Un relato que salió de este lanzamiento de dados:
Cuando comenzó el reclutamiento para invadir el reino de los seres mágicos, Leon no fue de los que se escaqueó, sino que se presentó en las oficinas del ejército antes incluso de que le llamaran.
Se rumoreaba que habían estado experimentando para crear soldados capaces de lanzar cuchillas mentales y de desplazarse a toda velocidad; él quería ser uno de ellos. Incluso aunque no fuera elegido entre esa élite de soldados, la narrativa de la caballería que cazaba unicornios, o la de la infantería, con sus espadas relucientes, le atraía mucho.
No obstante, cuando los reclutadores consultaron su historial, no se fijaron en lo bien que montaba a caballo, ni en su buena forma física y su esgrima más que decente, sino en los premios que ganó en ajedrez y en las olimpiadas de cálculo, aficiones poco atractivas que había abandonado hacía años.
Para su decepción, le mandaron directo a un puesto burocrático en el que su arma más afilada era un lápiz. Aunque le aseguraron que haría mucho por la guerra ayudando a gestionar la logística y los suministros, y que a la larga podría hacer carrera como estratega, él solo pensaba en estar en primera línea, matando hadas y ganando la gloria.
Se quejó tanto y hacía sus tareas con tal desgana que su superior decidió ponerle a gestionar la repatriación de muertos y heridos mientras reconsideraba mandarle al frente. Las cifras asustaban. El estado de esos hombres, incluso de los que seguían vivos, era terrible, y los testimonios que leía eran demoledores.
Unos días después, cuando ya estaba todo lo horrorizado que podía estar, su superior le dijo que finalmente le podrían trasladar al frente.Leon entró en pánico y le dijo que prefería seguir en su puesto. Que, desde ahí, podía hacer mucho más por esos soldados. Asegurarse de que tenían armas, alimentos y medicinas suficientes, de que podían volver si les ocurría algo. Y, en el fondo, él nunca había destacado en nada, salvo en el cálculo y la estrategia.
Su superior sonrió y le pidió que, siendo así, volviera al trabajo en el despacho.
-No lo olvides. Carne de cañón hay mucha. Buenos burócratas, no. Los mejores estamos más lejos del frente por algo, porque somos valiosos y solo podemos prescindir de los mediocres...
Leon, desde ese día, fue el mejor en su trabajo.
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