esas circunstancias se daban, al chico le gustaba vaguear, estar allí figurando pero sin hacer nada, y dado que llevaba más tiempo que Pedro, el otro trabajador en el negocio, aprovechar la coyuntura para reírse un poco de su compañero sobrecargándole de trabajo (aunque si era necesario, no dudaba en ayudarle) y diciéndole entre risas que él había terminado su turno mientras se sacaba el delantal con el florido nombre de la cafetería impreso, pero que rápidamente se volvía a poner, no fuera a ser que entrase repentinamente el propietario.
Dejar solo a Pedro en aquel día era especialmente divertido para el camarero, pues era uno de los pocos días del año en los que había mucho movimiento en el negocio; no se podía esperar más de una cafetería de un pueblo a la que solían acudir siempre los mismos habituales, vecinos a los que se saludaba todos los días y de los que todo el mundo sabía la vida y milagros, los cuales inventaban al más mínimo atisbo de base real las típicas chismosas de aquellos lugares. Pero, como ya se ha dicho, aquel día era diferente, por lo que la habitual pandilla de jubilados que formaban la peña del dominó, las amas de casa que aprovechaban para cotillear y tomar un café (aunque la bebida era una simple excusa para poder poner a caldo a alguien) antes de ir a preparar la comida para su familia, o el pseudointelectual provinciano que aprovechaba la oportunidad de leerse los suplementos culturales de los periódicos gratis a cambio de una consumición; tenían que ceder parte de su espacio habitual a lo desconocido. Y es que se veían muchos forasteros, lo que hacía que se percibiese lo especial de la fecha, pues se trataba de un lugar tan poco tocado por la contemporaneidad, que los pocos emigrantes de otros países que vivían allí, aún resultaban una fascinante novedad y un delicioso exotismo.
Sin embargo, esa pequeña invasión anual era muy bien aceptada por el lugar, ya que, de un modo u otro, las fiestas de san Cristóbal suponían un maravilloso revulsivo económico, social… etc, no es que fuesen unas grandes celebraciones, ni que fuesen reconocidas de interés cultural o con otro tipo de oficialidad, pero toda la gente de las aldeas de alrededor, e incluso de otros pueblos cercanos, seguía acudiendo de marcha a ellas. Sin duda habían cambiado mucho, como el propio pueblo, cada vez más urbanizado, pero para todas las personas del lugar lo habían hecho de esa manera imperceptible con la que se suceden los cambios cotidianos, sin brusquedad, sigilosamente, de una forma tan curiosa que, hasta mucho tiempo después, no te das cuenta de que ha sucedido, y entonces ya no te resistes porque, sin darte cuenta, ya has asumido el cambio.
Tal vez pensaba en todo esto el camarero de una forma abstracta, mientras veía sin mirar el lugar… hasta que algo captó su atención. Era otro chico, que estaba muy atento a su ordenador portátil; parecía un extraño anacronismo, no es que en el pueblo la gente no tuviera ordenadores o no viviesen con las tecnologías habituales, pero era extraño que las lucieran mucho; de hecho, que la cafetería en la que el camarero trabajaba tuviera wifi gratis era una especie de rasgo de sofisticación en un lugar en el que prácticamente ningún local más ofrecía ese servicio (y desde luego no cerca de allí); en realidad, el sólo hecho de que fuese una cafetería ya destacaba, pues el bar estilo tasca con clientes masculinos cuya mayor motivación e incentivo vital era tomarse algo hasta ponerse repulsivamente colorados, motivo por el cual acabarían teniendo la habitual discusión con sus esposas, era lo más común por aquel lugar.
Por eso aquel chico destacaba, todo en él transpiraba urbe, esa especial afectación que en zonas más rurales resulta totalmente fuera de lugar e incluso ridícula. El camarero no pudo evitar fijarse en él, y cuando dejó de prejuzgarle, de repente, cayó en la cuenta: “pero… ¿podría ser?… ¿es él?… ¿no se había ido a…?”, le parecía haber reconocido a alguien, una persona que no veía hacía mucho tiempo, con quien había compartido mucho y a la vez nada, alguien con quien, hasta cierto punto, lo había tenido todo en común, pero también en contra… pero habían pasado muchos años (y mucha vida por medio), no estaba seguro de si era él, pero, en medio de su confusión mental, su instinto de trabajador le dio la solución: ir a tomarle nota; tenía la suerte de que no le habían atendido y no podía haber mejor manera de iniciar un contacto.
De repente todo sucedió muy rápido: Pedro, el compañero del camarero comenzó a acercarse a la mesa del chico del portátil a la vez que la puerta se abría, y una chica muy mona entraba, era Noelia, la novia del camarero, con la que ya llevaba varios años, la cual le saludó alegremente aunque le urgió a irse con un “¿nos vamos?” lleno de obviedad y con una confianza descarada que sólo las relaciones amorosas que se han estabilizado se pueden permitir. El camarero miró rápidamente a la mesa del chico del portátil donde Pedro ya estaba anotando la consumición y se preparaba para irse a por ella. El camarero había perdido su oportunidad. Sin que se diera cuenta, también había entrado el compañero que le relevaba, mientras Noelia repetía impaciente “¿nos vamos?”, “sí” dijo secamente el camarero mientras cogía a su novia de la mano, y hacía un saludo de despedida a Pedro y Edu mientras se dirigían hacia la puerta del local.
Aún confuso, pero obligado a fingir seguridad para no tener que dar explicaciones que probablemente tampoco sabría como expresar, de repente tuvo ante sí algo que lo aturulló aún más. Ante ellos, en la calle principal del pueblo, que aquel día celebraría el primer día de su gran fiesta, se encontraban los feriantes montando las atracciones que por la noche deslumbrarían con sus luces y colores, que alegrarían el paseo de los locales y visitantes, que arrancarían gritos de gozo y carcajadas durante horas… y justo en frente de la pareja, comenzaba a esbozarse en su estructura, pero ya muy claramente, aquella barraca que durante un tiempo lo había sido todo: los coches de choque. Repentinamente, un sentimiento que creía apagado volvió como un rayo y fustigó el alma del camarero con esa mezcla de dulzura y crueldad que tiene la nostalgia y el saber que el pasado se ha quedado atrás. Su instinto le quería obligar a mirar hacia la ventana de la cafetería, para saber si el chico del portátil se había quedado también con la mirada clavada en la atracción, pero su raciocinio le obligó a no hacerlo. Afortunadamente, Noelia, también distraída con sus propias preocupaciones, que expresaba profusamente mediante el habla, no estaba lo suficientemente perceptiva como para ver que su novio no la escuchaba, y que, mientras le arrastraba de la mano hacia donde habían decidido ir, su pareja, apenas podía dejar de mirar como el feriante ponía el primer coche de choque en la pista, dispuesto a probarlo….
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Marcos se levantó completamente emocionado de la cama, aquel día comenzaba uno de los días que él más esperaba durante todo el año: las fiestas patronales de san Cristóbal. En su vida de adolescente, no había otro momento en el calendario que fuese más importante que ese, nada superaba lo que él creía que era cuando alcanzaba su auténtica esencia.
Por eso se vistió rápidamente y salió de casa para hacer algo que se había convertido en una tradición en los últimos años: ir a ver como se montaba la atracción de los coches de choque. Solía quedar con amigos para eso, pero a todos les parecía un rollo y una pesadez, un rato sí, pero quedarse allí todo el tiempo… pues no; así que, en un momento u otro, Marcos se acababa quedando solo. Pero no le importaba, porque cuando veía aquello, sentía como si estuviesen construyendo el campo de batalla en el que gritar su victoria, el podio donde alzarse con su triunfo.
Podría parecer una absurda y tonta exageración, y probablemente lo era, incluso para una edad en la que se tiende tanto al dramatismo; pero lo cierto es que los coches de choque se habían convertido en la vida de Marcos, no porque se pusiese a estudiarlos o intentara entender como funcionaban (de hecho, curiosamente, nunca había puesto ningún interés en ello), sino porque aquel era el único sitio en el que se sentía auténticamente realizado, en el que era alguien… el resto del año podría no ser nadie, podría ser parte de la masa, un número más en la lista… pero cuando pisaba la pista, todo el mundo sabía quien era, la gente le reconocía, adulaba, temblaba ante él, le envidiaban y odiaban… porque sabían quien era: Marcos, el campeón de los coches de choque.
Tal “título” podría resultar irrisorio en cualquier otro lugar, pero en un pueblo donde el momento álgido del año eran las fiestas del patrón, y de las escasas barracas, la única que no era lenta o era capaz de ofrecer algún tipo de emoción fuerte, los coches de choque destacaba como la gran favorita… o lo sería si no fuera porque la tiranía se había apoderado de una diversión de rebelde apariencia aunque realmente inocente.
Marcos recordaba perfectamente la primera vez que habían llegado los coches de choque a una fiesta, apenas había empezado la adolescencia, y resultaba una barraca extraña y curiosa, con esa velocidad y esas chispas saltando continuamente, que otros del pueblo, más “viajados”, ya se estaban atreviendo a inaugurar.
Años más tarde Marcos aseguraría, y nadie se atrevería a cuestionarlo, que él había sido el primero del pueblo que había tenido el valor para montarse en un coche de choque, y también que había dado varias vueltas completamente solo antes de que nadie tuviese la valentía de subirse a la atracción. Pero lo cierto es que no había sido así, al joven Marcos le asustaron aquellos artefactos en sus primeras impresiones y no entendía que gusto podía tener eso de chocar bestialmente los unos contra los otros, ni porque la gente se reía sin parar. Casi obligado por su madre, se montó en un coche solo, básicamente porque ella decía que se mareaba aunque realmente quería deshacerse del niño un rato para poder hablar con una amiga.
Y entonces comenzó todo, un peligroso alimento para una mente juvenil: la velocidad, la emoción, la adrenalina… todo ello rodeado de luces que provocaban una excitante confusión y la música a toda voz que enloquecía y exaltaba los sentidos. Pero la emoción apenas duró unos pocos minutos, puesto que un imbécil, un niñato abusón algo mayor, un profundo cobarde que nunca se hubiera atrevido con otro de su edad, chocó brutalmente contra Marcos; y se rió, se carcajeó repugnantemente por saberse impune de su vileza.
Al niño esto no le gustó; pero hay momentos en la vida en los que nuestras reacciones determinan quienes somos o quienes podríamos ser. Marcos podría haberse echado a llorar, o tal vez abandonar, sin más, enfurruñado la atracción y no volver, pero tomó una decisión muy distinta, una que determinaría su vida. Allí, con el coche paralizado en una esquina de la pista, vio como el abusón se alejaba carcajeándose repulsivamente, probablemente buscando su próxima víctima, entonces, aceleró, pisó a fondo, y con la rapidez de un rayo calculó hábilmente en que parte del lateral del coche de aquel imbécil tendría que centrarse para lograr el mayor impacto, y que además, le afectase menos a él mismo; con una intuición asombrosa, acertó, y el abusón por poco sale despedido de su coche mientras sonaba, como una trompeta gloriosa, la bocina que daba final a aquella sesión. Aquel niñato no tendría oportunidad de revancha.
Pero el sorprendido abusón poco tiempo tuvo de fijarse en la maliciosa sonrisa triunfal de Marcos, pues justo detrás, sus propios amigos se estaban burlando de él, y le preguntaban con tonos de pitorreo que cómo le podía un crío, y que tuviera cuidado o le pegaría. El tipo salió disparado para encararse con sus amigotes, completamente furioso, para después marcharse, mientras toda aquella desagradable y acomplejada compañía se iba también, a la búsqueda de otra oportunidad de expandir su propia infelicidad, ya que no eran capaces de remediarla.
Pero Marcos se quedó, y no hizo uno, sino múltiples viajes que concedió una complaciente madre a la que aquello le parecía un buen pago a cambio de poder dedicarse a ella misma en vez de a su familia por un rato, aunque sólo fuera mediante una conversación con su amiga que, de forma imprevista, iba a poder ser más larga de lo previsto, oportunidad que toda mujer de familia con larga experiencia suele aprovechar.
En esos viajes, Marcos demostró una habilidad innata para la conducción, rapidez, inteligencia, en definitiva, una agilidad en la pista que, aunque aún se mostraba tosca y necesaria de ser pulida (como toda habilidad en un principiante, por otra parte), auguraba un impresionante talento en bruto. Un niño que apenas unos minutos antes le costaba girar el volante, de repente era absolutamente inalcanzable, y nadie en la pista, menor o mayor, podía rivalizar con él.
Cuando se hizo tarde, Marcos se fue a casa con su familia, y con la certeza absoluta de haber descubierto lo que más le gustaba, lo que más adelante consideraría su vocación; aunque, a veces, haya que tener cuidado con estas, puesto que no necesariamente son aplicables a la vida real. Pero el niño no necesitaba pensar en eso (además de que era demasiado joven para ello), y dado que su familia no veía lo que había nacido dentro del infante, acabaron sucediéndose una serie de hechos que se podrían calificar, como mínimo, de peculiares e insólitos.
Durante un tiempo, simplemente fue un cliente más que se divertía, pero pronto, lo mucho que frecuentaba el lugar, y sus especiales capacidades al volante comenzaron a llamar la atención entre propios y extraños. La habilidad de Marcos en la barraca le llevó, en primer lugar, a hacerse muy conocido de Josu, el feriante propietario de la atracción, que acabó regalando a su mejor cliente algunos viajes que se ofrecían como premio en ocasiones; eso hizo que se incrementara aún más su popularidad, ya que el chico era listo, y después de calar a las personas adecuadas, no dudaba en regalar alguno de los viajes a quien conviniese para asegurar su lealtad; el primer caso fue el de Eloy, un chico más bien tímido y sin muchas habilidades sociales. En pocos años, Marcos había juntado una pandilla.
Esta pandilla, resurgía o se transformaba una y otra vez en cada una de las fiestas (no todos eran del pueblo, algunos venían de otros sitios) de una manera asombrosa, pero tenía algo que siempre se repetía: Marcos era el líder absoluto.
Al principio, sólo interactuaban entre sí, pero pronto Marcos inventó un complejo y curioso juego de eliminados, persecuciones, acoso, ostracismo, premios y múltiples variantes que primero empezó aplicándose entre la pandilla; pero luego, y eso fue lo más asombroso, acabó trasladándose al resto de los clientes de la atracción. No importaba si querías o no jugar, si conocías las reglas o sabías de que iba el tema; Marcos lo había diseñado de tal modo que no podías pasar de su juego, te absorbía inevitablemente, y la pandilla se aseguraba de que así fuese, puesto que ello les garantizaba el dominio de la pista y de la atracción; tal vez no se había hecho voluntariamente o a conciencia, pero lo cierto e innegable, es que se aseguraron de que fuese así.
Josu, el propietario, consintió en todo esto porque aquellos chicos eran sus mejores clientes y además animaban, como nadie había visto nunca, la barraca, que estaba teniendo incluso seguimiento del público, y llamaba tanto la atención que se había convertido en un espectáculo más de las fiestas, como podrían ser los fuegos artificiales que las culminaban; pero, cuando se quiso dar cuenta, descubrió que la atracción ya no era suya: era de Marcos, él decidía quién entraba y quién no, quién formaba parte del juego y a quién expulsar sin misericordia; por ello, cuando el feriante quiso actuar para recuperar las riendas del negocio, se dio cuenta de que nada podía hacer, se había creado una atmósfera de miedo, un halo de poder giraba en torno al que ya era conocido como el “campeón” de los coches de choque y se entendía que nada se podía hacer sin su consentimiento. Si mantenía a esos chicos perdía dinero porque ya no era una barraca donde todo el mundo podía entrar libremente, pero si los echaba, perdía a sus mejores clientes, además de toda la gracia, el interés del público… sin mencionar que la pandilla podía ir a revolucionar otra atracción, hacerla popular y quitarle toda la clientela… Josu tuvo que llegar a la conclusión de que mejor un ingreso seguro que uno incierto, y más en su profesión.
Por otro lado, aunque con el paso de los años las barracas que venían al pueblo se habían multiplicado, sólo había una que fuese un evento, y todo el mundo sabía porqué y gracias a quién.
Eloy era la hábil mano derecha que ayudaba a mantener el sistema con todas sus fuerzas, pues se crecía inmensamente a la sombra de Marcos, y lo que era más importante para este último, la gratitud de Eloy hacia su benefactor por haberle sacado de la masa gris y darle algo de su brillo no tenía límite, y el ser consciente de que si era alguien era exclusivamente por Marcos, además de que si este desapareciera a él le pasaría lo mismo, hacía que su fidelidad y las ansias por ser el mejor amigo del campeón fueran absolutas.
De ese modo, en poco tiempo, Marcos acabó desarrollando dos vidas, la que llevaba durante todo el año, y la que se producía durante las fiestas del pueblo, en las cuales se convertía en “el campeón”, y nada ni nadie estaba por encima de él. Ello le llevaba a que esas fechas le obsesionasen, y que toda su vida se cifrase en que llegasen las fiestas, porque ese era el lugar donde era alguien, una persona importante.
Allí, en la pista, año tras año demostró ser imbatible en su juego, que había conseguido imponer, y en el que siempre vencía a todo el mundo invariablemente, incluso a sus amigos, que durante mucho tiempo jugaron con ilusión, esperando ganar, pero que al final acabaron por hastiarse, y simplemente seguían allí por mantener el poder, puesto que siempre es mejor tener dominio sobre algo que no tenerlo sobre nada.
A todo esto no ayudó nada un Marcos que cada vez era más consciente de su supremacía y no dudaba en exhibirla jactanciosamente, su desmesurada arrogancia resultaba desagradable incluso a su pandilla, que ya solamente estaba con él por su popularidad; en realidad, el campeón no lo sabía, pero la única compañía que le quedaba era su propia soberbia. Tal vez se debía a que pasaba tanto tiempo esperando ese momento, que ya lo único que quería, lo que deseaba exclusivamente, lo que le cegaba de forma desesperada, era ser “el campeón”, estar por encima, demostrar que él era el que mejor lo hacía, no tendría otra cosa, pero sí tenía eso, y por ello, basaba toda su existencia en esos pocos días de fiesta.
Ni siquiera al mismo Eloy, pobre perro fiel, le caía bien el fondo Marcos, pues le repugnaba su crueldad, su altanería, el cómo se burlaba de todos… incluso de él. Sin embargo, allí seguía, como si simplemente no pudiese evitarlo, completamente absorbido por el líder de su pandilla.
A ese punto había llegado Marcos, que ya había experimentado la transformación en “el campeón” al levantarse aquel día; y que, después de haber visto como terminaban de montar la atracción (como si estuviese supervisando tal cosa, hasta ese punto daba la imagen de tener poder sobre la barraca), volvió a su casa para terminar de prepararse para el final de la tarde, cuando volvería a deslumbrar a todo el mundo.
Y efectivamente, todo salió a pedir de boca, tras tantos años, nadie cuestionaba al campeón, ni lo qué hacía o cómo lo hacía, todo se daba por hecho que era de ese modo y tal cual debía seguir; y Marcos, que llevaba un año ansioso por demostrar que así era, no dudaba en dejarlo claro con una autosuficiente insolencia.
Jaime tenía bastante menos edad que Marcos, y aunque era de una aldea cercana, nunca se le había ocurrido a sus padres llevar a su hijo a las fiestas de san Cristóbal, a pesar de que ellos se habían conocido allí de solteros, y también su noviazgo había dado sus primeros pasos en aquella celebración. Tal vez fuera, porque la fecha siempre coincidía con el momento en que toda la familia conseguía hacer coincidir sus vacaciones, y preferían viajar. La atracción de los coches de choque fue la que llamó más la atención del adolescente, que pidió dinero para ella. Por otro lado, no se montaba desde el verano pasado, así que tenía ganas de volver.
Por supuesto, Jaime no sabía nada del sistema que había instaurado Marcos, así que compró una ficha inocentemente y según sonó la bocina que anunciaba el fin de una sesión y el pronto comienzo de otra, se sentó en un coche y se preparó para correr.
Tal acción llamó muchísimo la atención de Marcos y su grupo, que rápidamente, como si tuvieran telepatía a través de sus miradas, se enviaron mensajes del tipo “¿y este quién es? / ¿pero de qué va? / ¿qué hace aquí? / ¡a por él! / vamos a enseñarle quién manda aquí”, y poco tardaron en asegurarse de que el paso del novato por la que consideraban su barraca, fuese un infierno.
Pero Jaime demostró no dejarse amilanar con facilidad, y exhibió una pericia poco común, sin conocer las reglas de aquel juego, sin saber nada de aquella situación no se dejó amedrentar, y sólo al final de la sesión recibió un auténtico golpe realmente brutal, por supuesto, por parte de Marcos. Entonces, el campeón le dijo con sorna “¡hay que saber dónde nos metemos!”, mientras la pandilla le reía la gracia.
Jaime salió de la atracción realmente confuso, y cuando se dio la vuelta observó que aquellos tipos extraños continuaban allí, y más tarde comprobó que lo hicieron toda la noche, como si nada, no salieron de la barraca como si eso fuese lo más natural del mundo.
Al día siguiente, una fuerza superior que salía de él como de una forma extraña, obligó a Jaime a implorarle a sus padres volver a la fiesta, y lo hicieron. Poco tardó el joven en volver a los coches de choque, pero esta vez compró más fichas a Josu que lo miró con no disimulada preocupación.
La pandilla del campeón alucinaba con esta actitud y decidieron no tener piedad. Pero Jaime era sumamente intuitivo, y en poco tiempo sabía, sin haberlas aprendido, todas las reglas del juego de Marcos, sus trucos y puntos débiles, para sorpresa de la pandilla, muchos de ellos fueron derrotados de una manera que rozó lo humillante.
A pesar de su prepotencia, esta cualidad no ofuscaba tanto a Marcos que le impidiese ver la realidad, por lo que fue en ese momento cuando la astucia del chico se puso a trabajar, y entendió rápidamente que era mejor tener un aliado que un rival; tal vez la banda llevaría mucho tiempo constituida, pero nunca está de más tener un nuevo miembro que trabaje para ti.
Por eso, cuando a Jaime se le acabaron las fichas, y mientras algunos de la pandilla rabiaban y daban golpes a los coches expresando su ira, Marcos se acercó discretamente a Jaime y le dijo:
-Tío, creo que no has empezado con buen pie aquí, esto no es una pista de coches de choque normal, en nuestro pueblo, en nuestras fiestas, tenemos nuestro propio juego; que es sólo para nosotros… pero tú eres bastante bueno, así que te podemos dejar formar parte.
Jaime, que había asumido las reglas de aquel juego subconscientemente, pero no conscientemente, no pudo reprimir una mirada de extrañeza y a continuación una sonrisa burlona.
-Mira, yo no sé de que vais, pero yo sólo vengo aquí a pasarlo bien, ¿vale?, ni sé de qué me hablas ni me importa -dijo de la forma más amable y correcta que pudo.
Como se marchó inmediatamente después de haber hablado, no pudo ver como, a través de los ojos de Marcos, se atisbaba claramente la hemorragia que sufría su orgullo herido, y la firme decisión de asegurarse de que ese tipo no volvería a pisar su pista, y, que si lo hacía, se aseguraría de que lo pasase realmente mal.
Pero Jaime volvió, y todos los esfuerzos para destrozar a golpazos al chico en la pista fueron fracasando uno tras otro. Cuando terminaron las fiestas, el novato casi había conseguido imponer su presencia en la pista como algo natural; por ello, para su sorpresa, fue todo un alivio para Marcos que estas terminaran, y poder volver al largo letargo que producía la espera de doce meses hasta la próxima vez que volviese a haber fiestas; tiempo más que suficiente para que, absolutamente todos, olvidasen tan desagradable anomalía.
Y efectivamente, un año después, mientras Marcos volvía a observar como montaban la barraca de los coches de choque, ni se acordaba de Jaime, y asumía, como llevaba años haciendo, que el que mandaba era él y que no se iba a hacer nada fuera de lo que él decidiese.
Quién sabe lo que pasó o porqué las costumbres de la familia de Jaime cambiaron, pero las fechas que esta solía elegir para las vacaciones, acabaron por permitir que el chico pudiera volver a las fiestas de san Cristóbal. Conscientemente, no recordaba los incidentes del año pasado, subconscientemente estaba deseando volver; tal vez porque se trataba del tipo de persona que disfruta con los retos, indiferentemente de cuales sean, y a la que le falta tiempo para aceptarlos en cuanto se presentan.
El caso es que Jaime volvió a los coches de choque y, aunque la pandilla no lo recordó físicamente, si que reconocieron inmediatamente su destreza al volante, tal vez porque sólo había alguien que se le pudiese comparar (aunque ninguno estuviese dispuesto a admitirlo conscientemente), y ese era Marcos.
A los chicos que habían sido humillados anteriormente por Jaime, les faltó tiempo, y no necesitaron la más mínima orden, para actuar por su cuenta y atacar al intruso, la mayor parte de las veces, sólo para volver a ser pisoteados otra vez. A pesar de esta situación, que dejaba al conjunto del grupo en una peligrosa desventaja y que ponía sobre la mesa arriesgadamente el cuestionamiento del sistema, Marcos mantenía las distancias, su intuición le gritaba y recordaba con claridad que un campeón sólo podía seguir siéndolo si nadie le batía, y el chico, que no era estúpido, percibía una clara amenaza en Jaime.
Eses sentimientos llevaron al campeón a buscar una solución, la que surgió improvisadamente durante una de aquellas complicadas noches: ya que el maltrato físico a través de los coches no había sido suficiente, habría que probar con el psicológico, ¿y por qué no?, ¿en cuántos deportes las personas se exaltan y reaccionan de formas que consideraríamos intolerables en nuestra cotidianeidad?, además, se lo había buscado, él le había ofrecido formar parte del grupo y no había querido, así que ahora tendría que asumir las consecuencias de ello. Aquel tipejo no iba durar una noche más, Marcos lo tenía muy claro.
Y fue así, como lo que para Jaime hubiera sido una simple diversión, se transformó en una imperiosa necesidad de no dejarse avasallar; por su parte, el campeón odiaba a aquel tipo que se salía de lo establecido y lo quería expulsar a toda costa. La verdad es que ambos chicos consideraban intolerable la actitud del otro, y no percibían, como tantas veces suele pasar, que, tal vez, lo que pasaba es que compartían las suficientes características personales como para que la mezcla resultase explosiva, pero no las necesarias como para que pudiese salir algo bueno de ello.
Por si fuera poco, aquella pequeña grieta del sistema, había llevado a que otros, ya fuera por alianza natural, o por sentimiento de justicia, tuviesen la necesidad de aliarse con Jaime y desafiar lo establecido.
Se había sentado un peligroso precedente que, cada vez más, Marcos comprendía que debía ser atajado de raíz, pues ya era realmente un problema, por ello, aumentó su agresividad y con la ayuda de su grupo trató de neutralizar a todo aquel que intentase aliarse con Jaime o cuya lealtad fuese mínimamente dudosa.
Finalmente, tras unas pocas noches, la impertinencia y el tono desafiante de Marcos se volvieron tan inadmisibles, tan insultantes, que Jaime acabó por gritar:
-¿¡Si tan malo soy porque siempre te escapas de mí!?, ¡cobarde!, ¡tienes miedo!, ¡venga, campeón, a ver si por fin entiendo porque te haces llamar así!.
Aquello había sido demasiado, un desafío claro y abierto que todo el mundo había oído y que no podía ser rechazado sin perder toda honra; ni siquiera las sonoras, aunque evidentemente desesperadas, increpaciones de Eloy hacia Jaime podían disimular la grave situación o desviar la atención.
Lo cierto es que Jaime había encontrado el talón de Aquiles de aquella situación, que había estado buscando desesperadamente desde hacía más tiempo del que creía, y ahora que lo había encontrado, no estaba dispuesto a dejarlo escapar; por ello lo utilizó una y otra vez hasta que, finalmente, Marcos se vio obligado a decir:
-Vale, mañana, tú y yo, una vuelta, y nadie más.
Aquello era absolutamente inaudito, y todo el mundo se quedó asombrado; ya no por el hecho ilógico y absurdo de que un negocio privado, basado en que la venta de fichas fuese la mayor posible, consintiese en que sólo hubiese dos coches funcionando en la pista; sino porque (y eso es lo más interesante pues lleva a entender hasta que punto había llegado la situación) nunca jamás anteriormente Marcos había aceptado ningún tipo de desafío individual.
Y todo el mundo respetó la situación, al día siguiente, a pesar de que había mucha gente alrededor de la barraca, a nadie se le ocurrió, ni se le pasó por la cabeza siquiera, comprar alguna ficha, y si alguien lo intentó o se le había olvidado el evento, rápidamente fue detenido y advertido de que tal cosa no podía ser aquel día. Sería difícil interpretar el porqué, podría ser tanto por sumisión y respeto a lo que había dicho Marcos, o tal vez por el poder tener la oportunidad de verle ceder y que su poder temblara un mínimo, pues, a pesar de todo, nadie creía en absoluto que Jaime pudiera siquiera rivalizar con el campeón.
Y así fue como lo que había sido una excepción se convirtió en costumbre en aquellos días, puesto que los rivales fueron incapaces de conseguir un ataque determinante o siempre estaban igualados, porque cuando uno conseguía algún golpe espectacular, el otro poco tardaba en devolvérselo. Sin embargo, se podría decir con bastante justicia que Marcos iba ganando y que su capacidad era superior… aunque no lo suficientemente determinante.
En realidad, a medida que pasaron las noches de la fiesta, y en cada una de ellas se volvía a repetir el desafío dual, Marcos concentrado y obsesionado como estaba en acabar con su rival, no era consciente de como ese permanente cuestionamiento de su poder, comenzaba a abrir las mentes adormecidas, y como aquellos que habían terminado por aceptar por tradición su liderazgo, ahora, también por costumbre recién adquirida, comenzaban a cuestionarlo; así, aunque Marcos no lo veía en su ofuscamiento, todo sus sistema se tambaleaba, prueba de ello era que, justo después de los desafíos, que dejaban agotado al chico (que, curiosamente, también era incapaz de entender que su mayor pasión e interés había dejado de ser divertido), cuando ambos contendientes se marchaban, la gente volvía a pasar libremente a la atracción como hacía muchos años que no sucedía, y sin que nadie tuviese el dominio de esta. Ciertamente algunos de la pandilla ya lo habían empezado a percibir, pero tenían la esperanza de que todo se solucionaría cuando el campeón se reafirmase definitivamente, y retomase el poder con más fuerza y firmeza incluso.
Pero lo cierto es que Marcos ya no era sacro, incuestionable e intocable, noche tras noche, se estaba demostrando que, aunque muy bueno, el campeón no era un dios sino un mortal como cualquier otro, a quien cuando se le hiere sangra, y que puede morir perfectamente si se le vence. Por eso, paradójicamente, aquellos desafíos que debían consagrar a Marcos como el campeón absoluto, sólo estaban preparando el terreno para tirarlo del podio al que él mismo se había subido, ahora todo el mundo podría desafiar al campeón, ahora no existía una única ley para los coches de choque.
Y llegó la última noche de las fiestas de aquel año, momento para el cual, la tensión era insufrible para todo el mundo, que deseaba que aquello terminase, como fuese, pero que terminase; al fin y al cabo, no se puede vivir en una intriga, tensión e incertidumbre permanentes, que aunque a veces se agradecen para aportar algo de sal a la vida, cuando duran demasiado, lo único que se anhela es calma, por emocionante que resulte la nueva vivencia.
Así, efectivamente, en el último desafío, que lo era forzosamente porque al día siguiente los feriantes estarían recogiendo la barraca para trasladarla a la siguiente fiesta, ambos contendientes se enfrentaron de nuevo, y una vez más, para desesperación de todo el mundo, la batalla estuvo muy igualada todo el rato. Pero no por ello nadie perdió interés en ella, y todo el mundo observaba con puntillosa atención, por lo que no tardaron en salir los polémicos comentarios analizando quién llevaba ventaja y quién no, algo que era particularmente difícil de decidir puesto que todos los choques decisivos eran de frente, lo que no era gran cosa.
La situación se volvía especialmente exasperante, puesto que todo el mundo había estado pendiente del reloj, por lo que todos sabían que apenas quedaban unos minutos para terminar aquella sesión. Tenía que haber un ganador, no podían haber vivido y seguido con tanta intensidad todo aquello durante noches y noches para nada, aquello tenía que tener un final, el que fuese, pero tenía que haberlo.
Sin embargo, no había ningún indicativo de que eso fuese a suceder, hasta que, en los últimos segundos, y en un despiste de Marcos, Jaime se dirigió directamente al lateral del coche de su rival y lo golpeó, mientras el tradicional campeón evidenciaba corporalmente el impacto que había recibido; a la vez que esto sucedía, la estridente bocina anunciaba el fin de la sesión.
Todo el mundo se quedó callado y paralizado. El total de los presentes sabía que aquello no era una victoria exactamente, y si lo era, desde luego resultaba absurdamente modesta y ridícula. Nadie sabía como reaccionar, el desenlace de aquella situación era sumamente confuso, porque no era una conclusión, que era exactamente lo que todo el mundo deseaba. Todos quedaron presas del desconcierto durante unos segundos que parecieron horas, hasta que la tensión resultó absolutamente insoportable, y entonces Eloy gritó:
-¡Jaime campeón!, ¡Jaime campeón!.
Sería difícil comprender porque el chico reaccionó de esa manera, probablemente, ni el mismo lo supiera; tal vez por el sentido de la justicia que ofrecía una estrictísima interpretación de las normas del juego al que había entregado una importante parte de su vida; quizás, por el rencor reprimido durante años hacia el amigo que nunca se había portado como tal y de quien tanto había deseado obtener unos gestos de aprecio que nunca llegaron; a lo mejor fue por puro y maquiavélico instinto de supervivencia… o tal vez por todas ellas, e incluso puede que por ninguna.
En cualquier caso, la ruptura del silencio provocó la confusión general, y todos los partidarios de Jaime se unieron al grito; la mayor parte de la pandilla original se quedó sin saber muy bien qué hacer después de ver lo que había hecho Eloy, y sólo unos pocos, tras comprobar que tenían el apoyo de una parte del público, comenzaron a gritar “Maaaarcos, Maaarcos, Maaarcos”.
De repente, Marcos los calló a todos, pues por fin salió de su atontamiento y reaccionó gritando hecho una furia:
-¡No me has ganado, había empezado a sonar la bocina, eres un tramposo, eso no cuenta!, ¡no eres un tío legal!, seguro que has estado haciendo eso todo el rato, ¡trampoooso, trampooooso, trampooooso! -dijo estas últimas palabras intentando conseguir que el público le apoyase gritando lo mismo.
Pero, para sorpresa de todos, Jaime comenzó a responder con una asombrosa calma que apenas disimulaba la gran indignación que sentía y que se hacía más evidente cuanto más hablaba:
-¿Sabes qué?, ¡es qué me da igual!, ¿quieres ser el campeón de los coches de choque!, pues puedes serlo, ¿¡a quién le importa!?, como si te autoproclamas emperador del mundo entero, ¡si te lo quieres creer, allá tú!.
¿Pero de qué vas?, ¿crees que a mí me importa todo esto?, ¿de verdad te parece que no tengo más vida?, ¡esto es una tontería!, ¡¡el campeón de los coches de choque!!, ¿en serio puedes decirlo sin reírte?, ¿pero qué te crees, qué estamos en un campeonato nacional?, ¡esto sólo es una estúpida barraca de feria para pasar el tiempo!.
Fue en ese momento cuando un rayo de luz cruzó por las mentes de todos los presentes, como si se les hubiera desvelado algo que siempre había estado delante de ellos pero que, por alguna misteriosa razón nunca hubieran visto. Pero no les dio tiempo a pensarlo mucho porque Jaime continuó:
-¡Pues hala!, no hay problema, tú eres el campeón, ¿para qué quiero serlo yo?, ¿para qué todos me odien?, ¿para no caerle bien a nadie y que me traten con un falso respeto?, ¿para no tener ni siquiera amigos y realmente no importarles nada a quienes supuestamente lo son?… pero tú sé el campeón, ¡lo puedes ser hasta que te jubiles!, ya eres mayor de edad y apenas cabes en el coche… ¿pero qué pintas aquí?, no, si va a resultar que te crees que la vida de verdad consiste en esto, ¿vas a vivir, a trabajar de esto?. ¿cuánto tiempo crees que va a tardar la gente en darse cuenta de lo patético que resultas?.
Aquellas palabras atravesaron el lugar y lo iluminaron como un potente rayo, todo el mundo se sintió como si se estuviese despertando de un extraño y absurdo sueño, incluido Marcos. Avergonzado, salió corriendo de la pista, y tras ver esto, Jaime se retiro dignamente de forma aparentemente tranquila. Aquella había sido la última vuelta, y además, nadie se montaría en la atracción después de eso, con lo que las luces y la música se apagaron mientras la gente empezaba a retirarse.
Pero Marcos no había dicho su última palabra, espero escondido y cuando vio que Jaime estaba lo suficientemente solo, se lanzó contra él. Tras la sorpresa, Jaime volvió a reaccionar con una pasmosa tranquilidad que irritaba especialmente a Marcos, y el primero dijo:
-Vale, ¿qué vas a pegarme?, hazlo, eso no cambiará nada. Si vuelves a los coches de choque, puede que te gane definitivamente, y entonces sí que se acabará para siempre para ti eso de ser el campeón. Y si no soy yo, será otro, ¿vas a pegarles a todos?, le caes mal a mucha gente y ya nadie tiene miedo de decirlo. Yo ni he cometido, ni voy a cometer ese error….
Marcos estaba a punto de llorar, visto que la coacción no funcionaba, decidió probar a producir una compasión que le permitiese tender un puente hacia una posible alianza.
-Podemos ser amigos, tú y yo podemos dominar la pista, yo llevo mucho tiempo en esto, podemos….
Entonces Jaime no pudo evitar sentir una fuerte piedad hacia el rival que tan cretino le había parecido, por lo que acabó por dulcificar el tono.
-No puede ser, tú y yo sólo podemos ser rivales, intentar lo contrario sería forzado y absurdo; y, ¿cuántos años nos llevamos?; asúmelo, tu época en eso ha terminado… además, no es la vida real, y si tú no lo ves, los demás acabarán viéndolo por ti, ¿cuánto tiempo más crees que puedes mantener esa ilusión, esa fantasía infantil?.
Marcos no era capaz de responder, las verdades de Jaime caían como losas sobre él. Sin embargo, este quiso tener un gesto de sensibilidad y bondad ante una persona que tanta lástima le estaba suscitando en ese momento, por lo que dijo:
-Sin embargo, lo que has hecho tiene mérito; yo nunca había visto algo igual en ningún otro sitio. Eres una leyenda. Tal vez no puedas ser siempre el campeón, pero sí puedes convertirte en algo legendario; a la hora de la verdad, es tan importante saber cuando empezar las cosas como cuando terminarlas, no lo estropees no haciéndolo a tiempo. Nadie te ha vencido, aún eres una leyenda.
Marcos sonrió, aquello también era verdad; entonces, le dio un golpe amistoso con la mano en el brazo a Jaime, que reaccionó sonriendo y tendiéndole la mano. El apretón que se dieron, pareció servir no sólo como paz simbólica, sino también como despedida, puesto que ninguno de los dos pronunció otra palabra y ambos se marcharon cada uno por su camino.
Tal vez fuera por estas últimas circunstancias, quizás las palabras de Jaime influyeron o a lo mejor ninguna de esas cosas; pero lo cierto es que Marcos comenzó a desarrollar otros intereses y descubrió otras alternativas de ocio que le satisfacían mucho; no volvió a ser el “campeón” en ninguna de ellas ni a destacar especialmente, pero descubrió que qué fuera así era mucho menos agotador y estresante.
El verano siguiente, una serie de circunstancias provocaron que no pudiese ir a las fiestas del pueblo, y por tanto, que no fuera a los coches de choque; no se dio cuenta hasta semanas después de que ni siquiera se había acordado de las fiestas de san Cristóbal, el evento que durante años fue su razón de vida; y, tras un pequeño ramalazo de nostalgia, a continuación tuvo una sensación que le extrañó: un profundo alivio, por haberse desquitado de aquella “responsabilidad”, por haber dejado de vivir con miedo, y haber abandonado ese sentimiento de agotamiento continuo (quizás era eso lo que le había llevado a ser tan desagradable) que produce tener que mantener el poder y el liderazgo; además de que, repentinamente, fue consciente de que durante años no había disfrutado el día a día porque lo había subordinado todo a una semana especial al año. El consuelo que sintió al descubrir que ahora era libre, fue inconmensurable, y le hizo inmensamente feliz aquel día. De hecho, tardó mucho tiempo en volver a ir a las fiestas, por circunstancias nunca planificadas, y nunca le volvió a dar la importancia que habían tenido. Quizás porque innumerables pequeños y grandes hechos vitales le llevaron a madurar y evolucionar, tomarse la vida de otra manera y a hacerse cargo de ella.
Jaime sí volvió, y a falta de Marcos, fue rápidamente considerado el campeón; en realidad, no se trataba tanto de méritos propios como de que el sistema del anterior líder era tan fuerte, había sido tan inteligente y hábilmente establecido, que era muy difícil desmontarlo inmediatamente o que desapareciese así como si nada, y lo que es más, la gente estaba acostumbrada a ello, y cuando eso pasa, los cambios siempre son mucho más difíciles, incluso aunque sean para mejor. De modo que rápidamente se rehízo una pandilla formada, curiosamente, tanto por algunos de los antiguos aliados de Marcos, como por varios de los que habían apoyado a Jaime; y, como si hubiesen hecho algún tipo de pacto para mantener el sistema, y sus privilegios, a toda costa, nadie se recriminó nada, ni tuvo ninguna cosa que decirse.
Pero Jaime no era Marcos, en ningún sentido, sin duda sí cumplió lo que dijo de ser amable, no comportarse de forma desagradable y tratar bien a los demás; y por tanto, en general, sí caía bien a la gente. Pero lo cierto, es que carecía totalmente del carisma, la capacidad de liderazgo o la deslumbrante presencia de Marcos, de modo que era impracticable que pudiese emular al anterior campeón aunque lo intentase, e imposible que se mantuviese como la cabeza de un sistema que se basaba totalmente en la firmeza y autoridad del cabecilla.
Si Jaime quería o aceptó ser el nuevo “campeón”, sería difícil de decir; por una parte nunca rechazó el título o que lo calificaran de tal; pero jamás hizo ostentación de ello ni lo utilizó con ningún propósito.
En cualquier caso, el sistema del que Jaime había reconocido el mérito, se fue diluyendo poco a poco, y aunque quedaban retazos la última vez que Jaime acudió a la atracción, varios años después, y aún cuando este nunca dejó de ser considerado y respetado como “el campeón”; la verdad es que, en las fiestas siguientes, a nadie se le ocurrió, ni por asomo, que fuese necesario elegir, nombrar o siquiera que hubiese un nuevo campeón de los coches de choque… lo que parecía que siempre había existido, desapareció definitivamente, y la gente continuó con su vida y su diversión sin más: montando alegremente, corriendo por la pista, dando volantazos, chocando entre risas… y, en definitiva, devolviendo a la barraca el caos habitual que se puede encontrar en cualquiera de su tipo en todos los lugares.
En cuanto al Josu, el feriante dueño de la barraca, a pesar de que todos aquellos asuntos no necesariamente habían sido lo mejor para su negocio, tuvo que acabar por reconocer que echaba de menos aquello que no se veía en ningún otro pueblo; al fin y al cabo, la realidad es que la magia de Marcos y de su sistema también le habían embelesado; y cada vez que en la atracción salía una canción que se relacionase con el concepto de ser un campeón, siempre se preguntaba si volvería a haber alguno, y si habría algún coche esperando al próximo que se demostrara merecedor de calificarse como tal; lo que se convirtió en una tan curiosa como extraña espera.
Eloy en cambio, sí que se vio en un problema, no sabiendo de que bando formaba ya parte, no se atrevió a volver al año siguiente a la atracción, por miedo a que Marcos hubiese retomado el poder, o porque en cambio lo tuviese Jaime y no lo aceptase por traidor; pero sí regresó otro año después, y para su sorpresa, no hubo ningún problema en integrarle. No importó demasiado, una vez que descubrió que podía volver sin mayor problema, dejó de acudir gradualmente, comenzó a montarse en otras atracciones, y con el tiempo, perdió todo interés por las barracas, pues descubrió su auténtica vocación y se dedicó a ella a pleno rendimiento. Con el tiempo, montarse en atracciones de feria le pareció una tontería infantil y una pérdida de tiempo.
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En los últimos días de las fiestas de san Cristobal, el pueblo comenzaba a acusar el agotamiento, como pasa con toda celebración larga, y ello se reflejaba perfectamente en que algunas de las barracas ya empezaban a desmontarse para seguir su eterno camino de fiesta en fiesta; los coches de choque eran una de las excepciones que aguantarían hasta la última noche, tal vez porque su propietario, conscientemente aguardaba obtener más beneficios al reducirse las atracciones de la competencia, pero subconscientemente estaba a la eterna expectativa de otra cosa….
Pero quienes más percibían el final de las celebraciones eran, sobre todo, los que tenían negocios, pues comprobaban como estos volvían a la más pacífica aunque menos productiva normalidad.
La cafetería donde trabajaba el camarero no era ninguna excepción, por lo que a este le sobraba el tiempo para comprobar entre sus mensajes cosas como que Noelia le recordaba que ese día cenaban con sus padres. La verdad es que no tenía ganas de ir, no porque los padres de su novia no le cayesen bien, sino, simplemente, porque no era lo que más le apetecía al final del día.
En cualquier caso, tras tanta agitación, los forasteros volvían a ser un exotismo. Por eso, cuando el chico del portátil volvió a entrar, y se instaló en la misma mesa junto a la ventana del local, al camarero ya no le pasó desapercibido; y se dirigió, de forma disimuladamente pausada y sin prisa, aunque muy decididamente hacia él.
-Hola, buenas, ¿qué vas a tomar?.
-Pues… una cerveza -respondió el chico que ya comenzaba a estar pendiente del portátil.
-Una cervecita… marchando -el camarero estaba a punto de irse, pero no lo hizo, porque, repentinamente, siguió hablando- oye, perdona, ¿tú?, ¿tú, no eres?….
-¡Pero si tú eres…! -respondió el chico que por fin se fijaba en aquel que se dirigía a él y le respondía jovialmente.
-¡Sí!.
Entonces el camarero olvidó el “mal vicio” que tenía el dueño de la cafetería de entrar en los momentos más comprometedores, y se sentó a la mesa con el chico; ¿y por qué no hacerlo?, apenas era media mañana, el día anterior había sido el momento culminante de la fiesta con los mejores eventos, y la mayor parte de la gente no se levantaría de la cama hasta mediodía, y con toda seguridad, Ramón no iba a ser menos, pues tenía el concepto de que ser jefe no tenía ningún sentido si sus empleados no trabajaban mucho más que él y ello le permitía vivir mejor. Por otro lado, el local estaba casi vacío, y apenas fue necesario que el camarero mirara a su compañero Edu para que este le diera a entender con un leve gesto que todo estaba controlado sin ningún problema.
-Hace mucho tiempo que no se te ve, ¿cómo te va?, ¿qué estás haciendo? -preguntó el camarero.
-Bah, bien, estoy acabando la universidad, de hecho, ahora iba a ponerme a buscar información para el trabajo final… ¿y a ti que tal te ha ido? -respondió el chico.
-Pues no me quejo, ya llevo varios años aquí, y bueno, por esta zona tampoco hay mucho más, así que creo que he tenido suerte.
-Ajá… ya -contestó el chico.
La conversación continúo así, con poco más que monosílabos y sin mucho que decirse; al fin y al cabo, aunque durante un tiempo habían sido muy relevantes para la vida del otro, en realidad, no se conocían; por ello, la conversación comenzó a volverse incómoda a pesar del gran esfuerzo que ambos pusieron en que no fuera así; tal vez por eso, en un momento determinado, los dos desviaron la mirada a la ventana, y curiosamente lo hicieron hacia el lugar donde estaba instalada la atracción de los coches de choque. Se miraron, percibieron que ambos habían visto lo mismo; por un segundo, los dos estuvieron a punto de proponerse que aquella noche se dieran una última vuelta… pero lo que consideraron que era madurez y sentido común se interpuso y bloqueó ese pensamiento antes de que ninguno de ellos pudiese decir una sola palabra de esta propuesta que, bien reanalizada, parecía sonar ridícula.
-Bueno -dijo el camarero- pues me alegro de haberte visto.
-Yo también tío, que sigas así de bien.
El resto del tiempo que permanecieron en el mismo lugar, no tuvieron más que decirse, sólo un tímido adiós cuando el chico se marchó.
Sin embargo, curiosamente, a pesar del escaso tiempo que habían hablado y de que la incomodidad les había obligado a buscar inspiración para la charla en lo que les rodeaba mirando por la ventana; no tuvieron la oportunidad de fijarse en un chico que volvía de un recado, y que los vio conversando a través del cristal. Era Eloy, que durante unos instantes se quedó pasmado mirándolos desde la acera de enfrente mientras pensaba “Marcos y Jaime, son Marcos y Jaime, están juntos hablando”. Por supuesto, ni se le ocurrió entrar a la cafetería o siquiera acercarse, sabía perfectamente que no pintaba nada allí, por lo que a continuación, se apresuró a recuperar su vida aligerando el paso, mientras no podía evitar que una gran sonrisa cruzase su cara; tal vez por el recuerdo de una gran época dorada (aunque no necesariamente mejor), o quizás porque la vida le había ofrecido el raro privilegio de ver (cosa infrecuente, pues lo más habitual es que vayamos dejando y arrastrando cabos sueltos durante toda nuestra existencia) el final de una historia.