Un nuevo lanzamiento de dados, esta vez me he ido a un género más realista, que me hacía falta un cambio.
El mes en el tipi
En un arrebato, Tiago prometió pasar un mes fuera de su zona de confort, siempre que estuviera disponible y pudiera permitírselo. Nunca pensó que su amigo Vini se lo tomaría en serio y rebuscaría en internet hasta dar con esa experiencia en un tipi indio.
Vale que tenía que desintoxicarse digitalmente y también de otras sustancias. Últimamente, cuando no estaba enganchado a su teléfono, se fumaba algún que otro porro porque necesitaba desconectar de su horrible trabajo y del vacío de su vida. El mareo que le proporcionaba la droga era muy agradable, aunque era posible que le estuviera hundiendo más. Pero quizás un cambio de vida tan drástico, y por tanto tiempo, no era la solución. Él era un urbanita, por el amor de Dios. ¿Qué pintaba en un camping en medio de ninguna parte, viviendo como un indio?
Sin embargo, había hecho una promesa y su palabra era sagrada, así que claudicó, hizo el pago y se dispuso a pasar su mes de vacaciones acampado como un indio. Eso sí, arrastró con él a Vini, que para eso le había metido en ese lío. Aunque fue una mala idea, porque este agarró todos los aparatos tecnológicos y los encerró en una caja con candado cuya llave solo tenía él, con la excusa de que no saldría del todo de su zona de confort si se pasaba el día conectado.
Para su sorpresa, el tipi estaba bastante bien equipado y tenía todas las comodidades, pero eso era lo de menos: había demasiado tiempo libre y, sin aparatos con los que matar el rato, eso dejaba demasiadas horas con el vacío amenazando con tragarle. Tiago se resignó a pasar largas horas aburriéndose con su amigo, pero Vini no tardó en ponerse firme. Estar juntos todo el día también implicaba que no saldría de su zona de confort, así que no tardó en salir a explorar, dejándole tirado en el tipi.
Tiago, que había conseguido esconder de la vigilancia de su amigo un par de porros, se quedó allí el resto del día, intercalando caladas con largas siestas hasta la noche. Entonces, Vini volvió con cara satisfecha, respondió a sus gruñidos con una sonrisa y le dijo que tarde o temprano tendría que salir, aunque fuera para comer. Luego, se echó en el colchón y se quedó frito.
A la mañana siguiente, cuando Tiago se despertó, no había rastro de su amigo, ni del coche. Se le habían acabado las provisiones y no podía soportar otro día en la soledad del tipi sin la ayuda de los porros, así que no le quedó más remedio que acercarse con timidez a los demás ocupantes de ese extraño camping.
Se sentía extraño y fuera de lugar, echaba de menos su teléfono y necesitaba desesperadamente un porro, pero poco a poco fue sintiéndose un poco menos desubicado. Aun así, cuando Vini hizo acto de presencia por la noche, también le gruñó y no paró de protestar, una dinámica que se repitió unos cuantos días, hasta que Tiago volvió al tipi y se dio cuenta de que, en realidad, se lo había pasado bien ese día y la gente que estaba conociendo le caía bien.
Entonces, puso todo su empeño en compartir esos buenos momentos con Vini, que se dejó convencer con facilidad una vez que se dio cuenta de que Tiago no había cambiado de táctica al ver que los gruñidos no le funcionaban, sino que lo que había cambiado era la actitud de su amigo.
Desde entonces, el mes pasó volando: conocieron a mucha gente nueva, probaron comida diferente, exploraron los alrededores y se divirtieron con planes sencillos pero interesantes. Por eso, cuando se despidieron de todos y Vini abrió la caja con los teléfonos y las tabletas, Tiago se sintió apenado. Encender el móvil era casi como volver a su vida vacía, y dudó al hacerlo.
-No lo has necesitado y no lo necesitas. Pero que vuelvas a encenderlo no hará que vuelva el vacío. Volver a los viejos hábitos es lo que lo hará -le dijo Vini.
Tiago sonrió, encendió el teléfono y desinstaló todas las aplicaciones salvo las imprescindibles. Luego volvió al trabajo, pero solo temporalmente, hasta que encontrara otro que le llenara más. Y Vini y él siguieron en contacto con el resto de campistas, montando escapadas con ellos o aventuras en solitario.
No volvió a darse la casualidad de que acabaran alojados en un tipi, pero Tiago colgó un cuadro de uno en casa, para recordar siempre que, si el vacío lo amenazaba, un cambio y un buen amigo eran capaces de desterrarlo para siempre.
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