Revista Cultura y Ocio
RELATOS PUBLICADOS EN DIARIO 20 MINUTOS
"EL PINTOR DE LAS CALLES MUDAS"
Le he pintado unos ojos a la tristeza de mi calle mugrienta, y una boca en su rostro, para que cuando me miren reciten mi nombre.
Son los sueños dementes de un iluso sin mayor patrimonio que el de sus recuerdos. Soy el pintor de las calles mudas. Nadie me observa, todos me evitan y quienes me hablan, lo hacen para descargar sobre mí blasfemias o vacuas expresiones afligidas de lástima o misericordia.
Una vez yo fui un alma presurosa que pasaba por la vida con un corazón de hielo y ojos sellados de invidente. Jamás me conmovió la presencia perpetua del pordiosero mendicante, que me obligaba a forzar el paso o desviar mi trayectoria.
Ahora yo soy la sombra de la vergüenza que mancilla las calles y tú, el reflejo fatuo de mis recuerdos. En las paredes dibujo ensoñaciones y desvaríos de una mente trastornada por la soledad.
Conecto contigo cuando, por un instante, rozas mi alma clavando tu pupila en mi pupila, o esbozando una sonrisa pasajera, que yo atesoro en mi arcón de regalos sin nombre ni envoltorio.
PERDIDO EN EL CIBERESPACIO
¿De qué sirve mi talento si queda oculto y perdido en el ciberespacio como el silencio que engendran las tinieblas de una caverna?
Taciturno y caviloso, Mario Figueras contempló el boceto de su prodigioso manuscrito, nacido de la autocomplacencia. Lo imaginó como trasunto del mismo cosmos, donde acaecen fenómenos inexplicables que perviven ignotos en los confines de su inconmensurable magnitud.
Un desfile de proezas artísticas nace y muere cada día en alguna parte del mundo, sin que la vista ni la intuición despierten siquiera a la fantasía de su existencia, recita para audiencia de sus oídos.
Sumido en tales reflexiones, Mario se arrumba en los vericuetos de su pesadumbre, quedando atrapado en sus redes insidiosas.
El tren de las oportunidades y la suerte cruza de largo su estación para detenerse en otras que se le antojan, en ocasiones, derruidas y cochambrosas. Mario suspira y exhala su honda frustración, admirando su obra de arte perdida en el ciberespacio. El anonimato es tanto su prisión como la certidumbre de la serenidad que le otorga crear a solas con sus musas.
De pronto, una llamada intrusiva e intempestiva le saca de sus rezongos. El tren de las oportunidades acaba de anunciar la entrada en su estación de sueños prohibidos. Un editor ha quedado entusiasmado con uno de sus escritos, y entre toques celestiales de clarines y trompetas, le propone una alianza de futuras publicaciones.
Un rayo de luz escinde las tinieblas para alumbrar su nombre desconocido, mientras en la inmensidad inconmensurable del ciberespacio quedan talentos ajenos ocultos en la negrura de una caverna.