El grifo había volado lejos en busca de más criaturas de su especie y de un hogar. Los suyos eran tan pocos ahora que pronto estarían extintos y los humanos que hasta ahora habían montado sobre ellos habían decidido liberarles del servicio. No obstante, esa supuesta merced era en realidad un arma de doble filo: ahora que no había suficientes para que formaran una unidad en su ejército, ya no tenían derecho a que los humanos les proporcionaran alimento y pretendían echarlos de los establos militares para construir otros edificios en su lugar.
Así agradecían los dos patas tantos siglos de servicio y que se hubieran sacrificado por ellos en esa aterradora batalla. Pero en el fondo era culpa suya, por haberse dejado domesticar por criaturas indignas. Resultaba demasiado fácil que les dieran comida, cobijo y comodidades a cambio de seguir sus órdenes.
Sin embargo, aunque sabía que hubo tiempos en los que los grifos habían poblado todos los continentes, no encontró rastro de sus congéneres en ningún otro lugar del mundo. Solo leyendas de centenios de antigüedad que le transmitían otras criaturas sobre plagas letales, sobre humanos que los cazaban por deporte, o sobre otros ejércitos alados que, tras ser derrotados, eran eliminados por completo.
El grifo perdió toda esperanza y decidió volver. Los pocos que habían sobrevivido y conocía eran los pocos que quedaban. El hecho de haber vivido en un territorio tan aislado, a las órdenes de unos humanos sin enemigos, había conseguido que sobrevivieran en cientos de años al resto de su especie. Hasta que esos humanos se enfrentaron a algo muy superior a ellos y pusieron a los grifos en primera línea de batalla.
Cuando se cruzó en la cordillera con un pegaso, ni siquiera se molestó en acercarse para hacerle más preguntas sobre una búsqueda que ya daba por perdida. No obstante, fue la misma criatura quien se acercó a él, confundiéndole con un conocido.
Y es que allí, en esa cordillera inaccesible protegida por los pegasos, estaban los últimos restos de su raza. Grifos que no habían aceptado la vida en el ejército, otros de países lejanos que huyeron. Apenas una veintena, pero suficientes para que su especie siguiera viva, y más con el grupo que había dejado en casa, a la espera de que volviera con noticias de sus semejantes e instrucciones para llegar a su nuevo hogar.
Así pues, voló hasta la ciudad para abandonarla por siempre junto al resto de los suyos. La cordillera era inmensa, y había comida en abundancia, aunque muchos añoraban la cómoda vida que llevaban con los humanos, que se idealizó con el paso de las generaciones, a pesar de que también siguieron transmitiéndose las historias sobre las cacerías y sobre lo que pasaba cuando los grifos dejaban de serles útiles a sus señores.
Quizás por eso, cuando la joven apareció en la cordillera, uno de los grifos se mostró tan predispuesto a ayudarla. Luego, los pegasos volaron a su destino y volvieron hablando de cambios extraordinarios en el mundo, de enemigos viejos derrotados y de enemigos nuevos que podrían llegar a ser una amenaza con el paso de los siglos.
Muchos de los grifos no querían saber nada sobre el exterior, pero muchos otros querían salir de las montañas y ayudar a que siguieran siendo un lugar seguro para ellos. Ahora que el caos se había apoderado del continente, ahora que los grifos volvían a ser muchos, quizás era el momento de que los que quisieran volvieran a tener tratos con los humanos.
Por eso, cuando volvieron a ver a la joven, que pasaba mucho tiempo con los pegasos, medio centenar de grifos acudió a ella con una propuesta para el rey de ese pequeño país aislado que, hacía cientos de años, había tenido un ejército de grifos.
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