Superada una cierta escala, la arquitectura asume la particularidad de la GRAN DIMENSIÓN.
La mejor motivación para afrontar la GRAN DIMENSIÓN es aquella ofrecida en su momento por los escaladores del monte Everest: "porque está allí".
La GRAN DIMENSIÓN es la arquitectura extrema.
Parece increíble que el puro y simple dimensionamiento de un edificio pueda dar vida a un programa ideológico independiente de la voluntad de sus proyectistas.
De todas las posibles categorías, aquella de la GRAN DIMENSIÓN no parecía merecer un "manifiesto": disminuida como cuestión intelectual, parece estar en vías de extinción, como un dinosaurio, por su zafiedad, lentitud, falta de flexibilidad, problematicidad.
Pero, en verdad, sólo la GRAN DIMENSIÓN puede activar aquel régimen de complejidad que moviliza la plena comprensión de la arquitectura y de los campos con ella relacionados.
Hace cien años, una generación de conquistas teóricas y de tecnologías de soporte des- encadenó un BIG BAND arquitectónico. Aventurando la circulación, cortocircuitando las distancias, artificializando los interiores, reduciendo los volúmenes, exaltando las dimensiones y acelerando la construcción: el ascensor, la electricidad, el acondiciona- miento de aire, el acero, en fin, las nuevas infraestructuras han constituido un conjunto de cambios capaces de provocar el nacimiento de otra especie arquitectónica. Los efectos combinados de este descubrimiento han producido estructuras más altas o más profundas. MÁS GRANDES, como nunca antes se habían concebido, y en conjunto dotadas de grandes potencialidades paralelas para la reorganización social.
Una programación infinitamente más rica.
Teoremas
Alimentada al principio por la energía inconsciente de lo puramente cuantitativo, la GRAN DIMENSIÓN ha sido, por cerca de un siglo, una condición privada de teorizadores, una revolución sin programa.
Delirious New York implicaba una latente "Teoría de la GRAN DIMENSIÓN", basada sobre cinco teoremas:
Superada una cierta dimensión crítica, un edificio llega a ser un GRAN edificio. Una tal mole no logra más ser controlada por un solo gesto arquitectónico, y menos por una combinación cualquiera de gestos arquitectónicos. Esta imposibilidad hace disipar la autonomía de sus partes, que es diferente de la fragmentación: las partes en efecto permanecen ligadas al todo.
El ascensor, con su posibilidad de crear relaciones mecánicas más bien que arquitectónicas, y el complejo de invenciones que de ello deriva, anulan y vacían el repertorio clásico de la arquitectura. Cuestiones de composición, escala métrica, proporciones, detalle, son ya académicas.
El arte de la arquitectura es inútil en la GRAN DIMENSIÓN.
En la GRAN DIMENSIÓN, la distancia entre núcleo y envolvente crece hasta el punto de que la fachada no puede revelar más lo que sucede dentro. La exigencia humanística de "honestidad" es abandonada a su destino: arquitectura de interiores y arquitectura de exteriores se convierten en proyectos separados, una enfrentándose con la inestabilidad de las exigencias funcionales e icono- gráficas, la otra -portadora de desinformación- ofreciendo a la ciudad la aparente estabilidad de un objeto. Allí donde la arquitectura coloca certeza, la GRAN DIMENSIÓN plantea dudas: transforma la ciudad de una sumatoria de evidencias en un cúmulo de misterios. Lo que se ve no corresponde más a lo que realmente se obtiene.
A través de la sola dimensión, tales edificios entran en una esfera amoral, más allá del bien y del mal. Su impacto es independiente de su calidad.
todas juntas, estas roturas -con la escala métrica, con la composición arquitectónica, con la tradición, con la transparencia, con la ética- implican la rotura definitiva, aquella radical: la GRAN DIMENSIÓN no forma más parte de ningún tejido.
Existe: a lo sumo, coexiste.
Su mensaje implícito es: al carajo con el contexto.
Modernización
En 1978, la GRAN DIMENSIÓN parecía un fenómeno del y para el/los Nuevo/s Mundo/s. Pero, en la segunda mitad de los años 80, se han multiplicado las señales de una nueva oleada de modernizaciones que habrían involucrado -en forma más o menos camuflada- el Viejo Mundo, dando origen a episodios de un nuevo curso aún en el continente "terminado". Visto sobre el fondo de Europa, el choque de la GRAN DIMENSIÓN nos ha permitido hacer lo que estaba implícito en Delirious New York, explícito en nuestro trabajo.
La GRAN DIMENSIÓN se convirtió en una doble polémica: contra las tentativas precedentes de integración y concentración, y contra las teorías contemporáneas que ponen en discusión la posibilidad de la Unidad y de la Realidad como categorías viables, y se resignan a la inevitable des- composición y disolución de la arquitectura. Los europeos habían evitado la amenaza de la GRAN DIMENSIÓN a través de una propia teorización en términos superiores a la posibilidad de aplicación. Su contribución había constituido el "regalo" de la megaestructura, suerte de soporte técnico omnicomprensivo y omnipotente que en definitiva ponía en discusión la condición del edificio individual: una GRAN DIMENSIÓN muy segura, visto que sus mismas implicaciones no excluían la realización.
El "urbanismo espacial" de Yona Friedman (1958) fue emblemático: la GRAN DIMENSIÓN flotaba sobre París como una cubierta metálica de nubes, con la promesa de una posible renovación urbana "total", pero vaga, pero nunca aterrizada, jamás confrontaba, no reivindicaba jamás el puesto que le esperaba: era crítica como decoración.
En 1972, el Beaubourg -Loft Platónico- había propuesto espacios en los cuales todo era posible. La flexibilidad que derivaba fue desenmascarada como la imposición de un promedio teórico a expensas tanto del carácter cuanto de la precisión: era la entidad al precio de la identidad.
Perversamente, su pura demostratividad le excluía la auténtica neutralidad realizada sin esfuerzo en el rascacielos americano.
La generación de mayo de 1968, mi generación -extraordinariamente inteligente, informada, oportunamente traumatizada por seleccionados cataclismos, explicita en la recurrencia a préstamos de otras disciplinas- fue así marcada por el fracaso de estos y otros similares modelos de densidad e integración, por su sistemática insensibilidad a lo particular, que terminó por proponer dos principales estrategias defensivas: el desmantelamiento y la desaparición.
En la primera, el mundo se descompone en incompatibles fractales de unicidad, cada uno de ellos a su vez un pretexto para una ulterior desintegración del todo: un paroxismo de la fragmentación que transforma lo particular en sistema.
Detrás de este derrumbe del programa acorde con las más pequeñas partículas funcionales, asoma la venganza perversamente inconsciente de la vieja doctrina "la forma sigue a la función" que arrastra inexorable- mente el contenido del proyecto (detrás de los fuegos artificiales de la sofisticación intelectual y formal) hacia el anticlímax del diagrama, doblemente desilusionante desde el momento en que su estética sugiere una rica orquestación del caos.
En este paisaje de desmembramiento y de falso desorden, cada actividad es colocada en su lugar.
Hibridaciones/proximidades/acaballamientos/superposiciones programáticos que son posibles en la GRAN DIMENSIÓN -en efecto, el completo aparato de montaje inventado a comienzos de siglo para organizar las relaciones entre partes separadas -están por ser desmembrados por una parte de la actual vanguardia en composiciones que, detrás de su aparente rusticidad, son de una rigidez y pedantería casi risibles.
A partir de los años 60, un remiendo de argumentos recogidos de entre sociologistas, ideólogos, filósofos americanos, intelectuales, cibermísticos franceses, etcétera, sos- tiene que la arquitectura será el primer "sólido que se desvanezca en el aire", por el efecto combinado de tendencias demográficas, la electrónica, los medios de comunicación, la velocidad, la economía, el tiempo libre, la muerte de Dios, el libro, el teléfono, el fax, el bienestar, la democracia, el fin de la Gran Historia.
Ejercitando un derecho de prelación sobre la desaparición efectiva de la arquitectura, esta vanguardia está experimentando con virtualidad real o simulada, recuperando, en nombre de la humildad, su precedente omnipotencia en el mundo de la realidad virtual (¿dónde es quizá posible instaurar impune- mente el fascismo?).
Máximo
Paradójicamente, la Unidad y la Realidad cesaron de existir como empresas posibles para el arquitecto justamente en el momento en el cual la aproximación del próximo milenio asistía a una carrera total hacia la reorganización, la consolidación y la expansión, a una demanda a voz en cuello por las megadimensiones.
Empeñada en otras cuestiones, una entera clase profesional fue en fin incapaz de utilizar los dramáticos eventos económicos y sociales que, de afrontarse, hubieran podido restablecer la credibilidad.
La ausencia de una teoría de la GRAN DIMENSIÓN - ¿qué es lo máximo que la arquitectura puede hacer? - es la más extenuante debilidad de la arquitectura.
A falta de una teoría de la GRAN DIMENSIÓN, los arquitectos se encuentran en la posición de los creadores de Frankestein: artífices de un experimento parcialmente logrado cuyos resultados están enloqueciendo y se encuentran por ello desacreditados.
Dado que falta una teoría de la GRAN DIMENSIÓN, no se sabe qué hacer con ella, dónde ponerla, cómo utilizarla, cómo programarla. Los grandes errores son nuestros únicos vínculos con la GRAN DIMENSIÓN.
No obstante, este nombre obtuso, la GRAN DIMENSIÓN es un territorio teórico de este fin de siglo: en un paisaje de desorden, disociación, desmembramiento y rechazo, la atracción de la GRAN DIMENSIÓN está en su posibilidad de reconstruir la unidad, de hacer resurgir lo real, reinventar lo colectivo y reivindicar el máximo de posibilidad.
Sólo por medio de la GRAN DIMENSIÓN la arquitectura puede disociarse de los exhaustos movimientos ideológicos y artísticos del Modernismo y del Formalismo, para reconquistar su instrumentalizad como vehículo de modernización.
La GRAN DIMENSIÓN reconoce que la arquitectura, por cómo la conocemos, está en dificultades, pero no va a caer en el exceso opuesto regurgitando todavía más arquitectura. Ella propone una nueva economía en la cual no se da más el lema "todo es arquitectura", pero se reconquista una posición estratégica, con una acción de repliegue y concentración, cediendo a las fuerzas enemigas lo que queda de un territorio disputado.
La GRAN DIMENSIÓN destruye, pero es también un nuevo inicio. Puede recomponer lo que despedaza.
Una paradoja de la GRAN DIMENSIÓN es que a pesar de los cálculos necesarios para proyectarla -en efecto, a través de su gran rigidez-, es el tipo de arquitectura que "ingenieriza" lo imprevisible. En lugar de reforzar la coexistencia, la GRAN DIMENSIÓN se basa sobre grados de libertad, sobre el ensamble de las máximas diferencias.
Sólo la GRAN DIMENSIÓN puede acoger una proliferación heterogénea de eventos en un único contenedor. Desarrolla estrategias para organizar tanto su independencia cuan- to su interdependencia en el interior de una entidad más vasta, en una simbiosis que exaspera la especificidad más que compro- meterla. A través de la contaminación más bien que de la pureza, a través de la cantidad más bien que de la calidad, sólo la GRAN DIMENSIÓN puede favorecer auténticamente nuevas relaciones entre entidades funcionales que amplían la propia identidad, en lugar de limitarla. La artificialidad y la complejidad de la GRAN DIMENSIÓN liberan la función de su armadura defensiva permitiendo una especie de licuefacción: elementos del programa reaccionan uno con el otro para crear nuevos eventos, la GRAN DIMENSIÓN retorna a un modelo de alquimia programática.
A primera vista, las actividades acumuladas en la estructura de la GRAN DIMENSIÓN exigen la interacción, pero la GRAN DIMENSIÓN al mismo tiempo las mantiene separadas. Como las barras de plutonio que, según su grado de inmersión, retardan o activan la reacción nuclear, la GRAN DIMENSIÓN regula la intensidad de la coexistencia programática.
Si bien la GRAN DIMENSIÓN es un dibujo de proyecto para una ejecución perpetua, también manifiesta un cierto grado de serenidad y hasta suavidad. Es simplemente imposible animar intencionalmente su entera masa. Su vastedad mitiga la compulsión de la arquitectura por decidir y determinar.
Algunas zonas serán olvidadas, libres de la arquitectura.
La GRAN DIMENSIÓN es el punto en el cual la arquitectura llega a ser un conjunto máxima y mínimamente "arquitectónica": máximamente, por vía de la enormidad del objeto; mínimamente por su pérdida de autonomía, se convierte en instrumento de otras fuerzas, llega a ser dependiente.
La GRAN DIMENSIÓN es impersonal: el arquitecto no está más condenado al divismo. Más allá de la cifra estilística personal, la GRAN DIMENSIÓN significa rendirse a las tecnologías, a los ingenieros, a los contratistas, a los realizadores, a los políticos, y a otros tantos. Promete a la arquitectura una especie de jerarquía post-heroica, un realineamiento con la neutralidad.
También cuando la GRAN DIMENSIÓN entra en la estratosfera de la ambición arquitectónica -el puro establecimiento de la megalomanía- ella puede ser realizada sola- mente al precio de ceder el control, de una transmutación mágica.
Ello implica la existencia de una red de cordones umbilicales con otras disciplinas cuyo desempeño es tan crítico como el del arquitecto: como los escaladores unidos uno al otro por cuerdas de salvataje, aquellos que realizan la GRAN DIMENSIÓN constituyen un equipo (término más o menos pronuncia- do en los últimos cuarenta años de la polémica sobre la arquitectura).
Si la GRAN DIMENSIÓN transforma la arquitectura, su acumulación genera un nuevo tipo de ciudad.
El espacio abierto de la ciudad no es más un teatro colectivo donde sucede "cualquier cosa": no queda más un "cualquier cosa" colectivo. La calle se ha convertido en un residuo, un dispositivo organizativo, un mero segmento del plan metropolitano continuo en el cual los vestigios del pasado encaran los equipamientos de lo nuevo en una difícil situación de alejamiento.
La GRAN DIMENSIÓN esté en condiciones de existir en cualquier parte en ese plano. No sólo la GRAN DIMENSIÓN es incapaz de establecer relaciones con la ciudad clásica -a lo sumo puede coexistir con ella- pero en la cantidad y complejidad de los servicios que ofrece, es ella misma urbana.
La GRAN DIMENSIÓN no tiene más necesidad de la ciudad: está en competencia con la ciudad; representa la ciudad; vacía la ciudad de significado; o, todavía mejor, es la ciudad. Si el urbanismo genera potencialidades y la arquitectura las disfruta, la GRAN DIMENSIÓN enlista la generosidad del urbanismo contra la mezquindad de la arquitectura.
GRAN DIMENSIÓN = urbanismo contra arquitectura.
La GRAN DIMENSIÓN, por su total independencia del contexto, es la única arquitectura que puede sobrevivir, que puede aún disfrutar la condición de tabula rasa ya global: ella no toma la inspiración de los datos demasiado a menudo exprimidos hasta la última gota de significado; ella tiende hacia áreas más pro- metedoras desde el punto de vista infraestructural, es, en definitiva, su misma razón de ser. A pesar de sus dimensiones, es modesta.
No toda la arquitectura, no todos los programas, no todos los sucesos serán devorados por la GRAN DIMENSIÓN.
Hay muchas "necesidades" demasiado con- fusas, demasiado débiles, demasiado indecorosas, demasiado provocativas, secretas, subversivas, demasiado "nada", para entrar a formar parte de las constelaciones de la GRAN DIMENSIÓN.
La GRAN DIMENSIÓN es el último baluarte de la arquitectura, una contracción, una hiper-arquitectura. Los contenedores de la GRAN DIMENSIÓN serán los puntos de referencia en un paisaje post-arquitectónico, un mundo al que se le ha raspado la arquitectura, del mismo modo en el cual en las pinturas de Richter se ha raspado el color: inflexible, inmutable, definitivo, eterno pro- ducto de un esfuerzo sobrehumano.
La GRAN DIMENSIÓN deja el campo a la post-arquitectura.
Bibliografía:
Koolhaas, Rem; Bruce Mau, "Bigness or the problem of Large" S, M, L, XL. (New York: The Monacelli Press, 1996), 494
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