Revista Libros

"Remedo de paisaje", de Carla Benisz

Publicado el 04 mayo 2018 por Barcoborracho



UN PÁJARO QUE CAE
Acerca de “Remedo de paisaje” (Rosario, 2017), libro de poemas de Carla Benisz

(por ever roman, para Revista Liberoamerica)
Este primer libro de poemas de Carla Benisz (Argentina, 1985), es, en realidad, el compendio de dos libros: Remedo de paisaje (2008-2013) y La camorra (2015), reunidos en un solo volumen por la editorial rosarina Cachorro de Luna. Ambos comparten la reflexión poética sobre la escritura, aunque el mirar y el decir hayan mutado en cada apartado -decir cambiado es poco, la palabra no alcanza. Los textos del primero hablan a través de otros textos, a los que atraviesa y pervierte: las citas se multiplican, la referencias abundan, se rehacen fragmentos, se reviven personajes, se da voz a los callados. Hacen literatura encima de la literatura, un palimpsesto. En segunda parte se hace literatura con el pájaro de la música herido, que ya no puede volar: con silencio, grito, ruido, algo.
El paisaje
Un paisaje no es una cosa que está ahí y ya, si no una construcción, una elaboración. El paisaje es, primero, de los que sienten, una emoción; luego es asimilación, costumbre; después evocación; pero a veces es solo invención. ¿Qué paisaje? Pues el de la poesía: “Es una parodia triste este remedo de paisaje”, dice uno de los poemas.
Por mi parte quisiera acercarme a este libro por mediación de ciertas imágenes que aparecen en él: hacer una escritura acerca de la Benisz como quien describe un paisaje a partir de ciertos elementos dispersos, pues el conjunto se le pierde; como apuntes de turista.
Lo húmedo y lo seco
Cito uno de los poemas: “Lo húmedo y lo seco / recortan las coordenadas del paisaje / […] mamá humedal – papá estepa: / cobijo y encierro”. Lo femenino y lo masculino en la tradición literaria están aquí: el adentro, el cuerpo, sus excreciones (las lágrimas, la sangre, la sexualidad) por un lado; el afuera, el viento y lo seco por el otro. Sensibilidad e intelecto. Pero el cierre del poema reacciona ante esta dualidad: esta manera de ver de la literatura, de sentir, arrebuja (por ser territorio familiar), pero también es una cárcel.
Los poemas de Benisz brotan, entre angustiados y serenos, en el corte entre estas dos instancias. Son fruto de una herida. Pero no se trata de un tono, o una génesis, sino que los poemas van hacia ahí, buscan ese espacio: “En esa juntura, un rumor -el agua / del que ser potencia”.
Lo seco, la pampa argentina -que es un territorio literario, mito de origen de una tradición que incluye la patria-, es abordado como potencia, justamente, en el primer poema. Le pide a la cautiva (la mujer blanca prisionera de los salvajes, un tópico de referencia adoptado por la literatura argentina) que mate al blanco: “el opresor primero, / el puro”, con el cuchillo ya manchado con la sangre aborigen, para mestizar.
La saliva
El encuentro entre instancias aparece más adelante en otra imagen: “Un vacío de saliva / obliga a llenar palabras con pausas, con ritmos”. La literatura es la voz sin cuerpo, sin órganos. ¿Es una caja de música, un dispositivo aséptico, la literatura? A lo largo del libro estas preguntas resurgen y se las desmenuza un poco más cada vez. Por ejemplo, el mismo poema citado concluye: “La escritura es guardarse de olvidos / y un ruego de otra cosa”. El guardarse de olvidos se adopta como procedimiento en la reescritura -la parodia triste- de géneros como la gauchesca, o la voz criolla, con sus temas, etcétera; pero la poesía de Benisz va también hacia otra cosa,  hacia algo más secular: una disposición del cuerpo, un acto sensorial e intelectual, el acto del poema: como una afirmación, “sí, el olvido del cuerpo”; o como voluntad: “construyó este silencio de a poco, lo mantengo”. El cuerpo es de la poesía y la poesía es del cuerpo: el rostro de Jano. A veces,  silencio, pero otras: “el alarido animalesco, / la saliva sanguinolenta / y la vista alzada con odio”. O bien: “No sosiega, la arritmia, el cuerpo. / La poesía catapultó mis nervios enfermos”.
Las cenizas
La memoria es un personaje anfibio, que es tanto del intelecto como de lo sensible: “Leyendo en la memoria del aire de tus suspiros / y tus medias salivas”. La poesía no reconstruye el pasado, sino que lo saborea (como la magdalena de Proust): “Traje para mí las cenizas / que sobrevolaron / tras la tormenta”. Incluso la ya ausencia de las cosas que fueron reviene palpable: “Hay un ritual de inicio en esa ausencia / el de sentir cada mañana echando -cada noche sola / los movimientos libres de su cuerpo”.
La música
El pájaro de la música sobrevuela el paisaje de la poesía como una interrogante, agónico: “Quiero ser una caja vacía / una percusión primitiva, y soy / un pájaro que cae”. Sin embargo, lo musical participa, mestizo cimarrón, de los poemas de este libro. Hay como un canto quebrado, un movimiento detenido pero que en su detención es aún movimiento (el pájaro está cargado de vuelo, que dice Juarroz), intenso, en cada verso. Silencio, ruido, mudez, grito; humedal, tierra yerma; alma y corazón; violencia y náusea; odio y contemplación; inaprehensible: así es la poesía en Remedo de paisaje.


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