Como todos los vampiros, yo nací una vez siendo humano. Hay algunos que intentan olvidar esa parte de sus existencias. Yo no.Fui el tercero de los ocho hijos que tuvo mi madre, nacido en el seno de un rebaño que servía a una eminente familia de vampiros.Sí, lo sé, ahora «rebaño» suena terrible. Huelga decir que no éramos esclavos ni tampoco animales. Supongo que podría decirse que éramos sirvientes: mi madre limpiaba en la mansión principal, mi padre ayudaba en el mantenimiento de las neveras, mis dos hermanos mayores se encargaban del jardín y mi prima era la doncella personal de uno de los sire.No estoy muy seguro de qué iba a ser de mí como humano. Claro, hubiera donado mi sangre a mis amos regularmente, y tal vez hubiera tenido un trabajo estable a su servicio.Pero las cosas cambiaron.
Nunca supe cuándo me vio Ritz. Sí supe cuándo me llamó: tenía seis años y mi madre, con expresión preocupada, me tomó de la mano y me llevó a una de las más lujosas y ostentosas habitaciones de la mansión.Había cortinajes, tapices y cojines por doquier, pero, por supuesto, ninguna ventana.Allí había tres vampiros; los reconocía por su color de piel. Nosotros teníamos la piel morena; ellos, completamente blanca.Dos eran varones y permanecían de pie junto a la mujer, que yacía lánguidamente entre los almohadones. Ella me miraba con unos ojos rojos y brillantes como brasas encendidas, y sonreía.—Acércate, muchacho —dijo en voz baja, apenas un susurro.Miré a mi madre, que asintió, y tras soltar su mano me acerqué a la vampiresa que me llamaba.De pronto alzó una mano para que me detuviera, y paré a unos cinco pasos de ella. Tenía el cabello rojo y unos labios plenos y sugerentes.—¿Cómo te llamas? —me preguntó en ton dulce, amable.—Hugin —respondí.—¡Hugin! —rió—. No te queda bien ese nombre, ¿sabes? ¿Por qué no lo cambiamos?—¿Cambiarlo?Miré a mi madre, sin comprender, pero ella no se movía. Me volví hacia la vampiresa.Me asusté al ver que estaba a escasos centímetros de mí, con los colmillos desenfundados y las pupilas dilatadas.Uno de los varones la sujetaba del brazo con firmeza, pero ella sonreía como si no le importara estar siendo retenida.—Nosuë —susurró—. Así vas a llamarte a partir de ahora. ¿Sabes lo que significa?—No.—Significa «beso».
Aquella vampiresa se llamaba Ritz, y desde aquel día fui «suyo», no en un sentido físico, sino en un sentido emocional. Le pertenecía como un hijo pertenece a su madre, decía ella, desde el momento en que nace.A los diez años abandoné definitivamente a mi familia, el hogar que compartía con padres, hermanos, tíos y primos, y me trasladé a la mansión, al cuarto contiguo al de Ritz.Cuando era más pequeño no comprendía por qué ella me quería cerca pero no a su lado. Más tarde se me explicó, y entendí que lo que la vampiresa más ansiaba era beber mi sangre y convertirme en su cachorro.Por eso había dejado a mi familia y ahora vivía allí, entre los que ya eran vampiros y los que iban a ser convertidos. Sería el quinto converso de Ritz, pero nunca antes nadie la había Llamado como yo.Ella pasaba conmigo un rato todos los días, en especial mientras el sol brillaba en el cielo, impidiéndole salir. Me llamaba a sus aposentos y me enseñaba a tocar música, a pintar, o a veces simplemente me hablaba de tiempos lejanos, tiempos que ella había vivido pero que de tan fantásticos parecían cuentos.Tuve muchos años para hacerme a la idea de convertirme en vampiro. Todos los miembros del rebaño soñábamos con esa oportunidad: longevidad, salud, poder.—¿No tienes miedo? —me preguntó Ritz en una ocasión.—¿Por qué debería tenerlo? —le respondí yo, sentado a unos metros para no abrumarla con el olor de mi sangre, que tanto la Llamaba.—Deberías. Es doloroso, Nosuë. Te lo he dicho muchas veces.—El dolor no es nada comparado con la recompensa.Ella me sonrió.En aquella ocasión se levantó, acercándose, y agachándose a mi lado alargó un dedo y recorrió la línea de mi mandíbula y mi garganta.Admiraba su autocontrol. Todos los vampiros hablaban de la sensación de la Llamada, aunque muy pocos la habían sentido. La posibilidad de que alguien como yo naciera en el rebaño era única.Sabía que la necesidad de convertirme era muy fuerte para Ritz, pero lo soportaba con gran valor. Necesitaba mi sangre, necesitaba convertirme en su cachorro. Era un instinto básico, cerval, muy difícil de resistir.—Vas a ser el mejor y más fuerte de todos nosotros, Nosuë —murmuró la que iba a ser mi sire.—Nunca seré tan fuerte como tú.—Lo serás. Y me superarás.Oí un leve gruñido. Era Ritz, en cuya garganta algo vibraba por la incomodidad, por el ansia insatisfecha. Me sonrió y se retiró de nuevo. Yo, sin que me lo tuviera que decir, salí de la habitación.
Los años pasaban. Yo aprendía a ser vampiro sin serlo, vivía en la noche y dormía durante el día. Mi ama disfrutaba tanto de mis pinturas que media mansión estaba decorada con ellas.Comenzó a vender algunos de mis cuadros, dándome el dinero. No necesitaba tenerlo, pero aseguraba que siempre era bueno disponer de ahorros.Eso es algo que nunca cambia, no importa la época en la que nazcas.Por fin un día me llamó, y en su mirada supe que había llegado el momento.—¿Estás preparado, mi precioso Nosuë? —susurró, tendiéndome una mano.—Hace tiempo que lo estoy —respondí yo.Me acerqué, tomando su mano, y me senté a su lado. Ritz sonreía.—Entonces…ya es la hora —murmuró.Con sus manos me acarició las mejillas, y con delicadeza se arqueó hacia mí. Ladeé la cabeza y pude sentir sus labios en mi cuello, justo antes de que sus colmillos hendieran mi carne y emponzoñaran mi sangre, convirtiéndome, tras veintitrés años de espera, en un vampiro.~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~Obra Original: Lazos de Sangre