Revista Humor

Relato: Esa estúpida rivalidad

Por Déborah F. Muñoz @DeborahFMu

Otra vez he echado las cartas Fatum, aunque esta vez, en vez de para crear un personaje, para el planteamiento de la línea argumental. Esto es lo que significan las cartas: Desencadenante: la Rivalidad. Sucede en una montaña. La razón es dar ayuda. Aliado: una druida. Enemigo, una semielfa. La meta final, la caída.

Esa estúpida rivalidad

Relato: Esa estúpida rivalidad

Gad tenía que reconocer una cosa: no habría aceptado esa misión para hacer caer al misterioso Rey de la Montaña de no haber sido por culpa de esa dichosa semielfa que siempre pretendía ser mejor que él. Pero esa estúpida rivalidad que dominaba a ambos les había llevado a competir también en ser elegidos para intentar esa misión suicida.

Nada más ofrecerse Aura a ayudar al pueblo de la ladera, él también había tenido que hacerlo para no quedarse atrás, aunque sabía que la misión era más apropiada para las habilidades de ella y que, aun así, ninguno de los dos tenía demasiadas posibilidades de completarla con éxito.

Pero no podía permitirse que el Consejo eligiera a la semielfa, eso habría hecho que de alguna forma ganara, así que había movido todos los hilos para que le asignaran la misión. Incluso, cuando parecía que las deliberaciones se inclinaban en su contra, echó mano de su último recurso: el favor que le debía su amiga y aliada, Danna, una druida con mucha influencia entre su gente.

Al final, había logrado su objetivo, pero ahora, a medio camino de la cumbre, tras llevar horas avanzando penosamente por un camino tortuoso plagado de enemigos que le emboscaban a cada paso, su sensación de triunfo se había esfumado y solo quedaba el pesimismo. Por muchos amuletos que le hubieran dado Danna y el Consejo, su única posibilidad de triunfar había sido el factor sorpresa y, desde que emprendió la marcha montaña arriba, supo que le estaban esperando.

No obstante, no podía echarse atrás, antes la muerte. Que era lo que tendría, probablemente. Así que siguió avanzando, cada vez más cansado, cada vez más herido por los inevitables combates y por las trampas que no conseguía detectar a tiempo. Pero, por alguna clase de milagro, llegó a la cima, dominada por el castillo del Rey de la Montaña. Y allí se confirmó cuál sería su inevitable final.

Frente al castillo, un ejército de bandoleros. Frente al ejército, Aura.

-Tú no te rindes, ¿verdad? El plan era sencillo, me elegían a mí porque YO era la más apropiada para la misión. Y yo venía, licenciaba a mis hombres, que de todas formas ya no van a conseguir muchas más riquezas saqueando ese pueblo miserable, y volvía convertida en toda una heroína por derrotar al Rey de la Montaña. Pero no, tú tenías que maniobrar para ser el elegido. Así que nada, aquí tienes a tu archienemiga, al frente de un pequeño ejército. Te invito a que intentes derrotarme.

Gad sabía que no tenía ninguna posibilidad. Debió de intentar huir, pero el odio le cegó. Hiciera lo que hiciera, ella ganaba. Salvo que la matara.


-Esa estúpida rivalidad... -murmuró antes de echar mano a su arco.

No llegó a tensarlo, varias flechas le atravesaron en cuanto hizo amago de agarrarlo.

-Imbécil -fue lo último que escuchó antes de que la muerte se lo llevara.

Aura se quedó mirando a su enemigo caído, insatisfecha. Vencerle no tenía gracia si no podía restregárselo. Sin embargo, no había tenido más opción, así que se tragó su frustración, licenció a sus hombres y volvió a escondidas a casa, a la espera de que, tras no volver su elegido en un tiempo prudencial, la llamaran a ella para que intentara llevar a cabo la misión.

La detuvieron nada más llegar al pueblo. Nunca imaginó que uno de los muchos amuletos que había dado el Consejo a Gad pudiera ser un kolgat. Ese hechizo grababa todo cuanto ocurría al portador, pero solo almacenaba cinco minutos. Cuando el portador moría, esos cinco minutos eran enviados a un espejo de visión. El Consejo había pensado que, si ocurría lo peor, eso ayudaría al siguiente campeón que mandaran a no cometer los mismos errores. En cambio, les había servido para descubrir esa traición.


-Esa estúpida rivalidad... -fueron también las últimas palabras de Aura, tras escuchar su sentencia y ser decapitada.


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