Como casi todos los interesados ya saben, hace dos días el Rectorado de la PUCP divulgó un documento en el cual propone a la Asamblea Universitaria una modificación estatutaria, la misma que refleja su acuerdo reciente con el Arzobispado de Lima. El documento me llegó a eso de las 2am y no pude sino leerlo con gran inquietud y detenimiento. Además, apenas el fin de semana previo, en la casa de unos amigos miembros de la comunidad PUCP, había discutido el tema con mucho detalle, de ahí que la llegada de un documento “final” sobre el asunto tomase con más fuerza mi atención.
El documento es este. Lo mínimo que se espera de cualquier interesado seriamente en el tema, hay que decirlo, es que lo lea completo. Sería muy delicado e irresponsable pronunciarse sobre esta cuestión sin una lectura detenida del texto. Pido, pues, que no se haga como en el caso del Informe de la CVR, salvando las enormes distancias de extensión y relevancia histórica: eso de opinar sin haber leído es una muy mala costumbre pero, en este caso particular, una gran ligereza. Sugiero, entonces, que quien no haya leído el texto se tome los pocos minutos que este ejercicio supone y lo haga. Entre otras cosas, porque no haré un examen punto por punto en este post, haré un juicio de valor general con algunas observaciones particulares.
Enuncio mi posición brevemente y luego paso a desarrollarla: estoy de acuerdo con el documento, creo que la Asamblea Universitaria debe aprobarlo. Ahora lo que toca es explicar mis razones, para ello, antes, hago algunas advertencias ante el potencial lector enfurecido. En primer lugar, como consta en este blog, siempre he defendido la posición de al autonomía de la PUCP (aquí coyunturalmente, aquí vía un estudio teológico). Lo he hecho de modo público en mis clases, cuando he enseñado en esa institución, lo he hecho por escrito, en conversaciones informales, etc. En ese sentido, no se me puede rotular de haber sido un defensor de las intenciones del Arzobispado: nunca lo he sido. Añádase a esto que, por lo menos hace casi 10 años, yo he mantenido una posición muy crítica respecto del cardenal Cipriani, a veces, incluso, muy severa en el tono. De esto hay abundante testimonio en este mismo blog (1, 2, 3, etc.). Con estas dos consideraciones previas quisiera, tengo mis dudas de que lo logre, “salvarme” de acusaciones injustas que pretendan convertirme en una suerte de ciprianista. Quisiera, sí, al menos, que se me libre de ser acusado de estar ganando algo con esto: ¡si Cipriani tomase la PUCP, sin duda, yo no sería uno de sus elegidos para quedarse dentro! En todo caso, lo que hago aquí, como lo hice cuando propuse votar por Ollanta Humala, es tomar posición ante un escenario complicado, exponer mis razones y exponerlas al público. Toca al lector inteligente discernir por su cuenta, esto no es más que un ejercicio de uso público de la razón cuyas consecuencias y críticas asumo.
Pasemos a mis motivos para respaldar esta decisión del Rectorado, varios de los cuales han sido bien expuestos en el documento, dicho sea de paso.
1. La situación se había convertido ya en una de carácter límite. Creo que para todos es evidente que por motivos mediáticos, de manejo político, eclesiástico y judicial la PUCP se encuentra sumamente amenazada. Estamos, pues, en una situación límite en la cual toca tomar decisiones propias para el contexto. Nuestra universidad tiene un frente de batalla muy complejo pues en él se enfrenta a varios enemigos y sus aliados tienen poder insuficiente. Cosa que no pasa con sus enemigos, que no solo son abundantes, sino que poseen dos cosas que nosotros no: inmenso poder mediático (periódicos, televisión, radio, todos con una audiencia muy importante) y gran ascendencia tanto en la gente como en los estamentos de decisión política y judicial (recuerden que la Iglesia sigue teniendo gran peso en el Perú y que los poderes fácticos, sus aliados, presionan en toda esfera, no sin coima de por medio).
Ante ese escenario gravísimo, digo, la PUCP tuvo que tomar decisiones de emergencia. Inicialmente, dio la dura batalla, pero la cosa no resultó muy bien. La sentencia del TC, recordada en el documento citado, tiene hace mucho tiempo ya a la Universidad por el cuello. Bien dice el documento que se trata de una sentencia arbitraria, pero habría que ser necio para negar sus efectos reales por más inconstitucional, arbitraria y corrupta que pueda ser, si lo fuera. Siendo así las cosas, habiendo peleado en los tribunales sin demasiado éxito, habiendo negociado con el cardenal Erdo sin lograr llegar del todo a buen puerto, con la presión del Vaticano grave e inflexible, tocaba negociar y tocaba, además, ceder. Créanme, a mí no me encanta la idea, pero ceder era inevitable y era, además, la mejor alternativa. Me explico en mi siguiente punto.
2. La premisa de la continuidad. Hay una premisa básica que la comunidad PUCP debe tener en cuenta en su análisis, si no lo hace, pierde el punto de la discusión: lo que se ha tratado siempre es de mantener una relación de continuidad con la tradición de la Iglesia, con el origen católico de esta Universidad. Sí, sí, yo sé, el ser-católico no es una esencia fija, tiene variantes históricas y demás. Yo mismo lo he desarrollado en uno de los links colocados más arriba. Correcto, sin duda tiene razón el hipotético crítico, mas eso no quita que haya un núcleo de cosas que definan la catolicidad y con estas se ha pretendido siempre tener continuidad. Bajo esa premisa se ha negociado siempre: queremos seguir siendo parte de la tradición, mas queremos también que se respete nuestra autonomía de pensamiento y gobierno. Estas dos premisas, sin embargo, parecen a muchos incompatibles y, quizá, de algún modo lo sean dado el rigorismo excesivo de la mayoría de universidades pontificias.
Sea como fuere, siempre se negoció en ese marco. Como es bien sabido, al menos yo lo supe desde temprano y de primera mano, la hipótesis de la discontinuidad se manejó también y seriamente: romper palitos con la Iglesia es algo que se pensó, aunque como una media extrema y, sin duda, lo es. Muchos de mis amigos, quizá yo mismo por momentos, vieron esta idea con entusiasmo. La Iglesia es considerada por varios de ellos como un lastre, como una institución que no aporta en absoluto a la vida universitaria y, por lo mismo, una organización de la cual conviene separarse sin dudar. Esto, en varios casos, ha sido acompañado de un tono beligerante propio de quien no solo tiene reservas intelectuales sino odios viscerales por dicha institución. Mi caso, como sabrá el lector habitual, no es el último: soy un crítico severo de los males de la Iglesia, como también consta en el blog, pero a la vez hago siempre el esfuerzo de buscar continuidad. O, si se quiere, discontinuidad sin ruptura, término acuñado con agudeza por Lucho Bacigalupo. ¿Eso condiciona mi interpretación del documento del Rectorado? ¡Sin duda! Pero creo que lo hace del modo correcto, porque la idea de la ruptura radical quiebra el sentido de la Universidad tal cual fue concebida y tal cual fue consolidándose con las décadas. Ser católica, a su modo, es parte de lo propio de esta institución.
Además, y esto es más pragmático en el sentido feo, pero igualmente importante: ¿qué se gana con la ruptura radical? Yo confieso, después de pensarlo mucho por meses de meses, que no creo que se gane cosa alguna. Primero, se pierde conexión con una tradición milenaria. Esto, de suyo, puede ser objetado por mucha gente y con razón, pero el hecho es que la universidad se fundó en relación con aquella. Pero, además de esto, hay una razón mucho más grave: si no hay acuerdo, los procesos judiciales permanecerán y, por lo ya enunciado, muchas posibilidades de éxito no parecen existir. Es decir, si rompemos con la Iglesia podríamos terminar volviendo a ella, pero ya sin posibilidad de manejo, ella tendría todo el control. Negociar y ceder, pues, parece lo más inteligente.
3. En principio, no es tan grave la cosa. Finalmente, si uno lee la propuesta con detenimiento esta parece bastante moderada y razonable. Hay, sí, al menos eso me parece, ciertas ambigüedades, cosa que puede preocupar y que merece atención de la Asamblea, pero, en principio, no veo en el texto algo muy grave ni una amenaza radical a la autonomía. Hay que estudiarlo más, sin embargo: se trata de una decisión histórica.
Añado, ahora, algunas reservas, algo que corresponde a quien, si bien respalda el documento, no lo hace de modo acrítico. Tengo dudas, como las tuve con Humala, pero sigo creyendo, como en aquel contexto, que aprobar la propuesta es la mejor opción.
1. El polémico artículo 2.6.7. Este artículo, es el que más ha llamado mi atención, a pesar de no ser el único que podría levantar dudas. Se habla allí de la potestad de la Universidad para tomar medidas legales ante el uso indebido de sus símbolos, nombre, etc. y se añade acto seguido –de hecho, solo con un punto seguido– que le corresponde velar por el respeto a las autoridades de la Iglesia. Esto, en principio, suena muy razonable y así lo quiere pintar el comentario del Rectorado a la norma; no obstante, a mí me genera varias dudas. a) ¿Por qué se conectan ambas cosas, vía el punto seguido? ¿Se está sugiriendo que también se pueden tomar medidas legales contras los que falten el respeto a las autoridades? Esto no se sigue tal cual, pero podría interpretarse de ese modo, me parece. Lo cual puede llevar a una situación hipotética grave: la de la persecución de la disidencia vía mecanismos legales de intimidación. ¿Estoy haciendo una tempestad en un vaso de agua? Quizá, pero dejo la idea para que los entendidos la contemplen. b) Este asunto tiene particular relevancia porque, en nuestra Universidad, el Gran Canciller, el cardenal Cipriani, es detestado por un grupo importante de los estudiantes, grupo que tiene capacidad de movilización relativa y que es capaz de hacerle un plantón o cosas similares. Si esto se diera, ¿se iniciaría un proceso de sanción? Obviamente, tirar huevos a una persona o gritarle al unísono diferentes modalidades de mentada de madre es una falta de respeto y no es lo ideal, pero es algo que podría suceder y es parte de la dinámica de los actos de protesta “pacífica”. Se abre, pues, un espacio bien delicado, promovido por la norma en cuestión. Puede que tenga razón, puede que no.2. Muy poco tiempo. No me gusta, como bien han señalado varias personas, entre ellas Sigrid Bazán, la prontitud con la que se ha (había, vean la coda) convocado a la nueva sesión de la Asamblea Universitaria. No dice bien que se apresure el proceso, pues se trata de una decisión histórica que merece meditación detenida. Además, salvo que alguien precise lo contrario, el peso del ultimatum vaticano estaba cediendo, de hecho el propio Cipriani, en declaraciones a El Comercio de este domingo, señalaba que era muy probable obtener una extensión sin mayores problemas.
3. Sí…Cipriani. El otro asunto es, claro, que todo esto se complica debido a la participación de una persona concreta que es, sin duda, nociva: el cardenal Cipriani. Todo este proceso es de por sí complejo y, en algún momento iba a tener que llevarse a cabo. El problema, sin embargo, es que esto haya sido motivado y de hecho acontezca en el contexto del gobierno arzobispal de Cipriani. Otros obispos son mucho más razonables, gente de mucho mejor corazón y menos interés político, económico e ideológico de por medio. Ese no es el caso del cardenal, lamentablemente. Creo que en su postura prima la mala intención. Siendo así las cosas, aun cuando la modificación propuesta al Estatuto tiene, en principio, mi respaldo, el hecho de que la otra parte tenga a la cabeza a Cipriani me genera inmensas reservas. Insisto, creo que igual debería aprobarse pues plantea un mecanismo de control a pesar de estar cediendo en varios puntos. Pero, claro, es como tratar de controlar a una bestia feroz cuando tienes que lidiar inevitablemente con ella: haces todo lo que está en tus manos, pero siempre queda la contingencia, lo impredecible.
Coda. Lo enunciado en 3, de hecho, parece haber tenido tal fuerza que, a solo dos días, de haberse hecho la propuesta de modificación de estatutos, Cipriani parece haber pateado el tablero y hace apenas horas. Esto no invalida todo lo dicho en los tres puntos por los cuales respaldo el documento del 2 de abril, mas sí reconfigura la situación. Por un lado, demuestra que el documento de Rectorado era bueno, pues mantenía niveles de autonomía que han sido objetados por la ambición del cardenal; por el otro, afianza lo dicho en mi punto anterior: que Cipriani es un sujeto en el cual es difícil confiar. Tocará ver cómo se van dando las cosas. Hay mucha tensión y no está nada claro el desenlace.
Lo tenía más o menos claro cuando empecé escribir esto hace una hora…las cosas han cambiado en este momento.