Diluyendo los límites de su arquitectura en un procedimiento que propone reciprocidad hacia el contexto, la opera de Oslo resulta un diseño que no establece jerarquías entre el carácter del edificio y el espacio público.
El proyecto desarrolló un programa complejo estableciendo un plan general simple y concreto. El edificio se estructura como una plaza inclinada que orienta su lado más bajo hacia la orilla del mar. La cubierta se transforma en un espacio público jerarquizado, salpicado de volúmenes que emergen sobre su superficie para alojar por debajo las necesidades del programa.
De esta forma, la naturaleza del edificio queda definida como un vínculo eficaz entre partes de la ciudad. Se enfrenta de igual manera al área urbana y al fiordo para construir una porción del paisaje que promueve la actividad pública y el compromiso con las artes.
El diseño formula una serie de ventanas de generoso tamaño generosas ubicadas a nivel de la calle que permiten al público vivenciar las actividades de los taller interiores. Por dentro, amplios espacios comunes conducen a los visitantes a la sala principal, los talleres, las cafeterías y los comercios minoristas.
El Teatro de la Opera es parte de una estrategia de revitalización de un sector de la ciudad históricamente destinado a la actividad industrial. Está construida sobre pilotes hincados en terrenos ganados al mar ampliando el espacio público frente a la costa. El techo está diseñado para ser accesible en todas las estaciones y permitir a los visitantes acceder durante todo el año.