Asesinato 3x
El calendario marcaba el mes de febrero, pero no era verdad, estaban en mayo, sólo que una cierta tendencia a la vagancia hacía que a veces se le “pasara” pasar las hojas una vez al mes. No se consideraba un holgazán, pero había que priorizar, y últimamente su tiempo valía casi literalmente oro. Telyan se revolvía inquieto en su silla de despacho, desapoyó los pies de la mesa y se levantó.
La luz entraba rojiza por la ventana abierta, mezclada con el ruido del tráfico de la hora punta. Una mesa con cajonera, tres sillas y una estantería eran todo el mobiliario que se había podido permitir comprar. Los había llenado de libros y de material de oficina, y un ordenador portátil al que le hacía compañía un cactus, regalo de Becky, para desearle suerte en su nueva andadura como detective independiente.
Joder, se había quedado como una gárgola petrificada, mirando impávido el terrible asesinato. La sensación de irrealidad fue lo que le dejó clavado en el sitio; eso y la imposibilidad de salvar al pobre hombre. Ya se lo había dicho a Joe, no había mucho que contar. Dio un par de zancadas y volvió a sentarse en la silla, se repantingó y giró cuarenta y cinco grados colocándose las manos tras la nuca. ¿Por qué se había demorado tanto el asesino? El sol brilló en el áureo cubilete portalápices, obsequio de su ex. Un momento, estaba registrando a la víctima, ¿pues no le había sacado del bolsillo algo esférico y dorado? Otro reloj. Vandervelden-Smith. ¿Qué estaba pasando?
¿Estaba robando todos los malditos relojes de la ciudad? Ahora lo visualizaba, porque era un reloj más grande de lo normal, igual que el que se había incautado él en el almacén, el que todavía no había entregado al señor V-S. Y no era lo único que había descubierto, tenía grabadas varias palabras, tres concretamente, una de las cuales estaba tachada por encima. Telyan sacó el reloj del cajón, ¿serían una clave? ¿Cuánto podría sacarle al viejo empresario? ¿A dónde llevaba aquella inscripción?, si es que llevaba a alguna parte.
Bajo la lluvia, Telyan sacó el teléfono para llamar a la policía. El agua torrencial lo empapó y lo apagó antes de que pudiera darles la dirección. Lo que sí dio tiempo fue a que les advirtiera del crimen del que estaba siendo testigo. Un tipo acababa de rebanarle el pescuezo a otro. Duró un segundo, para cuando quiso darse cuenta, el hombre estaba tirado en el suelo y Telyan hablaba solo con un teléfono apagado.
Había salido a correr. ¿Por qué, si hacía un día de perros? Pues porque sí, porque había decidido ponerse en forma, y eso exigía hacer idioteces como salir a correr en medio de la puñetera tormenta del siglo. ¿No sería mejor estar tomándose un whisky en un bar?, ¿acompañado de un cigarrillo? Lo había dejado, pero de vez en cuando se daba el gusto de fumarse uno.
Las gotas de lluvia resbalaban cara abajo, chaqueta y pantalones de chándal abajo, las zapatillas de correr eran dos charcos andantes. Si se movía chapotearía en ellos, y el asesino le oiría incluso por encima de la atronadora tormenta. Menos mal que el seto le ocultaba. Pero, ¿qué hacía el asesino? ¿Por qué no se largaba de una vez? No es que él fuese el tipo más audaz y valiente del mundo, pero tampoco era un cobarde, simplemente ya nada podía hacerse por la víctima, y Telyan no acostumbraba a llevarse la pistola cuando salía a hacer footing. Es decir, la única vez anterior a esta en que lo había hecho.
¿Por qué le pasaba esto? Suponía que eran gajes del oficio, aunque sospechosamente venían sucediéndole en sus ratos libres. No hay mal que por bien no venga, ahora tenía excusa para comprarse un smart phone de ultimísima generación. Tendría que aprender a usarlo. Joder, ¿cuánto
tiempo iba a quedarse ese cabrón ahí bajo la lluvia? Mecagüen todo; se estaba congelando allí quieto como un pasmarote.
— ¿Y cómo era, Telyan?
—Un tipo grande.
—Podrías decirme algo más.
—Era de noche y caía una cortina de lluvia, Joe.
—Gracias por el parte metereológico, Telyan. Le he vendido al jefe que un expoli es nada menos que nuestro testigo estrella.
—Ya, pues tu testigo sólo vio un puñetero cuchillo de carnicero cercenándole la garganta a ese tipo. Por cierto, ¿quién era?
—Un profesor de la universidad, de la facultad de Historia.
— ¿Y qué hacía aquí, en el parque?
—Dímelo tú, que lo viste todo.
—No te quejes tanto.
— ¿Y qué tal te va como detective privado? ¿Resuelves casos de los que incluso eres testigo?
—Eres muy gracioso, Joe, me parto de risa. ¿Cómo se llamaba?
— ¿Por qué te interesa?
—Me intriga. Vestía con traje negro, bastante impecable, parecía un jodido enterrador, ahora que lo pienso.
—Vale, súper detective. Si te acuerdas de algo más, no dudes en compartirlo conmigo.
—Descuida.
—Desde lo de Becky te noto alterado.
—Estoy más centrado que nunca.
—Claro.
— ¿Puedo irme ya?
—El chándal te sienta de maravilla. —Joe se fue meneando la cabeza, se preocupaba por Telyan, era su colega.
— ¿Qué es?, ¿un doble homicidio? —Vaya, por una vez Telyan no estaba implicado. No eran las siete de la mañana, y ya se encontraba en un descampado que daba al río. Después de la nochecita de un par de días antes en el parque, era lo que le faltaba.
—Al parecer se han disparado el uno al otro y los dos han fallecido.
—Si lo tienes tan claro, ¿para qué estoy aquí, Joe?
—Míralos bien.
—Joder, ese de ahí es el asesino del parque.
—Ya me parecía; traje de enterrador.
— ¿Lo es de verdad?
—Sí, trabaja para la mafia. Andan detrás de algo.
Telyan se agachó al lado de la otra víctima, una gruesa cadena dorada le llamó la atención, le abrió un poco la chaqueta y la camisa, y ahí estaba, colgando de su cuello otro reloj igual que el que Telyan tenía todavía en su poder. Se había parado a pensar en lo afortunado que era, pero con tanto
asesinato a su alrededor era cada vez más consciente de que había sobrevivido a una situación terrible en aquel almacén; estaba vivo de verdad. Bien, a ver si seguía así la cosa. Debía tomar medidas de seguridad ante la inminente reunión con Vandervelden-Smith.
—Joe, cuando se lo quitéis, mira a ver si tiene algo llamativo.
— ¿Por qué?
—Tal vez así podáis identificarle.
—Ya sabemos quién es; era arqueólogo, llevaba el carné en la cartera. Hemos hablado con su esposa, la víctima acababa de regresar de Sudamérica.
—Déjame unos guantes. —Telyan se los cogía ya del bolsillo del que le sobresalían—. Se lo soltaré.
— ¿Qué piensas encontrar?
—Una inscripción.
—Adelante —el tono sarcástico de Joe acompañó el momento en el que Telyan ya se lo sacaba por la cabeza.
—Joe, recuérdamelo, ¿eran así las cosas cuando yo estaba en el cuerpo?
—No sabría qué decirte; últimamente esto es de locos.
—Aquí está. —Telyan señaló la parte posterior—. ¿Lo ves?
—Sí.
Ambos estaban absortos examinándolo, cuando de pronto, surgido de la nada, un halcón se precipitó desde el cielo contra ellos. Bajo los efectos de la más absoluta perplejidad, Telyan se vio en medio de un forcejeo absurdo con la rapaz, hasta que esta se hizo con el reloj y se elevó a las alturas
con él.
— ¡¡Acabas de perder una pista!! —Joe se levantaba del suelo, en donde del susto había aterrizado de golpe.
— ¡¿Yo?! ¡¿Has visto lo que ha pasado?!
—El puro me va a caer a mí, ¡joder! ¡Sargento! —Joe se volvió—. ¡Búsquenme a todas las endemoniadas águilas, halcones y aves rapaces adiestradas de la ciudad! ¡Ya!
Algunos policías e inspectores no disimulaban la risa. Joe comenzó a gritar y a dar órdenes a diestro y siniestro, tapando su humillación y aquel despropósito con un cabreo monumental.
El bolsillo derecho le vibró acompañado de una melodía, Telyan se apartó de la escenita y descolgó el teléfono. El halcón de las narices le había dado un buen picotazo en la cabeza, notaba un hilillo de sangre descendiendo por su sien izquierda.
— ¿Señor Telyan?
— ¿Quién es?
—Usted no me conoce —una voz femenina y melosa se lo explicó—. Pero creo que tiene algo en su poder que no le pertenece.
Autor: Trevena
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