Hoy contamos con una nueva colaboración en nuestro Blog: este artículo de Gabriel Mª Otarola - AECC.
El Manual de
Frascati (OCDE) es un referente actualizado de definiciones básicas y de
las actividades de I+D aceptadas por científicos de todo el mundo. En él
se recogen las actividades consideradas de Investigación y Desarrollo (I+D)
para que participen la ciencia y la tecnología en el desarrollo económico.
Define la innovación como la transformación de una idea en un producto
vendible, nuevo o mejorado, o en un nuevo método de servicio social. Las
cursivas son mías.
Más adelante, se puso de moda el acrónimo I+D+i como
signo de la unión en un único concepto de la investigación, el desarrollo y la
innovación. Es lo que se lleva en la era global de las tecnologías donde economía,
ciencia y tecnología van de la mano para optimizar los recursos. Pero ya casi
han desaparecido los términos desarrollo (excepto como sinónimo de crecimiento)
o innovación social, que solo queda apenas el nombre cuando debería considerarse algo
esencial de la innovación. La parte positiva del I+D+i es clara: la irrupción de
la domótica, los avances en la medicina, en las telecomunicaciones o en el
abaratamiento de infinidad de productos con prestaciones impensables hace pocos
años, y a un precio asequible.
El problema es que esta innovación no deja de ser
parcial en la medida en que sus objetivos y fines no se centran en la mejora de
la calidad de vida globalizada. Con tantas posibilidades de mejora como se dan,
¿por qué se quedan fuera sistemáticamente tantos millones de personas, que no
tienen ni para sobrevivir? La innovación para ellos sería comer caliente todos
los días, por resumir las pandemias, guerras y pogromos, que no están en
ninguna agenda mundial de la innovación.
Existe, de hecho, un Índice Mundial de
Innovaciónsobre la situación comparativa de la innovación en todo el mundo.En
2014 se analizaron 143 economías por medio de 81
indicadores,
para evaluar sus capacidades y los resultados cuantificables en la innovación.
Se confirma la persistencia de las disparidades a escala mundial. Se observa en
las economías menos innovadoras problemas para seguir el ritmo al que progresan
las economías situadas en los primeros puestos, incluso aunque logren avances
considerables, con un número cada vez mayor de economías emergentes que no
pueden seguir el ritmo de los países punteros. Y pierden talentos que no regresan
a sus países de origen para innovar.
El problema es que la innovación no nos salvará sino
lo que hagamos con ella. Innovar sí, pero ¿para quién? Para la mayoría. De lo
contrario, la innovación será regresiva: ¿De qué nos sirve al 20% avanzar en lo
material mientras nos deshumanizamos como personas indiferentes al sufrimiento
del otro 80%? Esto es algo bien sabido, pero nos emperramos en que primero hay
que llegar a Marte o disfrutar de unas sofisticaciones tecnológicas inmorales
ya que la innovación -o quienes la fomentan- no es capaz de evitar la
esclavitud infantil, la trata de blancas, la hambruna en tantísimos países. Ni los
paraísos fiscales, que esconden el enorme negocio pestilente que trafica con las
desigualdades del planeta.
Cada vez existen más avances y logros tecnológicos asombrosos que no tienen
apenas incidencia en lo necesario para una vida digna de millones de personas cuando
lo logrado por la innovación es suficiente para subvertir la situación.
Revista Coaching
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