Entre puntada y puntadaXIV
Plaza de Olavide, de urbancidades.wordpress.com
—También hacen faltan dineros.—No sé qué quié decir.—¿No? Pues está bien clarito, hija.—Yo sí la entiendo, señora Casta, y creo ques el momento de hablarlo. No sé el tiempo que llevo bajo su techo y no ma cogío usté ni una perra. Y ya está bien. Yo quiero ayudar, como ustedes. Si no nunca me sentiré del todo parte de esta familia —. El enfado de la Gertru era evidente, además de sus razones—. ¿O, acaso la Reme no la da a usté lo que gana en ca doña Consuelo?—Sí, pero es mi hija —. La contestación de la señora Casta hizo daño a la Gertru, sin que aquella se lo propusiera.—Pues no será hija tuya, pero para mí la Gertru es una hermana —. La defensa de la Reme hizo mella en su madre, y también le hizo ver lo inapropiado de su anterior respuesta. La nueva portera, se secó las manos en el mandil y dio una orden que más pareció un ruego.—Sentaos —. Ya las tres sentadas en sillas bajas de enea, dentro de la garita de la portería, la señora Casta les habló, si bien antes se pasó ambas manos por el rostro, como queriendo enjuagar las lágrimas retenidas—. Bien, lo primero, quiero que sepas, Gertru, que eres para mí como la Reme, aunque no seas mi hija. No quise decir antes que no lo fueras, sino que aquí quien debe apencar somos yo y ella. Pero sea, tú también participarás en el sostén desta casa… Si quieres—. La cara de alegría de la Gertru fue compartida con otra igual por la Reme, y ambas se miraron satisfechas y cómplices—. Y por lo que veo, ya lo teníais hablao. Y ya que aportas, debes saber. Jesús y yo no pudimos ahorrar nada, por lo que cuando se fue, Dios lo tenga en su Gloria, aquí sólo entró tu dinero, hija. Por eso acepté la portería. Pero don Eulogio no nos va a pagar hasta fin de mes. Así lo acordamos. Por eso… Bueno, por eso no pués ir al mercao. No hay dineros. Yasta dicho. Y recordad las dos que la pobreza no es vileza(1)—Vale, pero también has dicho que la Gertru ya puede apostar, ¿no?—Pues como se la ocurra apostar, estamos arreglás.—Bueno, usté ya mentiende, madre.—Haced lo que queráis.—Vamos, Gertru, ¿maconpañas?—Claro. ¿Tiés horquillas? —Sí.—Déjame tres que se mestá deshaciendo el moño.—Después de arreglaros, abrir esa puerta, ya empieza a hacer calor, y cuando salgáis dejar abierto la hoja de arriba de esotra.—Gracias, madre —. Y la Reme acompañó esas palabras con un beso en la mejilla de doña Casta según salía al portal.—Anda, tonta. Las gracias a ella.—Vamos, Gertru, ques para hoy.—Va, que no se va a ir el frutero, mujer.Estas últimas palabras de Gretru quedaron en la cabeza de la señora Casta, y unidas a las urgencias de la Reme por comprar en el mercado de Olavide y que, además, ninguna de las dos jóvenes cogió el capacho, dieron lugar a un presentimiento en su corazón. La ya viuda hilaba muy fino y sus hijas, aunque lo sabían, no dejaban de ser pollitas jóvenes que nunca habían dejado el gallinero, por mucho que Gertru viniera en su día de las profundidades de las Asturias. ———— o O o ————
—Servanda —llamó don Mauro desde el comedor. A lo que el ama respondió con su presencia.—Sí, don Mauro.—¿Le puedo hacer una pregunta?—Pos claro.—Bien —. El hombre se aclaró la garganta y se decidió—. ¿Qué le parecería que entrara en esta casa otra mujer?—Eso no es cosa mía, señor.—Sí lo es. Usted es quien la lleva, quien cuida a Juanín. Lo hace todo. Y muy bien. Lo último que deseo es que usted se sintiera incómoda por una decisión mía.—Mire usté, don Mauro, yo estaba sola en este mundo y usté me acogió pa cuidar a su hijo. Llevo desde los cinco años en la capital y nunca hencontrao a un hombre como usted, ni siquiera mi difunto marido, quen gloria esté. Una, que sabe lo que son los hijos y las necesidades, no pué por menos questar agradecida. Además, ¿quién trae los dineros pa to? Una no es quién pa meterse en vida de nadie. Usté es joven. Yo no conocí a su difunta mujer, pero estoy segura de que ella desearía su felicidad. Y un hombre, siempre es un hombre. Y la mujer a quien ha echado usté el ojo paece una buena chica. Y ya sabe usté, que al hombre casao, la mujer le hace bueno o malo(2). Por eso pienso que la madre de Juanín debió ser una gran mujer.—¿Y no la importa hacerse cargo de otro niño?—Sigo diciéndole que no es asunto mío. Pero, qué voy a decir yo de los hijos. Tuve cinco… —. Servanda se emocionó. Por lo que don Mauro se tomó la libertad de acercase a ella y asirla suavemente por los hombros.—Gracias, mujer. No se apure. Tiene usté a Juanín. Es tanto suyo como mío o más. Y si consigo lo que me propongo tendrá usted otro que cuidar.—Sí —contestó Servanda, una vez contenidas las lágrimas —. Aunque ya una se va haciendo mayor. —Pues, entonces, acéptelo usted como un nieto—. Bromeó y sonrió don Mauro. —Bien es verdad, porque usté podría ser hijo mío. Mi Mateo tendría ahora su edad, si Cuba no se lo hubiera quedao.—Entonces, ¿no le importa? —No, no me importa, aunque siga sin ser asunto mío.—Bien, pues voy a hablar con la señora Casta ahora mismo. Luego iré a la fábrica.—¿Vendrá a comer?—Sí.———— o O o ————Dicho y hecho. Como ya se ha comentado, don Mauro era un hombre más de hechos que de palabras, aunque éstas últimas no las usara mal. De ahí que la heredada fábrica viera aumentadas la producción y las ventas. Sabedor de que ahora la viuda del cuarto derecha fungía(3) como portera, tras pisar el último escalón, giró a la derecha agarrado al pomo del barandal, y como quiera que la parte acristalada de la puerta de la portería estaba abierta, observó que la señora Casta estaba sola en el tabuco. Eso le tranquilizó, si es que ello era posible, pues don Mauro no se sentía seguro al surcar las aguas del protocolo amoroso.
—Buenos días, señora Casta.—Ah, don Mauro. Es usted —mintió la portera.—Sí… Me iba a la fábrica y… —¿Y? —animó a seguir la mujer.—Y verá. Es que, ¿Gertru tiene padres?—Como todo el mundo, don Mauro —. Esta vez la señora Casta, al verle venir por segunda vez, le puso una jocosa zancadilla.—Quiero decir, que si yo pudiera verlos…—Hombre, no es difícil, pero algo mu importante tié que ser pa llegarse hasta Asturias, y más a su pueblo. Creo questá perdío por los montes.—Importante es, pero no de vida o muerte. Pero entonces, tendré que hablar con usted.—Pues adelante, hombre. Ya sabe, aquí estamos pa servirle, le debemos más de lo que se pué pagar.—No… No se trata de eso. Y no me deben nada.Composición propia
En ese momento, don Mauro se interrumpió, notó por el cambio de luz a su espalda que alguien entraba en el portal. Era doña Elvira, de un negro riguroso, contra el que destacaba el dije de plata que colgaba de su cuello. La vecina del primero, miró de arriba a bajo al caballero que departía con la portera, y aminoró el paso para ser saludada. —Buenos días, doña Elvira.—Señora —inclinó la cabeza don Mauro.—…nos días —fue la severa contestación que devolvió a sendos saludos la mujer del coracero mutilado. Tras lo cual comenzó una lenta y ceremoniosa subida de escalera.Don Mauro se aclaró la garganta, y para dar tiempo a que la vecina subiera, preguntó por las jóvenes. A lo que la señora Casta contestó:—De mercao. Pero más me da a mí que san ido de pesca, a ver si cae algún merluzo.—¿No me dirá usté que…? —. Don Mauro escuchaba como hablaba, bien. Por ello le dio un vuelco el corazón.—Sí, pero no se preocupe, la pescadora es mi hija —. Tranquilizó la mujer que vio perfectamente el brinco en el interior del caballero. —Bueno, ya sabemos los dos a lo que vengo.—Sí, creo que sí. Pero diga, no sea que una sequivoque y la líe parda(4)—. Quiso jugar la señora Casta que disfrutaba grandemente de la conversación.—Ya que los padres de Gertru no me son accesibles, quisiera pedirle permiso para verla.—Verla, verla, la puede ver cuando quiera. Ahora, si lo que quiere usted es cortejarla, entonces… —mantuvo el suspense la madre putativa—. Salvo que ella se niegue, por mí no hay inconveniente. Eso sí, ha de darme usté su palabra de caballero de que la respetará.—La tiene usted —contestó aliviado y contento don Mauro—. Dígale que luego me pasaré por aquí para hablar con ella… Si me hace el favor. Ahora tengo que atender la fábrica.—Atienda, atienda. Yo también tengo quehaceres.—Entonces, buenos días. Y gracias.—No las merecen —. La despedida fue acompasada de un portazo en algún piso del vecindario.El corto trayecto entre las calles de Españoleto y Caracas fue recorrido por el chocolatero a ritmo de un chotis silbado de La verbena de la Paloma(5). Tan contento estaba, y tan contenta quedó doña Casta, que ninguno de los dos cayó en la cuenta de que la puerta del primero izquierda no sonó hasta que se despidieron.
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—Yo creo que mi madre sa coscao de algo por tu culpa.—Si yo no he dicho na, Reme.
—¿No? ¿Y eso de quel frutero no se iba a ir? —¡Anda! ¿Pues no vamos a comprar fruta y verdura y carne y…?—Bah. Quietahí. Que no hemos cogío ni capacho.—¿Vuelvo?—No mujer, compramos poco, pero entre las dos algo podemos cargar. ¿Tú, yastás bien, no?—Claro.—Pues venga, vamos a darle palique al Venancio, a ver por dónde sale.—Espera. Te falta algo.—Me va a faltar…—Sí, el clavel. Ven, tinvito.—Pero si tú te pones otro.—Claro.Y allá que se fueron las dos, a ser vista una y a ver otra. Con sus mantones multicolores, su volante a pie de falda y su pañuelo blanco cubriendo media cabeza, a pesar del calor, como frutos de una primavera recién pasada y que perdurara. Adornadas y rematadas por dos claveles rojos. Dos modistillas con nombre, pero anónimas, en busca de las pocas aventuras que una vida sencilla y parca de recursos puede ofrecer. Podrían querer o no la educación recibida a través de sus ojos, lo que no pudieron es elegirla. Casaderas las dos sin remedio y sin sopesar los pros y los contras. Cápsulas de vida ambas, una ya sembrada y la otra ilusionada por serlo e inconsciente de quererlo. No había más en el Madrid de principios del siglo veinte para la gente de a pie.
Concepción Sáiz de Otero,
de www.culturagalega.gal
—¿Y a las princesas que las ponemos?, a parte de un altar, claro.—A ver, Gertru, ¿qué nos llevamos? —. La Reme pareció no inmutarse por el piropo.—Anda, y yo que sé. Tú sabrás. Yo hago de to menos la cocina. Y tú has dicho de venir.El último comentario de la Gertru no pasó desapercibido al frutero.—¿Tomates? —se preguntó la Reme.—Los mejores de to Madrí. Tan rojos como tu clavel ¿Qué ponemos¿ ¿Dos kilitos?—Sí. Y pepinos… Tres o cuatro.—Y cuatro pepinos para la flor más bonita del huerto.—Y una lechuga.—Lo mismo comemos hoy ensalá.—Nosotras sí —. Sonrió la Reme.—¿Y qué más?—¿Cuántos cuartos tiés, Gertru?—¿Por qué?—Porque me apetece melón para postre.—Danos un melón, pero a cala y a cata(6) —exigió la Gertru—No va a hacer falta, yo los conozco mejor cerraos que calaos. Y si no, ya lo verás—. Mientras Venancio tanteaba melones en busca de uno que le petara, dio un sonoro silbido. Al momento apareció un jovenzuelo desaliñado y despeinado.—¿Qué?—Anda, Joselillo, atiende que sestá haciendo cola.Y Joselilló se puso a la labor, a pesar de que las cajas de los frutos sobre el carro le ocultaban todo menos el desordenado pelo. Por lo que el adolescente atendía de puntillas, hasta que, de un puntapié, Venancio le acercó la banqueta que usaba para descansar cuando no había clientela y el puesto estaba aviado. Las dos jóvenes probaron el melón elegido, se miraron y dieron su aprobación.—Lo veis. Es que tengo un ojo… Pa eso y pa las mujeres. ¿Verdá, Joselillo? Y lo mismo que mas dicho que sí al melón, me lo tiés que decir para ir a la verbena. Esta tarde mismo, es sábado y cuando cerremos el puesto, Joselillo se queda en el carro, me espera y luego nos vamos pal pueblo. Y si mi tío se preocupa, peor pa él. ¿Qué, qué me dices, emperatriz?—¿Lo dices en serio? —preguntó la Gertru.—¡Anda ésta! Y a ti también tinvito. ¿Qué, os animáis?Las dos amigas volvieron a mirarse y, tras encogerse de hombros la segunda invitada, la primera aceptó con un reparo.—Pero tenemos questar temprano en casa, mi madre sa quedao viuda y no quiero que esté mucho rato sola. —Mira, lo mismo nos pasa a nosotros. Aunque mi madre está con tío Eliseo. Quedaron pues en verse a las seis de la tarde junto al puesto. Las clientas pagaron y se llevaron de premio un kilo de patatas que, como el mismo Venancio dijera, nunca vienen mal. Con lo que la Reme y la Gertru regresaron a casa más cargadas de lo que debieran aunque más contentas de lo que pensaran. Una porque se sentía halagada y la otra por su amiga. Peor quedó Joselillo que vio frustada la oportunidad de holgazanear media tarde en su pueblo.
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Hojalatero o estañador.
De www vezdemarban.
[Continuará]
(1) Seniloquium (Refranes que dizen los viejos) del último tercio del siglo XV, Biblioteca Nacional de Madrid, pág. 184,"221 La pobreza non es villeza: Por ello nadie sabio maldice la pobreza, la humildad de origen, la enfermedad y la muerte, ni las considera como males. Lo escribe Ambrosio en el Hexamerón, en el Tratado del día 1º”.(2) Este refrán sexista no sé de donde viene, no he encontrado su origen, por lo que no debe ser muy antiguo. Si bien es verdad que la pareja influye sobre el individuo, esto ocurre en los dos sentidos, sea ésta heterosexual u homosexual. Hay que entender que en aquel tiempo la sociedad era tan machista o más que la actual.
(3) Cómo me gusta este verbo por su concreción. ¡Cuánto tiempo he buscado y cuantas palabras ahorra! Fungir, DRAE, 2014: (Del lat. fungi). 1. intr. Desempeñar un empleo o cargo. Fungir de presidente. Fungir como secretario.(4) Otra vez fracaso en el intento de conocer su origen. Aunque he encontrado un único y pequeño resquicio en un foro avalado por el Instituto Cervantes. Hay dos opiniones, una se refiere a que esta expresión viene del argot de cinegético, las liebres suelen ser pardas, y una vez acabada la jornada, terminan liadas y colgadas del cinto. Otra opinión es aquella que trae a colación otro proverbio: irse de picos pardos (que ya aparece en el Diccionario de Autoridades, tomo III, 1737, entrada PICO, pág. 259), porque pardos eran los jubones de picos que obligaban antiguamente a ponerse a las mozas de partido para ser identificadas. No dejan de ser opiniones. Ver fuente.(5) La verbena de la Paloma es una zarzuelita (sainete lírico en un acto). La música se debe a Tomás Bretón y el libreto a Ricardo de la Vega. Fue estrenada en el teatro Apolo de Madrid el 17 de febrero de 1894. Puedes verla y oírla pulsando aquí, seguro (?) que los compases te suenan.(6) Cuando yo era crío (1960) todavía se vendían en Madrid los melones y sandías en puestos callejeros (una lona en el suelo, cuatro estacas y otra lona de cielo) a cala y a cata, es decir, el melonero extraía hábilmente una porción del centro del melón (la cala) con una navaja y se lo ofrecía al cliente (la cata). Si le placía a éste se lo llevaba y si no se cataba otro.