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Relato de la doncella

Publicado el 23 enero 2021 por Solotulosabes @soloturelatos

Vivía hace mucho tiempo en una aldea perdida en un valle remoto, una joven de hermosura sin par; dicha joven era la pasión de todos los mozos en edad casadera, incluso los mejores partidos de la aldea se habrían emparejado con ella con sólo desearlo, pero la joven que se sabía muy hermosa tenía grandes planes para su futuro.

Ya había notado que en el castillo cercano a la aldea, se reunían para cazar muchos jóvenes de alta cuna y que alguno estaba más que interesado en tener algún tipo de relación con ella, pero ninguno daba el primer paso.                                                                                                                 

Para encontrar una solución a sus pesares se fue en busca de una anciana, de la que decían que era bruja, y esperaba que ella la diera una pócima que hiciera caer de amores a alguno de los nobles del castillo. Después de mucho andar y escalar no pocos riscos, alcanzó la cueva de la centenaria. Entró sigilosamente y con mucho miedo, pues se la iba pasando por la cabeza todo lo que en el poblado se decía de la vieja, pero tragando saliva llamó dando voces.

– ¿Hay alguien ahí dentro?

Sólo el susurro del viento entre las grietas respondió a su llamada, sin quererlo, se le erizó el vello del cuerpo, y pensó en desistir de su empresa, pero en el fondo de su cerebro se le presentó el futuro al lado de un campesino, lleno de niños mugrientos llamándola sin cesar y teniendo que atender los campos del marido, sin lindos vestidos que lucir ni lugares donde lucirlos. Apretó las mandíbulas y volvió a llamar a la anciana. Esta vez oyó a lo lejos una vocecilla que preguntaba quién era el intruso que así la molestaba. La muchacha con más miedo que otra cosa, respondió que sólo quería hacer una consulta y que pensaba pagar los servicios de la anciana.                                                                                             

Nada más terminar estas palabras, apareció por la boca de la cueva una mujer  tan encorvada y llena de arrugas que bien pudiera ser que fuera tan anciana cómo la propia Tierra.                                                                        

– Dime que es lo que deseas de mí, pero termina pronto, pues tengo en la lumbre la comida y no quiero que se me queme.                                                                                                                                                                                        – Me han dicho en la aldea que usted puede ayudar a una joven cómo yo a encontrar un buen marido, y yo quiero casarme con un noble que me lleve a la corte y me compre ricos vestidos que permitan lucir mi belleza en todo su esplendor.                                                                                          –

 – ¿Con qué piensas pagar este servicio?                                                                

– Si es por eso, no se preocupe. -Dijo la joven-  Poseo gallinas, conejos, y hasta un pollino. Por lo que puedo darle huevos, un conejo o traer del poblado un recado a lomos del pollino.                                                                

– No has entendido bien lo dicho, no es el precio que yo ponga, es la propia magia quien se cobrará en su momento lo que crea que le debes. No te preocupes yo te daré mi ayuda y tú me pagarás lo que te pida después. Ante todo debes de saber que los nobles gustan de las campesinas para su holgura, pero raramente se casan con ellas y ¿sabes por qué? Yo te lo diré, por el color de su piel, a los nobles les gusta lucir una esposa de piel blanca, surcada por ríos azules de sangre. Así que tu primer trabajo será lograr una piel así y para ello debes de acudir durante las noches de plenilunio al Pozo de la Luna y una vez allí, vestida de cielo, tomarás los rayos lunares para blanquear tu piel. Cuando lo consigas, vuelve a verme y seguiré ayudándote.                  

La joven, un poco decepcionada por los consejos de la anciana y tentada a desoírlos, regresó a la aldea, pero en el camino se cruzó con un apuesto joven tocado con corona de marqués. Se quedó paralizada mirando aquellos ojos negros cómo el azabache y casi estuvo a punto de ser arrollada por su caballo.                                                                                           

El doncel también quedó prendido por la belleza que se mostraba a sus ojos. La muchacha muy coqueta, desabrochó los cordones del corsé y sus duros pechos saltaron con alegría al verse libres de la opresión a la que se hallaban sometidos, los pezones se endurecieron al contacto con la dura tela de la blusa.   El joven se percató de la dureza de los mismos y casi al unísono, sintió un endurecimiento en la entrepierna. Sus ojos no podían apartarse de la maravilla que se le mostraba descaradamente.                     

– ¿Os hice algún daño señora?, no sabéis cuánto lamentaría que así fuera, permitidme que os ayude, y decidme donde vivís para acompañaros.         

La joven casi no podía ni hablar de lo azorada que se encontraba, su cabeza trabajaba frenéticamente para idear algo que decir al marqués, pero en última instancia decidió que era mejor no hablar y esperar que el destino volviera a poner a este muchacho en su camino cuando fuera una linda y blanca doncella.

Aquella misma noche se acercó al claro, llamado Pozo de la Luna, y lentamente se desprendió de todas sus ropas, hasta quedar vestida de cielo, y se tumbó a los rayos blancos del satélite. Mientras, el joven marqués no podía dormir en sus aposentos pensando en aquellos turgentes pechos que se le habían mostrado. Salió a pasear para calmar su ardor y sus pasos le llevaron hasta el Pozo de la Luna. Cuando se hallaba muy cerca sintió la presencia de alguien y cautamente se acercó y vio, lo que pensó, era una ninfa; con una blanquísima piel tersa y brillante, los pechos inhiestos desafiaban la gravedad del planeta, la melena dispersa en el suelo parecía una aureola cubriendo el sinuoso cuerpo de la joven. El marqués no podía más con su masculinidad y allí mismo comenzó a acariciarse contemplando a la muchacha. Cuando se derramó su calentura, siguió contemplándola y de nuevo sintió ardor en su entrepierna. Esta vez decidió acercarse y arriesgar. Cuando la joven lo vio aparecer a su lado no podía dar crédito a sus ojos y sintió una enorme alegría en su interior, tanta que notó cómo entre sus blancos muslos crecía una humedad que nunca antes sintió.

El joven sin decir una palabra se sentó a su lado y comenzó a desvestirse muy lentamente por miedo a que ella se levantara y se fuera, al ver que no era así y que le miraba detenidamente todo el cuerpo y que descaradamente bajaba la vista a su masculinidad y se lamía los labios en vez de asustarse, le provocó una mayor erección si cabe pensarlo. Muy despacito deslizó una mano para asir uno de los pechos y al ver que ella se estremecía, continuó deslizando su mano hasta tocar el duro botón del pezón, ante la ligera presión, ella lanzó un pequeño gritito de placer, lo que aumentó la confianza del joven y acercó suavemente los labios dando pequeños mordisquitos en el bello y duro botón. Mientras con la otra mano asía el otro pezón y daba pequeños pellizcos que la muchacha agradecía con contracciones del cuerpo; aventurando un poco más deslizó la mano que le quedaba libre por el plano vientre de la chica y la enterró entre sus apretados muslos que se fueron separando lentamente al contacto de la cálida mano, allí encontró un suave enjambre de pelo rizado que despeinó para dejar al descubierto la flor más hermosa de la tierra, encontró una  humedad que le aumentó aún más la erección, pero decidió contenerse y dar satisfacción a la joven antes de montarla como a una yegua salvaje. Enterró un dedo en el húmedo pozo del deseo y al ver que ella respondía abriendo las piernas introdujo otro dedo más, metió y sacó repetidas veces ambos dedos sintiendo los latidos de las paredes del Pozo. Poco a poco fue ascendiendo los dedos por el Monte de Venus hasta alcanzar el botón del Placer Absoluto y comenzó a pellizcarlo con delicadeza, la muchacha pedía más por lo que fue acelerando la caricia hasta convertirla en un frotamiento furioso que provocó espasmos de placer en la joven.

Cuando supo que se hallaba satisfecha, llevó una de las manos de la chica hasta su verga, durísima, y surcada de grandes venas que amenazaban con romperse. Cuando la mano de ella entró en contacto con su verga no pudo más y dejó correr el néctar de su cuerpo, la chica se acercó rauda y lamió hasta la última gota del preciado líquido de vida. Luego se le quedó mirando con cara de pena, sabiendo que faltaba algo en aquel encuentro. El marqués no dudó apenas y ya estaba nuevamente preparado para otro combate. Levantó brevemente a la joven y la puso a cuatro patas, la joven supo de inmediato lo que pretendía por haberlo visto entre los perros y eso le causó una gran humedad en el Pozo. El joven arremetió sin piedad arrastrando a la muchacha hasta el suelo donde se aferró más a él para que no dejara de envestirla una y otra vez. Estuvieron hasta el nacimiento del sol realizando el amor una y otra vez siendo ambos incansables y experimentando todas aquellas posturas que imaginaban.                             

Al amanecer el joven se despidió con un fuerte beso que inundó la boca de ella con su lengua hasta contar una a una las marcas de su paladar. Allí quedó la joven que durante la orgía de la noche se sentía enamorada del marqués y esperaba que este a su vez se hubiera enamorado de ella.                                                                                                                                                   A la noche siguiente y después de sentir la humedad entre sus piernas cada vez que recordaba los acontecimientos pasados, volvió al Pozo de la Luna y esperó hasta muy entrada la noche a que el joven viniera a visitarla; para la ocasión se había desprendido de los calzones y del corsé para facilitar las cosas.                                                                                             

Después se desvistió lentamente recordando las caricias de la noche antes. Pero el joven no se presentó y ya casi rayando el alba escuchó que la hablaban desde el agua: 

  “El joven no volverá preciosa, ha encontrado en el castillo una fregona muy guapa que le da lo mismo que tú y la tiene más cerca”                           

– ¿Quién me habla?, sal a la luz que pueda verte.                                               

Oyó salpicar el agua en la poza y se giró rápidamente, allí observó un gran pez que tenía medio cuerpo fuera del río.                                                           

– ¿Eres tú quien me ha hablado?

– Sí, yo te he hablado, me llaman el Salmón de la Sabiduría, y anoche fui espectador de tus revolcones con el marquesito. Pero no le esperes más que no volverá, ese no quiere una esposa, sólo una yegua a la que montar y anoche te tocó a ti.

– Pero yo quiero casarme con un noble y la Mujer de la Montaña me dijo que si mi piel era blanca y suave gustaría a los nobles.

– Con eso sólo no basta, debes bañarte a la luz de la Luna en estas aguas y dejar que yo te posea noche tras noche hasta que tu piel reluzca y brille con el color de Selene.

– Pero ¿Cómo puedes poseerme tú, si eres un simple pez?                               

– No seas tan quisquillosa, yo puedo hacerte cosas que el joven de anoche ni siquiera puede imaginar. Entra en las aguas del río y te enseñaré lo que es darte placer.

La joven esperando que lo dicho por el Salmón fuera cierto y lograr casarse con un noble se metió en el agua cómo Afrodita salió del mar.         

El salmón se enervó cuan largo era sólo de pensar que iba a poseer tanta belleza para él sólo, pidió a la joven que cerrara los ojos y abriera las piernas. Con sus labios gruesos empezó a darle mordisquitos en el botón del placer hasta que la sintió retorcerse de placer, no contento con eso la mordisqueó los pezones, primero el derecho y cuando estaba duro como piedra, pasó al izquierdo, la muchacha daba grititos de placer, nuevamente se deslizó entre sus piernas y volvió  a mordisquear su perla, nuevamente la chica se retorció de placer, momento que aprovechó el pez para adentrarse nadando hasta las profundidades de la vida dentro de la muchacha, una vez allí depositó todos los huevos de que era portador al tiempo que causaba un infinito placer en la mujer. Fue tanto el placer que la dio que la chica volvía cada anochecer para ser poseída por el Salmón hasta que un día sintió que le venían dolores de parto y dentro del agua comenzó a parir una criatura nunca antes vista. Era la primera sirena de la historia. Pero claro nosotros no creemos en leyendas del pasado.

Autora invitada: Maite Martín Camuñas

Blog: https://elrincondenudaajila.blogspot.com/


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