Revista Literatura
Un hombre que no provee a los suyos se va haciendo pequeño hasta que no existe.
Ray Loriga, Rendición.
Hay autores, creadores, que son importantes, esenciales,más allá de sus propias obras, aunque éstas también lo sean. Puertas que se abren, puntos cardinales, mapas que se extienden hacia nuevos confines. Primeras ruedas. Seguro que la primera era imperfecta por definición, incomparable con las ruedas de la actualidad, suaves, veloces, perfectas. Aerodinámicas. Pero sin la primera e imperfecta primera rueda no habríamos alcanzado la perfecta rueda actual. Aerodinámica. En el mundo de la cultura, en la Literatura, concretamente, son esenciales ese nombres, obras y personalidades que amplían el mapa, encienden nuevos focos, trazan otros caminos. Lo fueron, aquí en España, entre otros muchos, Valle y Juan Ramón, Cela y Goytisolo, Cernuda y Ferlosio, García Baena y García Casado, y Ray Loriga. También sucede que con frecuencia necesitamos que esas corrientes que nos atrapan desde el exterior cuenten con una referencia cercana, de aquí, que actúe como puente, como conexión. Hasta como interpretación. Leía a Carver, a Burroughs, a Kerouac, a Ballard, a Fantey no creía que pudiera haber “sucursales” de esos autores, de esas corrientes, en nuestro país. Pero las acabó habiendo, aliñadas con Cela, Valle, con Juan Rulfo, y con el mundo del cómic, y con las películas de Lynch o con esas canciones que solo podíamos escuchar en Radio 3, demostrando que el mestizaje es bello y necesario y enriquecedor, al mismo tiempo. No solo sucede en literatura, acudamos a la música, por ejemplo. Aceptamos, más allá de las minorías de siempre, el rock, el pop o el punk cuando los grupos e intérpretes españoles adoptaron estos estilos. Y eso que los Pistols y los Clash ya no existían cuando aquí comenzamos a saltar, como locos, mientras tocaba Siniestro Total, por ejemplo. Niño adelantado de la Movida, rutilante rockstar literario de los noventa, héroe de la modernidad, tabaco y tatuajes, gafas de sol y canciones de madrugada, rodó películas y escribió guiones, los grupos indies compusieron canciones hipnotizados por sus libros, Ray Loriga apareció como una llamarada, entre desafiante y necesaria, en una España aún decimonónica, más allá de lo exclusivamente literario. Lo peor de todo, Héroes o Caídos del cielo se convirtieron en lecturas casi obligatorias de una juventud que quería escapar de todo lo que oliera a pasado. Lo erigieron en estandarte de la Generación X, lo veneraron y lo zarandearon, al mismo tiempo, lo etiquetaron hasta convertirlo en su propia marca. Y a pesar de eso, que es mucho, que la mayoría no habríamos podido resistir, y son muchos los ejemplos, Loriga sigue aquí, no forma parte del batallón de los zombies literarios y mantiene su apuesta por su propia evolución, así como su empeño por no repetir, una... sigue leyendo en El Día de Córdoba