Revista Salud y Bienestar
commons.wikimedia.org
Lo tenía claro, él no era de los que se quedaban en el sillón. A sus treinta años regentaba un negocio que le había catapultado a la celebridad desde que aquella periodista publicó un extenso reportaje con fotos en el dominical de su periódico. Lo más difícil fue convencer a la compañía eléctrica, le pusieron pegas durante un año hasta que consiguió hablar con aquel ingeniero de la peca en la mejilla, ese le comprendió. Le facilitó los algoritmos, para evitar sobrecargar la red, y el estudio de costes. Al final le pagaban cada rayo a seis mil euros, en una buena tormenta podía cazar hasta siete. La compañía, como es natural, ganaba mucho mas y al cederle el uso de lineas de alta tensión, previo aviso, evitaba riesgos innecesarios. Su avioneta actuaba de señuelo tras instalar un filtro de protección eléctrica en el motor y conseguir un cable de hiperlongitud que su compañero conectaba a la red y le lanzaba con un ingenioso sistema de pértigas que permitía a la avioneta pescarlo al vuelo. Las primeras veces se asustó de veras. Al recibir la descarga, el motor se paraba, la carlinga quedaba a oscuras, fuera soplaba de lo lindo... Cuando volvía a casa se lanzaba agotado en el colchón, sonriendo por estar rematadamente loco. Un médico rural ha de tener recursos para todo, le explicaron hacía ya muchos años.