Cuando desperté, todavía sentía el enorme y ardiente dolor en el pecho del ametrallante saludo que una bien engrasada Thompson me había regalado. Ese maldito bastardo de Santino me la había jugado. Instintivamente me puse la mano en el pecho para tapar la sangre que salía por cada uno de los agujeros del calibre 9mm que me habían dejado tatuado por todo el cuerpo. Solo en el pecho, había contado doce antes de morir, o al menos eso era lo que yo creía. Sorprendentemente, comprobé que no sangraba. Me abrí la camisa y ni rastro de los agujeros. No podía ser. ¡Era imposible! Ese cerdo de Santino me había descargado el cargador de su ametralladora a menos de tres metros de distancia. Todo era muy extraño.
«¿Y si lo había soñado todo?» pensé. Pero no podía ser. Todo había sido real, y a pesar de no estar herido realmente, me dolía todo el cuerpo como si los agujeros de bala que recordaba antes de desmayarme, hubieran dejado paso tan solo a su propia sensación de dolor.
«¿Cuanto tiempo habría estado dormido?»
Cuando recobré un poco la noción de mi propio entorno, advertí que me encontraba en una especie de parapeto en alguna playa desconocida. Llevaba una especie de uniforme militar que no reconocía. Pero…, « ¿Qué demonios estaba sucediendo? Cuando mi cabeza se familiarizó con la nueva situación, y por fin, me di cuenta de lo que estaba sucediendo una voz repicó mi cabeza con un aullido que pudo escucharse a varias millas de distancia.
–¡Vamos soldado! ¡Espabila!– gritó un hombre con uniforme militar y cara de pocos amigos. –¡Que haces ahí sentado!¡ Sigue a tu pelotón!
Mi primera reacción en una situación normal, hubiera sido pedir explicaciones a ese tipo salido de la nada y ajustarle las cuerdas bocales enseñándole un poco de modales, pero el ambiente estaba demasiado caldeado en ese lugar. Las balas silbaban a mi alrededor, y no me apetecía volver a sentir esas pequeñas asesinas atravesando nuevamente mi pecho, así que corrí a reunirme con mi pelotón. Fue algo instintivo, y por Dios que acerté a encontrar a esos chicos. Todos parecieron reconocerme y alegrarse de verme. Uno de ellos bromeó con mi manera de quedarme dormido en los lugares más inoportunos. Todos se rieron a carcajadas.
«¡Maldita sea!» estábamos en medio de una guerra y esos muchachos todavía tenían tiempo para bromear. Yo era tan solo un simple comerciante a las órdenes de del señor Bugs. George Bugs Moran, era el jefe de la mafia Irlandesa que operaba en Chicago. Nos encargábamos del comercio de whisky, cerveza, y todo tipo de aguardiente que pudiéramos comercializar. La ley seca imperaba en todo el país, y gracias a mis habilidades, estaba subiendo en la organización. El señor Bugs estaba contento con mi trabajo, y se portaba muy bien conmigo y con mi familia. yo había estado en varios tiroteos, incluso había matado a tres de los hombres de Santino, pero la nueva situación me venía demasiado grande.
– ¡Vamos Burke! – gritó uno de los chicos. –¡Acabemos con esos cerdos alemanes!
Poco a poco iba atando cabos. Estábamos en guerra otra vez contra los alemanes. Mi padre había combatido en la Gran Guerra encontrando la muerte en ella. Yo era demasiado joven entonces, y posiblemente, hubiera sido demasiado mayor para alistarme en esta si ese maldito bastardo de Santino no me la hubiese jugado. Habían pasado quince años para todos excepto para mi.
Efectivamente, estaba sucediendo de nuevo, así que no debía preocuparme por nada más, pues no era la primera vez que estaba muerto.