Nos levantamos muy temprano. El esfuerzo valía la pena. Era nuestra despedida de la escapada veraniega de este año. El último día antes de volver para España. Y lo íbamos a disfrutar a lo grande. Apenas habían sido dos semanas y media, pero como siempre en esta familia, muy intensas. Habíamos recorrido casi 2.000 kilómetros en un coche atestado de gente este año (habrá que ir pensando en la furgoneta, porque la cosa promete seguir creciendo). Habíamos subido y bajado picos en Andorra. Nos habíamos despedido del principado, también a lo grande, con un espectáculo inesperado a precio-chollo del Circo del Sol. Habíamos visitado a la bisabuela en su granja de Agen (Francia). Y habíamos exprimido al máximo esa magia especial que tiene el Perigord francés. No en vano, diez de sus pueblos figuran entre “los más bellos pueblos de Francia”. Da gusto trasladarse siglos atrás recorriendo las calles empedradas de lugares como Beynac, Domme, Limeuil, Monpazie... Es una auténtica gozada admirar las impresionantes vistas de los valles del Dordoña y del Vézère. Y es un gustazo perderse en el ajetreo y la vida nocturna de Sarlat-la-Caneda. Haciendo recuento, no sé cómo nos ha dado tiempo a disfrutar tanto en tan poco tiempo. Por eso, había que despedirse a lo grande. Y qué mejor forma para hacerlo que con un descenso por el gran río de la región.El río Dordoña es el único río de Francia clasificado como Reserva Mundial de la Biosfera por la UNESCO. Y descender en canoa o kayac por sus tranquilas aguas, contemplando los castillos y los pueblos medievales en sus orillas, es obligado. Quisimos que fuese nuestra actividad de despedida, y lo dejamos para el último día. El recorrido partió de la Roque Gageac, y se prolongó hasta Saint Cyprien, 18 kilómetros más allá, río abajo. Algo más de cinco horas de remos, chapuzones y risas. Una mañana entera para deleitarse con la vista de castillos como el de Malartrie, Castelnaud-la-Chapelle, Beynac o Milandes, viendo aves y peces, y asentando todo lo vivido durante un suave descenso. Pero no pensamos descubrir un aprendizaje de vida como el que nos trajo aquel tranquilo descenso fluvial.En el mundo náutico, metafóricamente hablando, las canoas suelen ser como “camionetas”, mientras que los kayaks son los “autos deportivos”. Los kayaks suelen transportar menos personas, y usualmente van más rápido, con remos de dos hojas, siendo más habituales en aguas revueltas y competitivas. Pero nosotros optamos por tres canoas típicas sin cubierta, nos dieron un remo de una sola hoja a cada uno, y nos organizamos por parejas.Si vemos a alguien remar en una canoa con un remo de una sola hoja, suele sacar el remo del agua cada cierto número de remadas para remar del lado opuesto, con la idea de mantener la canoa moviéndose en línea recta. Y si son canoas de dos personas, como las nuestras, no tienes más remedio que coordinar el cambio con tu compañero/a. Y esto, que puede parecer tan sencillo, se convierte en toda una terapia de pareja. Sea en el Dordoña, o sea en el río de la Vida.Por desgracia, en los últimos meses, demasiadas de las personas a las que queremos, están padeciendo crisis o sufrimiento intenso en sus vidas de pareja. Y no pudimos evitar acordarnos de todos ellos durante aquel descenso, mientras practicábamos con los remos. Quizás recordando aquellos versos de Jorge Manrique, que casi todos los de nuestra generación tuvimos que aprendernos de pequeños en el "cole": "Nuestras vidas son los ríos/ que van a dar en la mar,/que es el morir". Aquel descenso por el Dordoña, nos hizo descubrir hasta qué punto era acertada esa metáfora del poeta castellano, autor de las "Coplas a la muerte de su padre". Cuando dos personas están sentadas en la misma canoa, es importante mantenerla equilibrada en el agua. Por lo tanto, una persona debe estar sentada en la proa (en la parte delantera) y la otra en la popa (la parte trasera). También la posición de cada uno en la vida en pareja es importante. Es crucial acordar qué sitio ocupa cada uno, si interesa cambiar o no periódicamente de posición, o simplemente si nos especializamos en una concreta: en la proa o en la popa de la pareja. Por desgracia, en algún caso cercano, el remero se bajó de la canoa hace ya tiempo, y no se ha vuelto a saber de él.Al remar en pareja, también es importante saber que ambas personas deben sincronizar las remadas (empezar y terminar al mismo tiempo) para obtener la máxima potencia. Y ya que el remero de proa está mirando hacia adelante y no puede ver al remero de popa, es el remero de proa el que establece el ritmo. Esto significa que es responsabilidad del remero de atrás coordinar sus remadas con las del remero de delante, no a la inversa. Por supuesto, ambos remeros pueden (y deben) hablarse para decidir un ritmo cómodo. La buena comunicación es clave para un trayecto rápido y alegre. Pero allí veías parejas jóvenes navegando en zig-zag o dando vueltas sin parar, "mondadas" de risa y de impotencia. A veces porque el "macho alfa" de turno quería impresionar a su damisela a golpe de remo. O a veces porque no se decían ni "mu" para coordinarse. Como en la vida misma. Cuando uno cree que el otro debería estar haciendo algo, y no lo hace. Cuando uno asume y suple lo que cree que el otro debería estar haciendo, y acaba agotado/a. Cuando la comunicación y la coordinación brillan por su ausencia.A la persona sentada en la parte trasera de la nave casi siempre le será más fácil determinar la dirección de la canoa que a la persona sentada delante. Así, el/la remero/a delantero generalmente no podrá tener un rol de mando. Y es simplemente así, por pura física. No nos empeñemos en otra cosa. Salvo que decidamos cada rato cambiarnos de posición, que también es muy sano. Sea en la canoa, o en los respectivos asuntos del hogar. El de popa tiene mayor control sobre la conducción de la canoa por la fuerza de resistencia que el agua ejerce sobre ella. La proa de la canoa es responsable de "cortar" el agua, y constantemente siente la resistencia del agua que la canoa empuja fuera de su camino. Sin embargo, la popa, no tiene ese problema, y por eso siente un menor "empujón" del agua a su alrededor, lo que hace que sea más fácil girar. Es como si una palada del remero de atrás valiese como palada y media del de delante a efectos de la dirección. Y eso se nota en cuanto al rumbo a seguir. También por esas rutas de la vida. Porque hay remeros experimentados y de categoría olímpica en eso de remar solos por la vida, que sin embargo, se vienen abajo cuando les toca remar junto a otra persona. Que no se aclaran si en un momento les toca llevar el mando, el ritmo de las paladas, o la dirección del rumbo. Que han tenido alguna que otra "pájara" en el pasado, y se lo callan. Pero ese actuar en silencio ante la pareja de viaje puede ser una mala decisión, por mucho que se piense que los méritos en la navegación individual podrán suplir las carencias en la navegación de pareja.Otra cosa es si nos equivocamos de compañero/a de travesía, y nunca debimos embarcarnos con él o ella. Pero si no, al moverse hacia adelante nuestro navío, hacer que ambas personas remen de lados opuestos de la embarcación generalmente suele dar el mejor resultado. Por ello es interesante cambiar de lado al mismo tiempo, si no quieres que la canoa empiece a dar giros absurdos, y como en la vida, acabe mareando a los tripulantes, incluidos los hijos. De este modo, el/a remero/a de popa puede gritar "¡Cambio!" cuando es momento de hacerlo, ya que al tener mayor control sobre la dirección de la canoa, ésta generalmente girará gradualmente en dirección opuesta al lado por el que el remero de popa esté remando, incluso si el remero de proa está remando del lado opuesto. Por eso la importancia de cambiar de lado. Por eso la importancia de estar dispuestos a girar cuando toque girar, salvo que quieras darte de bruces contra la orilla, contra una rama, o caer por alguna cascada. Sí, también en la vida.Que yo sepa, a ningún padre o madre se les da en el paritorio ningún manual para educar a un hijo. Creo que a los novios tampoco se les facilita una guía sobre la vida en pareja. Y por desgracia, así acaban muchas al cabo de los años. Por eso no estaría mal un "cursito" de canoa en pareja, sea en el Dordoña o en la charca de tu pueblo. Porque parece fácil, pero tiene su "aquel". Y con un poquito de práctica, buena voluntad, y mucha comunicación, la travesía se acaba convirtiendo en toda una experiencia.Conviene no olvidar que el río es más corto de lo que parece. Que pronto llega el mar. Mucho antes de lo que te esperas. Así que, mejor depurar la técnica, antes que sufrir un vuelco o un naufragio.
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