La fría agua alivió momentáneamente la quemazón de los pies, congelándole de golpe el resto de extremidades y órganos. Luchó por salir del agua que parecía estar electrificada. En un par de brazadas alcanzó el borde del muelle, y con un esfuerzo sobrehumano se encaramó a él. Corrió hacia el coche calado hasta la médula y castañeteando. A su paso buscó cámaras de seguridad; nada, era una zona muerta. La pistola no estaba en su mano, reposaría en el fondo fangoso del río. Se subió al coche, arrancó y se fue zumbando.
En sus retinas estaba grabado a fuego el fogonazo, sus oídos hacían un piiiii más que preocupante, pero eso era lo de menos; el estupor y la conmoción lo aturdían, el agua tampoco había mitigado el olor a chamusquina. Ser espontáneo había resultado ser un gran consejo de Becky, pensó enfurruñado. Se palpó el bolsillo de la chaqueta y se tranquilizó un poco al comprobar que seguía ahí. Se oían las sirenas de los coches patrulla avecinándose. Si el corazón no le había estallado ya, nada lo conseguiría. Se miró en el espejo retrovisor, un alga verdosa se descolgaba de su cabeza por un costado. ¿Qué coño había pasado?
Faltaban dos minutos para el mediodía, y Telyan salía del pequeño bistrot de la calle 57. Había apurado su media hora libre, y aprovechó para hincarle el diente a una buena comida de corte francés. Un par de días por semana se dejaba caer por aquel su restaurante predilecto.
Había caminado unos pasos cuando escuchó el estallido de varios petardos; pum, pum, pum. De pronto se vieron acompañados de un griterío alarmante. La gente se tiraba al suelo; un grupo de niños muy pequeños se lanzaba enloquecido hacia la transitada carretera, el monitor que los acompañaba se arrodilló y extendiendo los brazos pugnó por contenerlos a todos y mantenerlos en el sitio.
Los atracadores eran tres; Telyan estaba a la altura del banco rayano con el restaurantito. Uno de los tipos salió corriendo y se abalanzó hacia un coche marrón estratégicamente aparcado frente a la entidad; en su huída dejó caer un revólver. El segundo se encontraba enzarzado en un tiroteo con el vigilante de seguridad en medio de la calle.
Agachado, Telyan se acercó, recogió el arma del suelo y apuntó con él al tercer asaltante justamente cuando asomaba por la puerta. El tipo hizo amago de moverse, y Telyan disparó al aire, suponiendo con atino que la pistola estaba cargada. Él tenía su propia arma, pero en ese momento descansaba en la guantera de su coche. El sujeto al que apuntaba resolvió que no tenía tiempo que perder y corrió igualmente hacia el vehículo de huida. Con los tres ocupantes dentro, el auto picó rueda y salió furioso.
Telyan arrancó su sedán negro y comenzó la persecución cuando se escuchaban ya las sirenas de la policía acercándose. Por el rabillo del ojo trató de cerciorarse de que nadie hubiera resultado herido. Imposible saberlo. El coche volaba tras los fugados; atravesaba calles en pos de ellos, una, otra y otra. Con el teléfono móvil en una mano, trataba inútilmente de comunicarse con el ordenador de abordo.
—Policía.
—Por favor, repita el nombre.
— ¡He dicho policía! —abrió la guantera y sacó su pistola; dio un volantazo y se le escapó de las manos—. ¡Mierda!
—Por favor, repita el nombre —la estúpida voz tecnológica no entraba en razón—. Por favor, repita el nombre.
Telyan trató de marcar el número a mano, lo que le hizo perder la vista de la calzada, y hubo de dar otro volantazo para evitar subirse a la acera; el móvil se escurrió entre los asientos.
— ¡Mierda!
Telyan viró a la derecha; aquellos tipos sabían lo que se hacían. No estaba habituado a la acción; lo había tomado por sorpresa su propia y dinámica reacción, pero lo cierto era que últimamente no le iba mal con sus espontáneas salidas de tiesto.
El coche perseguido entró en una callejuela pegada a los muelles; Telyan redujo la marcha y pasó de largo comprobando que los tipos habían parado allí. Detuvo el coche, echó el freno de mano con violencia, abriendo a un tiempo la puerta y salió. Había olvidado ponerse el cinturón de seguridad. Corrió hacia el callejón que terminaba en el río; se asomó con cautela. Los individuos entraban por una puerta metálica a un galpón viejo, sucio y sin ventanas intactas.
Se acercó, la puerta no estaba cerrada del todo y la empujó, chirrió, y Telyan se pegó a la pared. Nada; no escuchó nada. Entró; oyó voces. Unas escaleras daban acceso al piso superior; comenzó a subirlas, sacó el arma del atracador que previamente se había enfundado en la cintura del pantalón, la suya había acabado en el suelo del coche cuando la soltó para recuperar el volante; maldita sea, su móvil le hacía compañía en ese mismo suelo. Terminó de subir los peldaños que le restaban, y se encontró con los tres asaltantes en medio de un espacio mal iluminado, rodeados de maquinaria oxidada y un suelo de cemento completamente encharcado.
—Todos quietos —sorprendidos lo miraron—. Volvemos a encontrarnos —Telyan sonreía; el corazón le trajinaba frenético.
— ¿Quién eres?
—Vamos a resolver este caso.
— ¿Eres poli?
—Mucho mejor, soy detective privado —Telyan cayó en la cuenta de que no solamente nadie le pagaría por aquel asunto, sino que además se jugaba el pescuezo—. ¿Cuál ha sido el botín?
— ¿Quieres una parte? —preguntó el más arisco con acritud.
Resultaba tentador.
—Tú vas a ir a chirona; sois unos chapuceros —su voz modulada sonó tan seria como trató de que lo fuera. Telyan tuvo la sensación de estar viendo una película. ¿Realmente era él el que hablaba?, ¿el que había conducido como un loco hasta allí? Le gustaba este nuevo personaje—. Dejad las bolsas ahí, y muy despacio depositad también las armas en el suelo; los que aún la conserven —se mofó—. Alejadlas en mi dirección.
— ¿Qué armas?
Telyan efectuó un disparo que se deslizó firme entre dos de los atracadores. Tenía buena puntería. Obedecieron. Los caló rápidamente, el que llevaba la batuta y las otras dos almas carentes de iniciativa.
Inspeccionó ocularmente el sitio con los individuos bajo la mira de su arma requisada. Un cable roído, negro y gordo chisporroteó sobre sus cabezas. Mal asunto. ¿Había corriente en una nave abandonada como esa?
— ¿Quién es la brillante mente que ha diseñado este no menos deslumbrante plan? —mientras el comentario saturado de ironía salía de su boca, Telyan se dio cuenta de que el almacén era propiedad de Q Industries Corp.; que aunque aparentemente desmantelado, era un lugar al que estos tipos no hubieran podido acceder así como así.
¿Q Industries necesitaba dinero?, o ¿eran estos unos maleantes de poca monta? Revolvió entre las bolsas y encontró algo; se lo guardó en el bolsillo izquierdo de la chaqueta mientras reculaba hacia la ventana que daba al río.
— ¿Quién os ha contratado?
—Nadie.
Telyan supo que mentía; probablemente el jefecillo era el único que lo sabía, aunque estaba seguro de que no eran conscientes de quién estaba arriba del todo.
—Sois unos paletos —había niños en el tiroteo.
De pronto se escuchó algo metálico caer al suelo. Tras una máquina enorme y roñosa, elevada sobre un peldaño, apareció el cañón de un rifle, sujetado por un tipo que había estado escondido ahí todo ese tiempo.
—Tira la pistola —le ordenó a Telyan—. ¡Que la tires!
—No.
Los tres atracadores miraban la escena entendiendo, al menos alguno de ellos, que desde el principio se había tratado de una trampa; habrían de ser eliminados por el último en entrar en liza, que se llevaría la pasta y santas pascuas.
Telyan, que se sentía últimamente como si Júpiter y Urano se hubieran alineado, disparó al fulano, haciendo saltar por los aires la recortada que fue a dar contra el chispeante y maltrecho cable, desapuntalándolo al instante.
Iba rememorando el estado de alucinación, perplejidad y estupor que lo invadió de camino a su casa tras las electrocuciones y el disparo que él mismo había ocasionado involuntariamente. Cuatro sujetos habían muerto por su mano; y la policía, qué raro, no tenía ni una pista de lo sucedido en el almacén de marras. Habían allanado el galpón como si no hubiera un mañana; se lo contaba Joe, su excompañero en el cuerpo de policía, al que escuchaba tratando de disimular su desvaída turbación y embotada culpabilidad.
Tras cortar la corriente del edificio, solamente habían podido constatar que se había tratado de algún tipo de accidente, aunque algunos puntos no encajaban. (La ventana por la que Telyan salió despedido ni siquiera se rompió, nunca hubo en ella cristales para que lo delataran). La pistola con la que disparó sin querer al cuarto individuo, el que se hubiese salvado de la electrocución, no aparecía, y ninguno de los tres electrocutados podía haberla detonado desde su ángulo. Todo esto le contaba Joe.
—Aha… —musitó Telyan desmayadamente, mientras procedían a subir las escaleras para inspeccionar el escenario.
Sin rastro o pista alguna de lo sucedido, Joe había pensado que tal vez él pudiera echarles un cable con el asunto. Así que ahí estaba, tras pasar por su apartamento, darse una ducha y repeinarse. Resopló; en fin, nada podía hacerse ya, y de nada servía contar la verdad. La verdad era que los zoquetes estos se lo habían buscado, Telyan sólo intentaba hacer las cosas bien, ser un buen ciudadano; pero mira por dónde, los acontecimientos se habían torcido y retorcido. No del todo, si miraba el único lado bueno que tenía para mirar: él nunca estuvo en ese almacén. Repítelo; nunca estuve en este almacén.
— ¿Y bien? —Joe lo observaba expectante. Los cuerpos estaban siendo examinados por el equipo forense.
—Es un misterio… —murmuró Telyan mirando para otro lado.
—Vamos, ¿no se te ocurre nada?
—No… —musitó.
—Estás como alelado.
— ¿Por qué no llamas a Sherlock Holmes?
— ¿Estás bien?
— ¿Va a pagarme la policía para que lo resuelva?
—No.
—Pues no tengo nada para ti.
— ¿Y si te pagara?
Telyan hizo de tripas corazón y volvió la vista hacia las bolsas encamilladas que los forenses se llevaban.
—Tampoco lo tendría —sus cejas se combaban en el sentido contrario al del ceño fruncido.
— ¿Seguro que estás bien, Telyan? Cosas peores hemos visto. Estás un poco pálido.
—Creo que me he pillado la gripe o un catarro —no era broma, probablemente había cogido hasta la peste en ese maldito río helado y asqueroso. Sería irónico, porque por otro lado, al menos a corto plazo le había salvado la vida. Lo único que lo había consolado un poco, era que sacaría partido al puñetero asunto. En este momento, sin embargo, lo veía todo tirando a negro. Había sido poli, pero estas cosas no pasaban normalmente, él tenía estómago de sobra para ver lo que tuviera que ver, pero matar a cuatro tipos, aunque fueran unos indeseables, y aunque hubiese sido sin querer, ¿cómo se comía eso?
— ¡Telyan! —repitió Joe.
— ¿Qué? ¿Sí?
— ¿Por qué no te vas a casa y te curas ese catarro?
— ¿Cómo supisteis que estaban aquí?
—Alguien llamó.
— ¿Quién? —preguntó un Telyan más paliducho que el de hacía un instante.
—Un anónimo.
Autor: Trevena