La consigna de este mes es: Plantea cómo sería una historia de amor que suceda dentro de un videojuego. Ha salido algo raro, porque no quería que los personajes salieran de él en ningún momento... pero hay gente para todo, así que sigue siendo creíble ^^.
Un amor virtual
Ambos eran jugadores solitarios, pero esa misión era para dos jugadores y tenían que completarla, así que el juego les asignó como compañeros de manera aleatoria. No obstante, pronto se dieron cuenta de que estaban hechos para ser pareja: las habilidades de sus avatares se complementaban, su manera de jugar también. Además, mientras conversaban averiguaron que siempre se conectaban sobre esa hora, así que decidieron hacer tándem.
A lo largo de las distintas aventuras que vivieron juntos, se dieron cuenta de que tenían mucho en común. Ella había escogido un personaje masculino para ser completamente distinta, él había escogido un personaje femenino para ser completamente distinto. Ambos trabajaban desde casa porque no les gustaba demasiado tratar con gente. Veían las mismas series, leían los mismos libros.
Pronto, descartaron la posibilidad de conocerse en persona. Lo más probable era que la realidad lo estropeara todo, eran demasiado especialitos para convivir en pareja. Pero empezaron a pasar más horas conectados, para charlar o, simplemente, para ver juntos la misma serie, con el ordenador abierto para poder comentarla según la veían. El sexo virtual no era muy sexy, así que también veían porno juntos de vez en cuando, para mantener la llama encendida.
Los espacios públicos del juego en los que se reunían tenían un ruido de fondo muy molesto, así que compraron un terreno virtual entre los dos y, con el dinero que iban ganando en las misiones, construyeron una casa ideal para sus avatares, donde pasaban la mayor parte del tiempo. Poco después, durante un evento del juego por el día de San Valentín, dieron el sí quiero.
Pasaron los años en esa rutina virtual en la que compartían todas sus horas juntos sin estar físicamente presentes, hasta que el juego anunció su cierre. Nuevamente se abrió la posibilidad de conocerse en persona, o al menos de encontrar otra forma de estar en contacto; nuevamente la descartaron y se mudaron a otro juego. Allí las cosas se torcieron un poco. La dinámica del nuevo juego era distinta, y el cambio de avatares no les favorecía, pero superaron el bache y siguieron adelante con su relación.
Cuando él sufrió un derrame cerebral, casi dos décadas después, ella estaba con él y reaccionaron a tiempo para llamar a la ambulancia. La angustia fue inmensa. No sabía el verdadero nombre de su marido, ni tenía su teléfono, ni su dirección, y en el hospital era improbable que se pudiera conectar, si es que estaba bien. Pero siguió adelante con la esperanza de que lo estuviera.
Meses después, por fin su avatar volvió a conectarse, pero no era él, sino el abogado que, acorde a las instrucciones del testamento, contactaba con ella por esa vía porque era la única para decirle que le había legado cuanto tenía.
Al entrar en el apartamento del que fue su gran amor, supo que habrían encajado tan bien físicamente como de forma virtual y que habían sido unos estúpidos aterrorizados. No volvió a jugar, ni a ese, ni a ningún otro juego. No quería volver a sentir algo tan real.
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