Revista Humor

Relato: El encargo

Por Déborah F. Muñoz @DeborahFMu

Otro lanzamiento de dados del que ha salido este relato:

Relato: El encargo

El príncipe Eduardo tenía envidia de las muchas cualidades de su hermanastro, Rodrigo, que siempre le hacía quedar como un mediocre, así que dio muchas monedas de oro a Nin para que le matara.


El problema era que Rodrigo no era tan fácil de matar, pues lo que se decía de sus cualidades era cierto. Cuando gastó muchas de sus monedas en sobornar a los marineros de su barco para que se amotinaran y le lanzaran por la borda en medio del mar, nadó durante horas sin desfallecer hasta alcanzar la orilla. Tuvo que gastar unas cuantas monedas más en silenciar a los marineros, que habían asegurado que cayó del barco en plena tempestad. No podía arriesgarse a que confesaran la verdad cuando les interrogaran.

Luego contrató a unos matones para que le asaltaran en plena calle, pero Rodrigo se enfrentó a ellos con su espada y les derrotó. Los compinches de los asesinos pensaron que Nin les había tendido una trampa y este tuvo que gastar unas cuantas monedas más en protegerse de ellos. Al calmarse la situación, hizo unos cuantos intentos más, que solo sirvieron para vaciar su bolsa y para convencerle de que Rodrigo era invencible.

Sin embargo, la invencibilidad de su presa y su bolsa casi vacía no eran excusa para que Nin no cumpliera el encargo y Eduardo cada vez más impaciente, amenazó con matarle si no cumplía el encargo. Así pues, Nin hizo lo único que se le ocurrió para salir del atolladero: gastar todo el dinero que le quedaba... en asesinar a Eduardo.

Esta vez, todo salió a pedir de boca y Nin, aunque igual de empobrecido que cuando había empezado todo, pudo relajarse por fin. No obstante, no tuvo en cuenta que Rodrigo, ahora príncipe heredero, removería cielo y tierra para descubrir quién era el artífice del asesinato.


Nin no tuvo ninguna posibilidad y, aunque dijo en el juicio que había matado a Eduardo porque este quería obligarle a matar a Rodrigo, el nuevo heredero no le concedió la amnistía. El pueblo no se lo habría permitido y, además, sabía que solo había hecho eso porque no había conseguido acabar con él en primer lugar. Por otro lado, Rodrigo había estado pensando en cómo deshacerse del inútil de su hermano sin que le salpicara y ese idiota le había ahorrado el esfuerzo, así que le concedió el regalo de una muerte rápida y privada en vez de la larga sesión de tortura en la plaza que reclamaba todo el mundo.


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