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RELATOS DECONSTRUIDOS. "ÁRBOLES A TRAVÉS DEL CRISTAL" BY FERNANDO ESPUELAS · 11/20/2023
- Me llamo Alcoz- dijo al entrar. Se quitó el sombrero y alargó la mano, ella acercó la suya con un breve roce. Cuando se hubieron sentado, ella habló, habló deprisa al comienzo, pero había como un rozamiento que la iba frenando. Las últimas palabras salieron lentamente hasta que se agotaron. Ni por tristeza ni por rabia hubiera querido llorar, pero al final dos lágrimas le nublaron los ojos.
Él tomó la foto que ella le mostraba. Miró al hombre ni joven ni viejo del papel.
- Admito la mentira y la perfidia, pero no la tristeza. No llore, se lo ruego… Dice que es robusto, pausado, ojos color avellana, se ladea al andar… Le odia, dice…, y quiere que acabe con él.
Giró la cabeza y deslizó la mirada sobre los muebles escuetos, sobre el libro italiano abierto en la mesa, sobre los árboles a través del cristal.
- Sí, claro. Puedo hacerlo limpiamente, sin sospechas. Es mi trabajo. Soy un profesional, claro… Y dice que le odia… Mire, el odio tizna, acaba con la belleza que tiene este trabajo… Piénselo mejor. Tómese su tiempo, viva la vida, arrímese a otra gente, sienta el calor de un cuerpo generoso, haga cosas, digiera su odio y después, si aún lo desea, me llama y yo lo haré… Señora, soy un artista.
Ella cerró los ojos para suprimir el mundo, para borrar al hombre que tenía delante, y también al otro, al que flotaba disuelto en el aire en la casa.
Cuando los abrió de nuevo, él había salido. Le distinguió embutido en su gabardina blanca, vio cómo se ponía el sombrero mientras bajaba los cinco escalones y pisaba la hierba.
Avanzaba el otoño, un color de oro viejo teñía las copas de los álamos y un rojo cereza apuntaba en los arces. Sopló una ráfaga de viento frío, se estremeció levemente y alzó la solapa. Andaba despacio, en la nuca sentía la mirada de ella mientras se alejaba de la casa flotante y transparente.
El crujido de las hojas secas al pisar se confundió con el sonido del papel que arrugaba su mano en el bolsillo, la foto de un hombre sólido y extranjero, como él, pero de otra latitud, un hombre vestido con traje de buen paño y corbata de seda, serio, de gesto concentrado. En la foto sostenía un habano entre los dedos de la mano izquierda.
Mientras sentía al pisar cómo las hojas se quebraban, pensó en Alcoz, aquel compañero de colegio de quien tomó el nombre, ese nombre que usa en el ambiente. Sin querer, se le dibujó una sonrisa. Un intenso olor a humedad llegaba desde el borde del río.
Se paró junto al coche, sacó la llave del bolsillo y negó con un leve gesto de cabeza. Se dijo que perdía oportunidades, que tenía excesivos miramientos. Algún cliente le contó que de lo suyo había escrito un tal Quincey o de Quincey. Se dijo que era un sentimental. Se dijo eso mientras ponía en marcha el motor. Bajó la ventanilla y calculó el tiempo que le llevaría volver a Chicago.