“¿La historia se repite? ¿O se repite sólo como penitencia de quienes no son capaces de escucharla?” (Eduardo Galeano)
Después de un golpe sordo, decenas de gaviotas levantaron el vuelo y no pudo evitar mirar al cielo nocturno sobresaltado. Había vuelto a quedarse ensimismado mirando la procesión de gente sin rumbo que atravesaba la Piazza della Rotonda. Claro que era parte de su trabajo y nunca había tenido especial problema, pero estos últimos días se notaba más inquieto de lo normal, buscando entre la gente a una persona sin rostro que aparecía en todos sus sueños. No sabía por qué, ni a quién buscaba, aunque sí recordaba cuándo empezó aquella extraña sensación.
Dentro de su ruta diaria había pasado hace pocos días por delante de un vendedor adolescente que tenía un puesto improvisado de juguetes antiguos de madera. No se lo pensó dos veces.
-Su permiso de ventas, por favor- dijo con bastante rudeza.
El joven vendedor dudó unos instantes antes de bajar la mirada avergonzado y contestar:
-Es para los alrededores del Templo de Venus, señor, pero hoy estaba todo ocupado- afirmó, mostrando un papel arrugado.
-En ese caso, recoja toda esta basura y lárguese, ¿o acaso se piensa que va a vender alguna de estas antigüedades inútiles?- añadió burlonamente, mientras cogía una flecha de madera para volver a tirarla contra las demás con desdén- ¡cómo si no hubiera ya suficiente mierda por aquí!
Observó con aire prepotente cómo el vendedor, que casi parecía un niño, recogía apresurado y se dio media vuelta para proseguir su camino sin notar una ligera punzada que impactó cerca de su corazón mientras unos ojos infantiles seguían sus pasos.
La que no tuvo oportunidad de decidir siquiera fue ella, porque digamos que apareció en el momento justo y en el lugar equivocado, como muchas veces suele suceder en este mundo injusto. Ella sí que se giró sobresaltada solo para ver a un niño a lo lejos que parecía estar jugando con un pequeño arco de madera.
Las gaviotas acababan de perderse en el cielo sin luna cuando la vio entre la multitud. Y su corazón se paró de golpe. Y su respiración se paró con él. Y sus piernas dejaron de responderle. Y se borró toda su vida en un segundo, se olvidó de sus recuerdos, de sus sueños y sus ilusiones. Era ella y solo ella. Su pensamiento era ella.
-¡Quíteme las manos de encima! ¿Qué hace?
Había llegado por fin a uno de sus lugares favoritos de la ciudad, pero en un segundo se vio acorralada por un desconocido bastante atractivo que la miraba con ojos desquiciados. Aquel hombre parecía ido y una sensación fría la recorrió por dentro sin ni siquiera saber de dónde venía. Trató de zafarse sin éxito mientras él intentaba articular torpemente alguna palabra.
-¡Suélteme!- volvió a gritar. ¿Por qué la gente no se inmutaba? Seguían con sus vidas sin percatarse de aquella peculiar escena. No entendía nada. Vio su oportunidad cuando él agachó la mirada un segundo. En ese momento tiró de sus brazos con fuerza y echó a correr esquivando a la gente que parecía encontrarse en otra dimensión.
No volvió la vista atrás ni un segundo hasta que se encontró a las orillas del río Tiber. Desubicada y sin esperanza comenzó a llorar mezclando sus lágrimas con las aguas embravecidas del río romano. Lo que había empezado como el viaje más increíble de su vida se había convertido en su pesadilla. Toda aquella situación le resultaba irracional, sobre todo una desesperada decisión que parecía provenir de fuera de sí misma y que cada vez tenía más fuerza en su corazón.
Cuando él llegó a la orilla, la recorrió de arriba abajo con la sensación de haber perdido todo. No había ni rastro de ella, aunque no pudo evitar fijarse brevemente en un árbol que, contra todo pronóstico, hacía crecer sus raíces desde el propio río. Todavía la busca.