Revista Humor

Relato de fantasía: La espada de runas

Por Déborah F. Muñoz @DeborahFMu
Relato de fantasía: La espada de runas

Le encantaba fardar y esa espada de runas que encontró en un campamento saqueado por los Salteadores era perfecta para eso. No entendía por qué no se la habían llevado también. Era grande y poco manejable, pero con un poco de práctica había conseguido dominarla y, de todas formas, intimidaba tanto que la gente perdía las ganas de pelear cuando la sacaba.

No tenía ni idea de para qué servían las runas, pero no se molestó en averiguarlo, porque se veía claramente que la espada era mágica y, cuando le preguntaban, quedaba muy bien poner una media sonrisa intrigante y quedarse callado.


Gracias a la espada y a sus fanfarronadas, consiguió algunos trabajillos de poca monta y pudo continuar sin pasar hambre su viaje hasta la capital, donde sin duda encontraría algo más estable como matón de taberna o como guardaespaldas de algún rico comerciante.

Un día, se le hizo tarde por cumplir un pequeño encargo y no pudo llegar a la casa de postas antes de que oscureciera. Le tocó acampar al aire libre y durmió a pierna suelta hasta que escuchó el grito de batalla de los Salteadores a varios kilómetros de distancia.

Por esa zona solo estaba la casa de postas, pero él no era ningún héroe, así que, en vez de correr para avisarles y ayudarles a defenderse, recogió sus cosas y se escondió en la espesura; estaba tan oscuro que pasarían de largo sin verle.

No había contado con que las runas de la espada por fin harían aquello para lo que estaban diseñadas: iluminarse cuando había enemigos cerca. Se activaron justo a tiempo para convertirle en un blanco perfecto para las flechas de los Salteadores, que, tras comprobar que no había más enemigos en los alrededores, registraron el cadáver.


Solo tenía unas monedas y esa estúpida espada que, por segunda vez, les ponía en bandeja a una presa en plena noche. Se llevaron las monedas y dejaron la espada; quizás otro tonto la encontrara y pretendiera atacarles, o esconderse de ellos, al amparo de la oscuridad. Si ya había pasado dos veces, sin duda ocurriría una tercera.

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