Revista Coaching

Relato II: Enfermedad y traición

Por Coachpsi37
Mi ingreso a las 6:15 de la madrugada causó estragos en todo el hospital.La luz y el olor a limpio era lo que más destacaba allí. Abrí  las ventanas para respirar oxígeno. Lo  necesitaba para aliviar el pequeño mareo que me perseguía hace unos meses.

-Marcus no vendrá hasta las 9 señorita Adela, y yo debo salir urgentemente, mi mujer me necesita. Mañana sin más dilación le haremos el Tac-me dijo el Dr. Rovira.Aproveché para leer Los Renglones Torcidos de Dios, que hacia tiempo que lo tenía abandonado.Todo daba vueltas a mi alrededor, aún tenía pequeños resquicios de la aterradora pesadilla que acababa de sufrir la noche pasada. En mi cabeza palpitan sin cesar las imágenes una y otra vez de las enfermeras, una cogiéndome del brazo y la otra inyectándome algún calmante.-Srta Adela, me han dicho que despertó de una enorme pesadilla, llena de sudor y gritando, ¿Se encuentra bien? ¿Quiere que dejemos el tac para mañana?- Oh no Dr Rovira! Estoy pletórica, solamente tengo un leve mareo que está remitiendo ya…Aún resuena en mi interior las palabras del doctor cuando me dio su comunicado de que, tendría que estar ingresada unos meses más. Cada noche se  me hacía más insoportable permanecer allí… No había noche que se respirara un ápice de tranquilidad. Gritos, gemidos, ingresos…Por eso cuando me dijo que el Sábado se iba al zoo con el Dr Rovira, sus hijas y las nuestras, todos juntos… me alegré enormemente. Ya que, la mujer de Rovira y yo, no teníamos otra cosa mejor que estar enfermas….Oí voces detrás de la puerta, unos cuchicheos. Enseguida adiviné que se trataba del doctor y mi  marido. Y, mi curiosidad gatuno me hizo acercarme y poner mi oído detrás de la puerta. Y, como la curiosidad (así reza el dicho) mata al gato….más me hubiera valido que me hubiese quedado tiesa al escuchar lo que decían.-Ana abre la puerta!!! No tenía ganas ni fuerza de volver al hospital y de ésta no me escapaba…Abrí la puerta e instintivamente cogí la pistola guardaba en el primer cajón del mueble recibidor. Allí enfrente tenía al doctor y mi marido. Éstos bajo el gran chorro de sangre que empezaba a formarse pudieron leer: “Ahora podéis amaros en libertad, sin engaños y con castigo incluido!


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