Cerca de un centenar de pinturas, estampas y dibujos de Cristo del maestro holandés Rembrandt se han reencontrado en el Museo del Louvre de París después de 350 años de dispersión en colecciones de Europa y Estados Unidos.
El trabajo de tres grandes instituciones culturales como son el Museo de Arte de Filadelfia, el Instituto de Artes de Detroit y el propio Louvre ha dado lugar a la muestra “Rembrandt y la figura de Cristo“, compuesta por obras que revolucionaron en su época la forma de retratar a Jesucristo, hasta entonces muy idealizado en sus representaciones pictóricas.
El genio del claroscuro trató de responder, a mediados del siglo XVII, a la pregunta sobre la “verdadera” fisonomía de Jesús de Nazareth, rompiendo con toda la tradición del arte cristiano, que evitaba tratar al profeta como una figura histórica para dar de él una visión “más glorificada”, explica el comisario de la exposición, Blaise Ducos.
Las pinturas -desde esbozos a aguafuertes-, que podrán verse en el museo más visitado del mundo hasta el próximo 18 de julio, no habían vuelto a estar juntas desde que salieron del estudio del pintor en Ámsterdam hace más de tres siglos.
Los cuadros elaborados de joven por el holandés van acompañados de grabados de grandes maestros que le precedieron, Alberto Durero, Lucas de Leyde, Hendrick Goltzius o Andrea Mantegna, que “formaron parte de su cultura visual”.
Desde el principio, Jesús se impuso como la figura predilecta de Rembrandt para evolucionar en sus diferentes interpretaciones. En su obra “Crucifixión“, de 1631, el artista mostró a Cristo como un hombre “deshecho, miserable, mártir, en contraposición con el cuerpo glorioso pintado por Rubens”.
La muestra expone ese último cuadro flanqueado por representaciones de la misma escena firmadas por Jan Lievens y Jacob Backer, un ejemplo de la influencia de Rembrandt sobre sus coetáneos y sucesores, que reaccionaron tratando ellos también de dar respuesta a la pregunta que atenazaba al artista.