Uno: Fiesta de disfraces
Mauro bebía su tercer cuba libre, estaba en la fiesta de disfraces de la compañía porque era de asistencia obligatoria, pero al llevar tan solo tres días trabaja do ahí, aún no conocía a nadie, por su naturaleza tímida era incapaz de entablar una conversación lo que lo relegaba a beber solo en una esquina.
Su traje de pirata, alquilado esa tarde, le quedaba un tanto pequeño a su cuerpo de metro ochenta, la barba falsa negra no combinaba con su cabello rojizo, y había dejado de lado el parche plástico ya que lo sentía incómodo sobre sus ojos cafés.
Ahora iba por el cuarto cuba libre, este tenía más alcohol que los anteriores, pensó que lo mejor sería terminar su trago e inventar alguna excusa para irse a casa, dado el último sorbo se disponía a levantarse del asiento cuando sintió que una mano se posaba sobre su hombro.
- Disculpa, ¿eres tu Mauro Quintanilla del colegio "Cervantes"?- La voz no parecía corresponder a su propietaria, mientras ella lucía muy femenina su voz era un tanto gruesa.
- Sí, soy yo, ¿y tú eres?
- Soy René Cobo -De metro sesenta y cinco, llevaba un vestido negro largo de una sola pieza, sobre él un vistoso corset rojo, una mascada del mismo tono rojo que el corset, labios y párpados pintados de negro, sus tacones de aguja le hacían parecer de más altura, su cabello negro lacio le llegaba hasta los hombros, de su boca sobresalía un par de colmillos, sin duda su disfraz era el de una vampiresa- quizá no me reconozcas o no me recuerdes.
Mauro, que aún seguía en su asiento, trataba de recordar desesperadamente a una chica llamada René, repasó mentalmente cada uno de las compañeras que tuvo que en el colegio, lo hizo al menos unas tres veces pero no lograba recordar a una chica llamada René.
- No te preocupes, es seguro que no te acuerdes de mi -dijo René- yo tampoco recuerdo a todos con los que estudié, además que he cambiado mucho desde que nos graduamos -vio que Mauro seguía intentando recordar, sonrió y se sentó junto a él- ¿quieres que te de una pista? -acercó su cabeza a la de Mauro y le habló casi susurrando pero lo suficientemente alto para que le oyera- tu solías pedirme prestados mis portaminas y jamás me los devolvías.
- ¿Pero tú no eras hombre? –dijo Mauro abriendo mucho los ojos.
- No era hombre –respondió René- Soy un hombre.