La peculiar prosa de Román es perfectamente apreciable en Últimas guerras, relato que a través de 12 capítulos breves muestra el comportamiento del ser humano (y de otro tipo de seres) en mitad de un conflicto bélico, así como no oculta la condición de títere del que lucha para una instancia superior.
Es un placer poder compartir el relato en este blog. A continuación podéis leer la primera de las tres entregas de las que consta el relato. Que lo disfrutéis.
© François Flameng. The Battle of the Yser in 1914 (Paris, Musee de l'Armee)
PARTE I
CAPÍTULO 1: PRELUDIO DEL ANTES
Mi Abuela siempre decía: “sé fuerte”.
“¿Para qué?” pensaba yo. Si soy fuerte, me buscarán las peleas.
Mi Abu también me decía: “Tienes que ser siempre valiente”.
Pero, si soy valiente, querrán que lidere y esté en el frente.
Por eso me fugué de la granja. Por eso ascendí. Y permanecí escondido.
Hasta que la muerte y la vida me encontraron.
CAPÍTULO 2: DÍA CUALQUIERA DE LA GUERRA
Odio las trincheras. Son inhumanas. Quizá por ello debiera sentirme cómodo aquí tumbado. Pero no. El espacio, el olor, la amenaza, la corrupción de los cadáveres, antiguos compañeros que siguen cayendo. Me asfixia.
Aguantamos en primera línea porque alguien tiene que hacerlo. Dará igual. Caeremos. Y luego quienes vienen detrás. Si quedan, si todavía están ahí.
Se acabaron tiempo atrás las balas, las bombas, las armas químicas. La gasolina que todo lo mantiene en funcionamiento. Ahora las armas son sólo objetos contundentes, para el cuerpo a cuerpo.
Eso, nosotros.
Ellos… Ellos tienen munición sobrada.
CAPÍTULO 3: DESPUÉS DEL ANTES
Nunca pensé que llegarían a la cueva. Que el destino movilizaría tantas fichas de su ajedrez. No me considero importante.
Aparecieron, sin aviso o invitación. Indeseados. Vendieron vomitando su discurso memorizado sin permitirme intervenir. Para inflamar mi ánimo. Mi combatividad.
Esa voluntad, si alguna vez existió, quedó abajo.
Pero, por algún extraño influjo (ella y sus malditosbenditos ojos), consiguieron activarme…
CAPÍTULO 4: DÍAS DESPUÉS DE UN DÍA CUALQUIERA EN LA GUERRA
Llegó relevo. Hemos salido del agujero. Por fin. Las piernas han olvidado su función principal tras tanto reptar y encogerse. Tengo que reeducarlas. Todos debemos. Y ese “todos” significa muy muy pocos.
Entro en un cubículo cualquiera, no importa que me corresponda. Antes compartíamos, ahora tenemos varios por cabeza. Me tumbo. No dormiré, nunca duermo. Pero necesito permanecer quieto, evadirme por un momento.
No puedo. No soy capaz o albergo necesidad. Esta hecatombe me la ha robado. Por ello escribo. Con pulso roto. Palabra quebrada. Sangre de letra.
No sé qué redacto, sólo lo hago. Y no lo leeré. Nadie lo hará.
Afuera, algo cae del cielo. Desde alas azabaches. Regala su veneno. Escucho la agonía de los infortunados. Ríe como un pájaro que se ha tragado otro pájaro, por duplicado. Alza el vuelo.
No se molestan en rematarnos. ¿Para qué?
Están jugando.
Continuará...