Charles Simic
Contar ovejas, levantarse y beber un vaso de leche o, al contrario, no levantarse bajo ningún concepto y esperar que el sueño acuda, impresionado por tanta persistencia... los remedios contra el insomnio son innumerables. Casi ninguno funciona, claro. O sólo le funciona a la persona que lo pregona. Charles Simic, el gran poeta serbio-americano -hablé de él en una entrada anterior- es insomne desde hace décadas. Probablemente desde que, adolescente y exiliado en París tras una rocambolesca huida de Yugoslavia con su madre y su hermano pequeño, tuvo que dormir durante meses en el suelo del miserable hotel que ocupaban, a la espera de poder continuar su viaje hacia Estados Unidos. Según cuenta en sus estupendas memorias Una mosca en la sopa, fue entonces cuando descubrió que, sin colchón -y totalmente vestido, porque había mucha humedad- era imposible permitirse el lujo de dar vueltas en la cama y filosofar: "En el duro suelo, en cuanto me despierto me incorporo, me froto los músculos y los huesos y pienso en el colegio". Actualmente, sin duda ya duerme en una cama confortable, pero sigue padeciendo episodios de insomnio. Su cura particular: abrir libros al azar."Una de las compensaciones de permanecer insomne en una casa rodeada de nieve y llena de libros es que siempre puedo encontrar algo que leer y así olvidar el estado de ánimo en que me encuentre. Cuando me da un ataque malo de verdad, deambulo por la casa oscura con una linterna como el espectro del padre de Hamlet, saco libros de los anaqueles, los abro al azar o bien hojeo las páginas hasta encontrar algo de interés y, después de leerlo, me vuelvo a la cama contento o busco a tientas otro libro. Sólo leo un pasaje o dos, como mucho una página, porque si leo más que eso, corro el peligro de quedarme despierto el resto de la noche. Todo lo que necesito, para emplear un término culinario, es un amuse-bouche que me deje un regusto agradable."Una anécdota divertida, una reflexión filosófica intrigante, le proporcionan combustible suficiente para regresar a la cama y darle vueltas en la cabeza mientras espera la llegada del sueño esquivo. Quizás es que su mirada de poeta sabe captar mejor que otros lo curioso, lo que no encaja, lo que vale la pena guardar en la memoria. Sobre esto, él mismo explica en otro de sus artículos que, de los libros que ha leído, más que recordar el asunto, es capaz de recordar con precisión algunas ocurrencias que le llamaron la atención:
"Por ejemplo, puedo recordar que Flaubert dijo que es espléndido ser escritor, poner a las personas en la sartén de tu imaginación y hacerlas explotar como castañas; que San Agustín confesó que ni siquiera él podía comprender cuál era el propósito de Dios al crear las moscas; que Beckett hace aparecer en su temprana novela Murphy a un personaje al que los policías detuvieron por mendigar sin cantar, y a quien el juez encarceló durante diez días; que Viktor Shlovsky contaba que cierta vez oyó decir al gran poeta ruso Mayakovsky que los gatos negros producen electricidad cuando les acarician; que Emily Dickinson dijo en una carta 'Está todo muy solitario hoy sin pájaros, pues llueve mucho y los pequeños poetas no tienen paraguas'; que Flannery O'Connor describía a una joven que tenía un rostro tan ancho e inocente como un repollo, rodeado por un pañuelo verde que ataba arriba con dos puntas, como las orejas de un conejo; y muchas otras pequeñas e ignoradas delicias."Quizás hacer un recuento mental de delicias literarias como estas sea un buen remedio contra el insomnio. Aunque me temo que para ello se necesita, como posee Simic en grado sumo, la capacidad para encontrarlas, espigándolas de los agujeros en que se hallan escondidas y sacarlas a la luz. A falta de eso, ante un brote de insomnio sugiero tomar uno de sus poemas, leerlo y quedarse luego saboreándolo. No sé si se conseguirá el efecto deseado, pero al menos habrá conocido a un poeta que vale mucho la pena.
"Los poemas son instantáneas de otras personas en las que nos reconocemos a nosotros mismos."">
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